"La construcción de la identidad nacional española estuvo sujeta
durante el siglo XIX y gran parte del XX a agudas contradicciones que
impidieron su consolidación, como ocurrió durante ese periodo en Francia
o Gran Bretaña.
Por un lado, debido a la pugna fratricida entre las dos Españas, la
liberal-democrática y la absolutista-carlista, que tuvo su culminación
trágica en la Guerra Civil, precedida por las tres guerras carlistas.
Como ha analizado José Álvarez Junco en Mater dolorosa,
resultaba muy complicado construir una identidad nacional en clave
liberal, cuando desde el Concilio de Trento la monarquía española se
había presentado como la espada del catolicismo frente a la reforma
protestante y las ideas ilustradas.
Por otro, a causa de las dificultades para la transformación
económica del país en clave capitalista que adquirió una peculiar
dificultad cuando dos polos del desarrollo industrial, Catalunya y
Euskadi, coincidían con los territorios dotados de una lengua y cultura
propia, frente a una España agraria y de lengua castellana.
Un reflejo de ello, como ha mostrado Carlos Serrano en El nacimiento de Carmen,
fueron los grandes problemas para encontrar unos símbolos de la
identidad nacional: bandera, himno (sin letra) y fiesta nacional
aceptados por el conjunto de la ciudadanía.
En la Segunda República se
proyectaron unos nuevos símbolos no contaminados por la monarquía
borbónica que cumpliesen con el objetivo de unir al conjunto de la
ciudadanía. Por otro lado, en Euskadi y Catalunya, desde finales del
siglo XIX, se construyeron unos símbolos propios de su identidad
nacional que expresaban la voluntad de una construcción nacional
alternativa al Estado español.
En el caso catalán, como ha analizado
Joan-Lluís Marfany en Nacionalisme espanyol i catalanitat, este
proceso de construcción nacional alternativo se produce tras el fracaso
de la burguesía catalana de convertirse en el motor de las
transformaciones políticas y económicas para la modernización de España.
En el caso vasco, tras la derrota de los tres intentos del carlismo
para impedir la consolidación de un orden constitucional.
En ambos
casos, la pérdida de los restos del imperio colonial (1898), cuando en
plena fase imperialista el resto de Estados europeos se estaban
repartiendo el mundo, aceleró este proceso de construcción nacional
alternativa, pero también condujo a una reformulación de la identidad
nacional española en clave conservadora y con marcados elementos étnicos
de la mano de la generación del 98.
Ahora bien, la victoria del franquismo comportó no sólo una ruptura y
una discontinuidad salvaje con el ciclo revolucionario abierto con las
Cortes de Cádiz (1812), sino una operación de gran envergadura
histórica. Se trató, por utilizar la terminología de Imman Fox, de la
“reinvención de España mediante la cual el franquismo se apropió de la
identidad y los símbolos de la nación, recogiendo la herencia de la
España integrista y antiliberal.
De este modo se expulsaba de la nación a
demócratas (masones), socialistas y anarquistas (rojos) y nacionalistas
catalanes, vascos y gallegos (separatistas) considerados como la
encarnación de la antiEspaña que debían ser cultural e ideológicamente
erradicados y cuyos representantes físicamente exterminados en lo que
Paul Preston ha denominado El holocausto español.
Amnesia histórica y Estado autonómico
En la Transición democrática se ensayó una suerte de reconciliación
entre esas dos Españas enfrentadas mortalmente, pero a un elevado coste
simbólico y político. De este modo, se conservaron, con mínimas
variaciones, los símbolos de la monarquía borbónica que habían sido
recuperados por el franquismo contra los símbolos republicanos, como se
evidenció en la famosa rueda de prensa del PCE con la enseña rojigualda.
(...) en las nacionalidades vasca y catalana se emprendía el camino
contrario de reivindicación de su pasado antifranquista. Eso sí, como
resulta clamoroso en Catalunya, ocultando el apoyo de gran parte de la
burguesía catalana a los militares sublevados, como ocurrió con la Lliga
Catalana y Francesc Cambó, y exaltando la figura del president mártir
Lluís Companys. O en Euskadi pasando de puntillas sobre el hecho que la
muy católica Navarra fue uno de los pocos lugares donde el golpe militar
gozó de un auténtico apoyo popular.
Durante la presidencia de Felipe González se intentó recuperar el
carácter demoliberal y progresista de la identidad nacional española,
especialmente desde la incorporación a la Unión Europea, que homologaba
las instituciones políticas españolas con las democracias occidentales.
