"Que los dirigentes separatistas catalanes forman hoy una chirigota de
Cádiz no ofrece la menor duda, al menos para una mayoría de españoles y
buena parte de catalanes. (...)
Es comprensible también que los que declararon la república independiente
de Cataluña, algunos encarcelados y otros huidos, se resistan ahora a
abandonar su propósito. Les van en ello “vida y peculio”. ¿Las leyes, la
Constitución? La república es su última esperanza de burlar la cárcel,
volver del destierro y saldar sus deudas con Hacienda. Fuera del 3% hace
mucho frío. Un buen programa. (...)
Es cierto que la mayor parte de los dirigentes independentistas jamás
creyeron que la independencia fuera viable. Da igual. Ellos viven de
hacérselo creer a otros. Y llegados a este punto, la política es ya un
juego de azar rudimentario, como las chapas: cara o cruz. O todo o nada.
Lo resumirían aquellas palabras de Manuel Benítez El Cordobés, dichas a su hermana e inspiradoras del título de un famoso best seller: “O te compro un piso o llevarás luto por mí”.(...)
Conviene recordar a quienes proclaman que el procés ha muerto, que la matraca hoy del 155 y los “presos políticos” es el procés
por otros medios. Les hemos visto y oído debatir imperturbables y cada
día más fúnebres, acaso porque cada día se ven más cerca del luto que
del pisito.
Miran a sus interlocutores con semblante marmóreo, como
retándoles con un “pregunta lo que quieras, que te responderé lo que me
dé la gana”: “¿Fuga de empresas? Sí, azuzadas por el Estado, que trata
de humillarnos por ser Cataluña la nación más civilizada de Europa,
representada hoy en España por el franquismo.
¿Fractura social? Desde
luego, causada por el 155. ¿Constitución? ¿Pero cómo aceptaremos una
Constitución que nos aporrea y encarcela?” (y el juego que no le habría
dado a Marta Rovira, la dolorosa, ese baño de sangre que ella parecía
estar exigiéndole al Estado, acusándole de ello sin pruebas).
Podrán,
pues, los independentistas no tener un programa electoral, pero esas son
las argucias con las que tratarán de ganar las elecciones. Muchos se
preguntan: ¿Pero puede haber alguien que se crea estas cosas? Entre uno y
dos millones de catalanes.
Yo, que diría Churchill, no los conozco a todos, claro, sólo a 10 o 12: amics, coneguts i saludats.
Algunos de ellos votaron el 1-O al ver las cargas policiales. Hasta que
las vieron no pensaban votar, arguyeron.
Gente culta, pacífica y
honrada. Colegas, escritores, editores, profesores, libreros de viejo y
de nuevo. Nuestro mimado mundo de pastaflora. Gente que prolonga el
saludo mientras te calumnia y te desprecia, lo que nunca pensó uno que
vería. Personas que aseguran que Cataluña no es Murcia (“y, entiéndeme,
me caen genial los murcianos”).
Gente convencida de que el aire que se
respira en el resto de España es africano (“y a mí me encanta
Marraquech”). Personas que se ofenderán si les hablas de fascismo,
xenofobia y supremacismo. Que dirán que la inmersión lingüística en la
escuela es un acierto y se desquiciarán negando la existencia de
adoctrinamiento.
Y que te piden con una sonrisa de Esfinge, pactado, lo
que antes no pudieron robarte, el derecho a decidir (que no podamos
decidir todos los que tenemos derecho a ello), al tiempo que lees en su
mirada: “A ver cómo te convenzo de que me des de grado, y a cambio de
nada, lo que no he podido obtener hasta ahora por la fuerza”.
Cuando al fin se llega al argumento estrella (“No hay en España
cárceles suficientes para encarcelarnos a todos; no se puede encarcelar a
todo un poble”) reconoces que todo está perdido.
Y eso también es mentira. Hay cárceles de sobra, no hay un solo poble
de Cataluña, y prueba de que en España no existen presos políticos es
que hay entre uno y dos millones que pueden decirlo libremente sin tener
que ir a la cárcel. Votarán lo mismo, pero ninguno tendrá excusa ni
podrá decir: “Nosotros no sabíamos, nadie nos advirtió”.
Ni siquiera los
que no son ni cultos ni formados ni informados. Están en el “si
Cataluña no es para nosotros, no será de nadie, y menos de España”. No
se resignan a que la función acabe, quieren cerrar el teatro, bloquear
las puertas con los tractores, proseguir la chirigota. Es posible, no
obstante, que algunos de ellos, para sobrevivir, un día reconozcan el
daño causado y decidan tumbar su narcisismo en el diván del
psicoanalista, acomodando su relato.
Y si quiero creer que esto sucederá
es porque algunos de ellos son mis amigos, aunque a días lo que le pida
a uno el cuerpo es lo que antes ya han hecho 3.000 empresas de
Cataluña: sacar mi corazón de allí y ponerlo en otra parte. Quiero decir
que a este paso todos vamos a necesitar un diván. En un país
democrático, el problema no son las cárceles, sino que no haya divanes
suficientes para todos." (Andres Trapiello , El País, 19/12/17)
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