"Iban vestidos con sus mejores galas. La nueva
consellera de Cultura, Laura Borràs, de amarillo. No sé si repetía el
modelito del Parlament. La de Salut, Alba Vergés, con chaqueta. El resto
todos con lazo. Algunos hasta con corbata.
Pero no deja de ser un gobierno autonómico.
La prueba es que hay uno, Josep Bargalló, que ya fue primero conseller de Ensenyament -de dónde no tendría que haber salido: lo habría hecho muy bien- y luego conseller en cap (2004-2006).
Y otro, Ernest Maragall, de Educación (2006-2010). Fue uno de los errores de Montilla. No sólo mantenerlo sino ascenderlo. Ahora le ha tocado la lotería: ¡Acció Exterior sin el Diplocat!. Así cualquiera. El de Interior siempre tiene el terrorismo, la de Salut las listas de espera, la de educación los barracones. Exteriores es pan comido.
Pero, en realidad, no hay nada de nada. Ni independencia ni referéndum. Ni Govern legítim ni restitución. Ni el món ens mira. Los consejeros en el exilio corren el riesgo de pudrirse en Bruselas. Eso si no los devuelven antes.
¿Y Puigdemont qué pinta ahora? No debe saber ni cómo matar el tiempo. Lo de Rajoy ha sido una victoria táctica. Pero es un simple consuelo. Pedro Sánchez difícilmente modificará la línea de La Moncloa en un tema como éste.
Por eso la primera medida del nuevo Govern ha sido colgar una pancarta gigante en la fachada de Palau. Ya lo anunció solemnemente Quim Torra en la primera sesión de investidura. Aquella en la que casi no dijo nada. El gran objetivo del proceso es poder sacar los presos a la calle. Curar las heridas, minimizar los daños. No hay más.
Lo peor es que tendrán que hacer ver que gobiernan. Que gestionan lo que ellos mismos iban diciendo que era un simple gestoría. Cuantas veces no se lo escuché a Mas o Homs. A los de ahora no porqué ni siquiera estaban en primera línea.
Y, por cierto, con el ojo avizor del Estado. Ahora no dejarán pasar ni una. Le han tomado gusto al 155. Ya saben cómo se aplica. Mande el PSOE o el PP. Y si gana Ciudadanos, peor. Estos no se andarán con chiquitas.
Seis años después del inicio del procés hay, pues, que hacerse una pregunta que me tortura cada dos por tres: ¿Valió la pena? Al menos a la vista de los resultados: una Generalitat intervenida hasta ahora, una clase política desarbolada, un país escindido.
No, claro que no. Sabían perfectamente que no se podía hacer la independencia con menos de la mitad de los votos. ¡No en unas elecciones sino en dos!. Y sin embargo siguieron adelante. Tierra quemada. Los medios también tuvieron mucho la culpa. Crearon una burbuja.
Pujol dijo, durante el debate del Estatut, que cuando quieres hacer una guerra tienes que saber metafóricamente cuántos soldados, cuántos tanques, cuántos aviones tienes detrás. Y, sobre todo, la capacidad de sacrificio.
También dijo otra verdad: que no nos habíamos gustado. Con el proceso, exceptuando los true believers -y con éstos no hay ningún remedio al alcance- tampoco. Los males son inimaginables. Tardarán en ser superados. Quizá hasta una o dos generaciones. Y la cosa todavía puede empeorar." (Xavier Rius, director de e-notícies, 02/06/18)
La prueba es que hay uno, Josep Bargalló, que ya fue primero conseller de Ensenyament -de dónde no tendría que haber salido: lo habría hecho muy bien- y luego conseller en cap (2004-2006).
Y otro, Ernest Maragall, de Educación (2006-2010). Fue uno de los errores de Montilla. No sólo mantenerlo sino ascenderlo. Ahora le ha tocado la lotería: ¡Acció Exterior sin el Diplocat!. Así cualquiera. El de Interior siempre tiene el terrorismo, la de Salut las listas de espera, la de educación los barracones. Exteriores es pan comido.
Pero, en realidad, no hay nada de nada. Ni independencia ni referéndum. Ni Govern legítim ni restitución. Ni el món ens mira. Los consejeros en el exilio corren el riesgo de pudrirse en Bruselas. Eso si no los devuelven antes.
¿Y Puigdemont qué pinta ahora? No debe saber ni cómo matar el tiempo. Lo de Rajoy ha sido una victoria táctica. Pero es un simple consuelo. Pedro Sánchez difícilmente modificará la línea de La Moncloa en un tema como éste.
Por eso la primera medida del nuevo Govern ha sido colgar una pancarta gigante en la fachada de Palau. Ya lo anunció solemnemente Quim Torra en la primera sesión de investidura. Aquella en la que casi no dijo nada. El gran objetivo del proceso es poder sacar los presos a la calle. Curar las heridas, minimizar los daños. No hay más.
Lo peor es que tendrán que hacer ver que gobiernan. Que gestionan lo que ellos mismos iban diciendo que era un simple gestoría. Cuantas veces no se lo escuché a Mas o Homs. A los de ahora no porqué ni siquiera estaban en primera línea.
Y, por cierto, con el ojo avizor del Estado. Ahora no dejarán pasar ni una. Le han tomado gusto al 155. Ya saben cómo se aplica. Mande el PSOE o el PP. Y si gana Ciudadanos, peor. Estos no se andarán con chiquitas.
Seis años después del inicio del procés hay, pues, que hacerse una pregunta que me tortura cada dos por tres: ¿Valió la pena? Al menos a la vista de los resultados: una Generalitat intervenida hasta ahora, una clase política desarbolada, un país escindido.
No, claro que no. Sabían perfectamente que no se podía hacer la independencia con menos de la mitad de los votos. ¡No en unas elecciones sino en dos!. Y sin embargo siguieron adelante. Tierra quemada. Los medios también tuvieron mucho la culpa. Crearon una burbuja.
Pujol dijo, durante el debate del Estatut, que cuando quieres hacer una guerra tienes que saber metafóricamente cuántos soldados, cuántos tanques, cuántos aviones tienes detrás. Y, sobre todo, la capacidad de sacrificio.
También dijo otra verdad: que no nos habíamos gustado. Con el proceso, exceptuando los true believers -y con éstos no hay ningún remedio al alcance- tampoco. Los males son inimaginables. Tardarán en ser superados. Quizá hasta una o dos generaciones. Y la cosa todavía puede empeorar." (Xavier Rius, director de e-notícies, 02/06/18)
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