No obstante, bien pronto empezaron a mostrarse las contradicciones del
Estado de las Autonomías como la mejor fórmula de convivencia entre los
pueblos de España. Se trata de una arquitectura institucional híbrida
que conserva elementos de los Estados centralistas, como las provincias,
yuxtapuestos a los propios de los Estados federales como las
comunidades autónomas.
(...) en Euskadi y Catalunya, gobernadas por partidos del nacionalismo
conservador, se acumulaban los episodios de deslealtad institucional y
la impresión de que para el nacionalismo vasco y catalán, el régimen
autonómico era una especie de fase de transición hacia la independencia.
La presidencia de José Aznar y el impulso a la FAES como laboratorio
de ideas marcó un punto de inflexión en el rearme del nacionalismo
español, que alcanzó su paroxismo con el choque frontal contra el Plan
Ibarretxe, pero también contra la política lingüística de la Generalitat
de Catalunya. (...)
Esta operación de rearme del nacionalismo conservador español topó
con dos grandes obstáculos. Por un lado, el hecho de que los partidos
nacionalistas catalán y vasco funcionasen como la bisagra entre PP y
PSOE atemperó los impulsos españolistas del aznarismo, cuando estuvo
necesitado de sus apoyos parlamentarios.
Por otro, porque el
neonacionalismo auspiciado desde el PP conservaba excesivos hilos de
continuidad con el imaginario franquista, lo cual imposibilitaba su
apoyo por amplios sectores de la opinión pública española.
En este escenario, la izquierda española manifestó su incapacidad
para plantear una alternativa al neonacionalismo conservador auspiciado
desde el PP, pero también frente a los nacionalismos catalán y vasco. (...)
El presidente socialista, José Luís Rodríguez Zapatero, intentó
responder al reto lanzado por Aznar y la FAES mediante el apoyo a las
reformas de los Estatutos de Autonomía que habría de culminar con una
reforma del título VIII de la Constitución, pero que se saldó con un
rotundo fracaso.
Uno de los efectos del giro independentista del catalanismo ha sido
reactivar el nacionalismo español como revela la proliferación de
banderas españolas en muchas ciudades de España y barrios de Catalunya.
Ahora el rearme efectivo del nacionalismo español está produciéndose no
bajo la égida del PP, sino de Ciudadanos (C’s).
Una formación nacida en
Catalunya como fuerza de oposición a la política lingüística de la
Generalitat en la década de 1990 y como respuesta a la incapacidad de la
izquierda catalana para combatirla.
Si nos atenemos a la continuidades
históricas, no resulta extraño que sea precisamente desde Catalunya
donde aparezca una proyecto llamado a modernizar el nacionalismo
español, pero con una clara discontinuidad, pues el proyecto de C’s se
realiza extramuros del catalanismo político que tradicionalmente había
desempeñado esa función, y no para ampliar el techo del autogobierno
sino para restringirlo.
Además, C’s no tiene las conexiones con el
franquismo que lastraron el rearme del españolismo impulsado por Aznar; a
pesar de los esfuerzos del independentismo por presentarlos como
neofalangistas y ubicados en la extrema derecha, lo cual no se
corresponde con la realidad. (...)
La multitudinaria presentación el domingo 20 de mayo de la plataforma España Ciudadana, https://www.espana-ciudadana.es/
en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid señala un punto de
inflexión en el giro nacionalista de C’s. Allí se apeló a una
redefinición del nacionalismo español, donde el llamado patriotismo
constitucional se tiñe de elementos identitarios. (...)
Una operación de “nuevo patriotismo español” que evoca al En Marche!
de Emmanuel Macron. Este movimiento estratégico de C’s puede provocar
serios problemas a PP y PSOE, al proyectarse como un polo de
reagrupamiento del revivido nacionalismo español en clave
regeneracionista y presentarse como el más eficaz dique de contención
frente al independentismo catalán frente a la “tibieza” de los dos
grandes partidos del régimen y la inoperancia de la izquierda.
Así pues, uno de los efectos perversos de la deriva del movimiento
secesionista catalán ha sido reactivar al nacionalismo español. Todo
apunta a la consolidación de una infernal dinámica acción/reacción donde
a un bloque identitario se opone otro, sin que en ninguno de ellos se
aprecie la más mínima voluntad de tender puentes, sino más bien de
enconar el conflicto en los términos guerracivilistas de vencedores y
perdedores.
Una pésima noticia para la convivencia en términos de
igualdad y fraternidad de los pueblos de esta piel de toro." (Antonio Santamaría , El Viejo Topo, 25/05/18)
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