17/1/20

Xavier Rius, director de e-notícies: No entiendo la devoción por Puigdemont. Como catalán me da vergüenza. Sentí bochorno por la recepción triunfal que tuvo en el Parlamento Europeo este lunes. Personalmente a mí Puigdemont siempre me pareció lo que en catalán llamamos un poruc. Algo así como un cagao en castellano...

"No entiendo la devoción por Puigdemont. Sentí bochorno por la recepción triunfal que tuvo en el Parlamento Europeo este lunes. No sólo había el todavía presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Sino también cinco consejeros: Meritxell Budó (Presidencia), Exteriores (Alfred Bosch), Territorio (Damià Calvet), Polítiques Digitals (Jordi Puigneró) ¡Incluso el de Interior, Miquel Buch! ¡El hombre que manda sobre 17.000 mossos haciendo honores a uno que técnicamente está fugado de la justicia española! (...)

Personalmente a mí Puigdemont siempre me pareció lo que en catalán llamamos un poruc. Algo así como un cagao en castellano.

Queda para las hemerotecas aquellas palabras proféticas en su debate de investidura: “no ens tremolaran les cames” (“No nos temblarán las piernas”). Las cumpió a rajatabla. Aquel 26 de octubre, tras desconvocar elecciones, ni siquiera habló en el pleno del Parlament
Hasta a Carme Forcadell, entonces presidenta de la cámara, se le escapó una mueca de incomprensión.

Al día siguiente hizo el discurso en las escaleras. No en el hemiciclo. Con la esperanza, seguramente, de que sus palabras no tuvieran consecuencias judiciales. Tampoco se atrevieron a publicar la declaración de independencia en el DOGC o en BOP. Ni, por supuesto, a arriar la bandera en Palau. Pero esto es cosa sabida.

Queda también para la historia aquellas otras palabras de “dilluns tots al despatx” (“el lunes todos al despacho”). Aunque luego se fue sin avisar.

Por eso quiero tener unas palabras de recuerdo para los que se quedaron y asumieron las consecuencias de sus actos empezanado por Junqueras. ¡El día que Junqueras hable!
También el resto de exconsejeros: Turull, Rull, Romeva, Dolors Bassa. Los Jordis. La ya citada Carme Forcadell.

Me ahorro, por otra parte, los detalles de si salió escondido en el maletero del coche o en el asiento posterior del vehículo tapado con una manta pero nunca un presidente había caído tan bajo. Companys la lió parda en 1934. Al menos se quedó en Palau. Le cayeron treinta años. Fue amnistiado poco después.

Puigdemont, no.

Vale decir que ya antes había dado muestras de valentía.

El día del referéndum hizo el cambiazo del coche oficial -con la inestimable colaboración de los Mossos- debajo de un puente para dar esquinazo al helicóptero de la Guardia Civil. Pero en vez de ir a recibir estopa a Sant Julià de Ramis se fue al pueblo de al lado, Cornellà de Terri. donde no había follón. Un colaborador grabó el histórico momento con el móvil y luego lo emitieron por TV3 como si fuera una hazaña.

A mí ya me pareció una cobardía.

¿En manos de quién hemos estado? Peor: Estamos todavía.

La imagen de Puigdemont a un palmo de la Guardia Civil o incluso con la cara ensangrentada habría dado seguro la vuelta al mundo. Entonces quizá sí que Catalunya habría sido independiente. Ni que decir que, desde Waterloo, también ha reptido las muestras de coraje. Como aquella en que reconoció, captado por las imágenes de Telecinco, que “esto se ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado”.  (...)

¿Cómo su electorado puede tragar tanto?

Todavía quedan más ejemplos. En las redes sociales se hacía mucho el valiente. Colgó en insta unas baldosas de Barcelona y una foto interior de Palau para hacer ver que estaba en la ciudad. 

Sin olvidar aquella otra ocasión en que Inés Arrimadas fue hasta Waterloo para hacer un numerito delante de la casa. Puigdemont dejó la puerta entreabierta por si quería entrar. ¡Pero él no se atrevió a salir!. Debía estar mirando detrás de la cortina.

Hoy ni siquiera ha permitido que le replicaran Dolors Montserrat, del PP; o Luis Garicano, de Ciudadanos. Tampoco estuvo nunca cómodo en las ruedas de prensa a pesar de su condicion de periodista. Prefirió siempre las cámaras de TV3 o los micrófonos de Terribas o Basté. Era como jugar en campo propio. (...)

O cuando lo invitaron a hablar en ante el Senado. Envío a Ferran Mascarell. Tampoco se atrevió. ¡En la cámara alta también había turno de intervenciones!

Por eso, a mí Puigdemont siempre me pareció que el cargo le iba grande.

No sé ver un líder de masas, ni a un mesías ni el hombre que llevaría Catalunya a la independencia.

Lo digo con todo el respeto por los 948.000 catalanes que le votaron en las elecciones del 2017. Y los 987.000 de las últimas europeas. Por supuesto que cada cual vote lo que quiera. Sólo faltaría. Esto es una democracia. A pesar de que digan que no.

Pero por la misma razón yo tampoco ya me voy a callar.

Como catalán, Puigdemont me da vergüenza. Un jeta, un vivales, no hay más. Incluso un mentiroso. Cuando suspendió la declaración de independencia alegó que había iniciativas de intermediación. Hasta internacionales. No había ninguna, claro. Fue una excusa.

El lehendakari Urkullu se retiró discretamente en cuanto vio el perfil del personaje. Y ni siquiera era mediación porque, para mediar, tienen que estar de acuerdo las dos partes. Rajoy dejó claro, en su declaración en el Supremo, que ni loco.

Lo dicho: queridos votantes, disfruten de Puigdemont mientras puedan.  La historia lo pondrá implacablemente en su sitio. Y sospecho que también, a la larga, la justicia.

Mucho me temo que -asumiendo él y Comín su condición de eurodiputados- han caído en su propia trampa. Vivían mejor en el limbo jurídico. Tiempo al tiempo."                (Xavier Rius, director de e-notícies, 14/01/20)

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