Comunicado-Manifiesto ASEC/ASIC (11.11.2017):
Ante las próximas elecciones al Parlamento de Cataluña,
la izquierda se encuentra en una difícil encrucijada. El llamado
“proceso hacia la independencia” impulsado por una serie de
organizaciones de ámbito catalán, como los partidos ERC, PDeCAT (exCDC) y
CUP y asociaciones como ANC y Òmnium Cultural, con toda suerte de
acciones, abiertas o encubiertas, legales e ilegales, ha conseguido, a
lo largo de los años, y especialmente los cinco últimos, desviar el
discurso político propio de la izquierda, que es el de la justicia
social, su promoción y defensa, hacia la llamada “cuestión nacional”,
con el pretexto de una supuesta “opresión” de la población de Cataluña
por el gobierno español y demás instituciones del Estado.
La división de las clases populares y el
conflicto político que ello ha provocado facilita que sigan sin
afrontarse seriamente los graves problemas sociales que aquejan al país,
en plena resaca de una crisis económico-financiera que ha agudizado
enormemente las desigualdades sociales y ha sumido en la pobreza sin
paliativos a amplias capas de la población.
En tales circunstancias,
sólo cabe entender el proceso independentista como una cortina de humo
hábilmente tendida por los poderosos e ingenuamente asumida por muchos
ciudadanos de a pie.
En cualquier caso, condición
indispensable para que la suplantación de una defensa de los verdaderos
intereses de la gente por proyectos disolventes como el independentista
deje de producirse es evitar que de las urnas del 21 de diciembre vuelva
a surgir una mayoría parlamentaria secesionista.
Fuerza es reconocer y lamentar que la
mayor oposición al secesionismo no ha venido de la izquierda presente en
las instituciones, sino de ciertos partidos de la derecha de ámbito
general español.
Especialmente lamentable es y ha sido el papel
desempeñado por los partidos de la llamada “nueva izquierda”, cuya
actitud ante el independentismo ha oscilado entre la adhesión pura y
simple de algunos sectores minoritarios y la condescendencia abierta y
cómplice de la mayoría de sus dirigentes, apenas disimulada con tímidas
declaraciones de rechazo de la declaración unilateral de independencia
anunciada y finalmente ejecutada por el gobierno de la Generalitat hoy
destituido y procesado.
Resulta difícil de entender que se pueda estar a
la vez en contra de dicha declaración y de las medidas adoptadas por el
gobierno central para ponerle freno (por más que siempre sea lícito
discutir la justeza o conveniencia de tales o cuales medidas concretas).
Lo paradójico (a la vez que positivo) de
esta situación es la notable falta de sintonía existente entre los
dirigentes de esos partidos de la nueva izquierda y sus bases, no sólo
electorales, sino orgánicas, como han puesto de manifiesto diversos
referendos internos celebrados en su seno.
Nada tiene de extraño este
fenómeno, que no es sino la punta de un iceberg mucho mayor, a saber: la
existencia de una masa ciudadana sociológicamente situada a la
izquierda que se encuentra huérfana de representación política. Masa que
se hizo clamorosamente visible en las grandes manifestaciones que
inundaron el centro de Barcelona los días 8 y 29 de octubre.
La
maledicencia connatural a los portavoces independentistas y a sus
compañeros de viaje no se ha cansado de llamar “fascistas” a quienes se
manifestaron aquellos días o de sostener, al menos, que la inspiración,
organización y orientación de dichas manifestaciones era de claro signo
derechista.
El hecho de que el símbolo más profusamente exhibido por los
manifestantes fuera la enseña rojigualda (que, guste o no, es la
bandera constitucional) ha servido de pretexto para insistir en las
mencionadas descalificaciones. Olvidando, por un lado, que en esas
manifestaciones volvió a recuperar protagonismo la señera, que los
independentistas parecen haber olvidado sustituyéndola por la estelada
cuatricolor (cuyo origen derechista casi nadie recuerda); e ignorando,
por otro lado, que la tricolor republicana es apenas conocida por las
nuevas generaciones.
En cualquier caso, planteado el
conflicto en los términos en que lo ha hecho la ofensiva secesionista,
nada tiene de extraño que, cuando de defender la existencia misma de un
país se trata, coincidan en esa lucha personas de todo el espectro
ideológico.
Nadie parece escandalizarse, en el bando independentista,
ante la “extraña pareja” formada hasta ahora por Junts pel Sí y la CUP,
cuya legitimidad todos justifican invocando la famosa “transversalidad”
(eso que, en tiempos mejores para la política, se llamaba
“interclasismo”).
Pero las alianzas tácticas no deben
hacer perder de vista los objetivos estratégicos de la izquierda. Por
ello es urgente contar lo antes posible con una izquierda que recupere
los valores que dan sentido a su existencia y que responda a los
intereses vitales de su base social, que son las capas subalternas, los
trabajadores en sentido amplio.
Una izquierda que acabe con la
discordancia entre los intereses de su base y las decisiones de sus
dirigentes. Una izquierda que dé voz a la masa silenciada hasta ahora
por el consenso nacionalista excluyente tejido durante años entre las
diversas fuerzas políticas de Cataluña.
Una izquierda cuya influencia en
la contienda electoral que se avecina contribuya a impedir una nueva
mayoría parlamentaria secesionista desde un programa de auténtica
regeneración democrática en que libertad, igualdad y fraternidad sean la
divisa fundamental, en que todas las diferencias puedan convivir sin
exclusiones contribuyendo por igual al bienestar común.
A este respecto, parece suficientemente
probado que la mencionada “nueva izquierda” no ofrece ninguna garantía
de cumplir ese papel. Su supeditación al interés partidista de crecer a
expensas de otras opciones políticas cuyo espacio disputan la ha llevado
progresivamente a aliarse en diversos grados con los impulsores del
secesionismo, cuyas faltas excusan por el simple hecho de que el
gobierno central al que se enfrentan está en manos de un partido de
derechas (al que, por cierto, tuvieron ocasión de desalojar mediante una
simple abstención parlamentaria y se negaron a hacerlo).
Sus propuestas
de “referéndum pactado” son una forma encubierta de defender el derecho
de secesión sin pasar por un debate constitucional que es realmente
necesario en España, pero no tanto (aunque también) para resolver
conflictos territoriales como para atacar las desigualdades sociales
contra las que la actual Constitución no protege suficientemente a la
ciudadanía.
Sus propuestas, ya hechas públicas, de construir alianzas
“de progreso” con partidos como ERC, que de izquierda sólo tiene el
nombre y cuyo único objetivo constatable es el de segregar Cataluña de
España, demuestran hasta qué punto es un sarcasmo que quienes eso dicen
pretendan ser considerados de izquierdas.
Desde nuestra voluntad de contribuir a
que ese enfermo social que es España se recupere (condición previa para
lo cual es impedir que se le amputen miembros, como algunos pretenden),
hacemos un perentorio llamamiento al electorado de izquierdas de
Cataluña a que no eluda la grave responsabilidad que la historia ha
cargado sobre sus hombros y vote masivamente el 21 de diciembre teniendo
presentes estas consideraciones. En su buen criterio confiamos.
ASEC/ASIC (Barcelona, 7 de noviembre de 2017)"
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