"(...) los líderes del «proceso» por antonomasia, el «procés» que nos lleva por
la calle de la amargura (una calle sin final visible) a los habitantes
de Cataluña, dieron en adjudicar ese nombre al delito continuado contra
la convivencia que vienen perpetrando, como mínimo, desde la última
década del siglo XX. (...)
Pues bien, la eclosión que estamos viviendo en el
último lustro y pico, en la medida que tiene las espaldas bien cubiertas
por un entramado institucional bien engrasado y con unas dimensiones y
unas competencias sin precedentes en la historia de Cataluña, puede
resistir sine die, aun a costa de engañarse con un remedo del negriniano
«resistir es vencer».
Lo único cierto en esos prematuros diagnósticos de enfermedad terminal es que, si bien la history del «procés» no tiene visos de acabarse, sí puede afirmarse que últimamente estamos viviendo otra story
distinta de la del período 2012-2016. Cabría decir, haciendo honor a la
jerga de los informáticos, que hemos pasado del «procés» 1.0 al
«procés» 2.0. Del «procés» de las sonrisas al de las hostias (de
momento, incruentas).
No sólo los escuadristas de los CDR hacen todo lo que
pueden para amedrentar a los discrepantes (esa plebe de «fascistas» en
que parece haberse convertido, de la noche a la mañana, el 51% de la
población de Cataluña), sino que sus insignes guías espirituales les
animan a llevar su celo purificador hasta las últimas consecuencias: una
pila más o menos alta de muertos (sin que quede claro quién ha de
ponerlos, si los zelotes amarillos o los otros).
Hay optimistas que piensan, o quieren pensar, que la
radicalización de las mesnadas esteladas comportará inevitablemente la
reducción de sus efectivos. Está por ver. (...)
Lo más probable es que se avance en la línea de una
creciente división del trabajo: unas «fuerzas de choque» dedicadas a
crear el caos y acosar a la población refractaria, y una mayoría
«pacífica» dedicada a tareas de apoyo logístico y a hacer continuas
exhibiciones de victimismo.
Es una fórmula conocida y bien acreditada
por la experiencia vasca: unos sacuden el árbol y otros recogen las
nueces. El resultado de conjunto es aquello tan viejo de «tirar la
piedra y esconder la mano» (técnica en la que Oriol Junqueras, por
ejemplo, es consumado maestro).
A esa división del trabajo en el interior hay que
añadir el inapreciable apoyo exterior de derechistas xenófobos varios
(particularmente belgas, alemanes e italianos) e izquierdistas
desnortados que parecen creer en la eternidad del franquismo y se
consuelan de su incapacidad para movilizar a la población trabajadora en
defensa de sus derechos sociales sumándose a una movilización
nacionalista que, por el mero hecho de ser masiva, les parece
progresista a ellos, que a duras penas, cuando lo intentan, logran
movilizar a cuatro gatos.
No, el «procés» no está muerto. Y, suponiendo que lo
estuviera, lo que vendría ahora no sería un entierro, sino una «noche de
los muertos vivientes». (...)
En definitiva, el «procés» no ha terminado porque su esencia consiste
precisamente en eso: en «proceder», durar, extenderse en el tiempo.
Porque a estas alturas parece claro que, no conseguida la independencia,
que era el programa máximo, ahora toca desarrollar ad infinitum el
programa mínimo, que consiste simplemente, con muertos o sin ellos, en
la tarea sadomasoquista de no vivir ni dejar vivir."
(Jaume Darrer. Escritor. Militante de IZQUIERDA EN POSITIVO, Crónica Popular, 15/12/18)
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