"Hace 5 años pensé que Cataluña era un buen lugar para
que mi pareja y yo nos instaláramos. Él, mallorquín que había vivido
hasta en seis Comunidades Autónomas diferentes a lo largo de su vida,
incluidos muchos años en Barcelona, donde sus padres se establecieron
hace más de 30. Yo, nacida en Madrid, pero poco dada a las identidades
regionales o nacionales, ya que siempre había trabajado en entornos
internacionales y había residido varios años en el extranjero. Aquí
creamos nuestra familia y aquí es dónde nuestras dos hijas han vivido
desde su nacimiento. (...)
En la boda de una de mis mejores amiga, también
madrileña, hace unos años leí un texto de Lluís Llach porque lo
considerábamos un referente.
Mi
marido y yo comenzamos nuestra etapa catalana ilusionados: me apunté a
clases de catalán, nos esforzamos por conocer los lugares, las
tradiciones y costumbres del lugar que habíamos escogido para vivir.
Quisimos integrarnos y no vivir en guetos castellano-parlantes. Veíamos
el paulatino florecimiento de banderas independentistas en los balcones
como algo exótico.
Entendíamos
el nacionalismo catalán como un verdadero órdago independentista, pues
muchas personas afines a él nos decían abiertamente que era el medio más
eficaz para conseguir mejoras económicas, aunque realmente su objetivo
no era independizarse. Después empezaron a llegar primero las sorpresas,
luego la estupefacción y, finalmente, una gran decepción.
La
primera sorpresa se produjo cuando tuve que buscar un colegio para mis
hijas. Después de visitar al menos once, entre públicos y concertados,
comprobé que muchos de ellos en la sesión informativa se declaraban sin
rubor como un colegio 'catalanista'. No me imagino a ningún colegio
público de Madrid autodenominarse 'españolista'.
Observé también que de
las paredes tan solo colgaban mapas de Cataluña y ninguno de España ni
Europa. Comprobé también que en la gran mayoría de ellos se empezaba a a
estudiar antes el inglés que el castellano, al que en primaria se
dedicaban dos horas de enseñanza a la semana.
Sorpresa,
cuando antes del 9N, activistas de la ANC llamaron a mi puerta, para
hacerme una 'encuesta' sobre la independencia. La primera pregunta fue:
'Cuando Cataluña sea independiente tendremos 16,000 millones más para
gastar, ¿en que te gustaría invertirlos?' Todas las siguientes seguían
el mismo esquema: una afirmación propagandística que se daba
absolutamente por cierta, seguida de una pregunta trampa.
Sorpresa,
cuando empezaron a proliferar casi cada fin de semana diversos eventos
independentistas. Carreras populares, paellas, sardanas, ferias; se
politizaba y se monopolizaba el espacio público para la causa. Se
repartían globos y panfletos cada día fin de semana como si estuviéramos
en una campaña electoral permanente.
Tenía que negarme a que miembros
de la ANC se nos acercaran para que no les dieran globos a mis hijas. Y
todo ello se consideraba moderno y revolucionario.
Después
llegó la estupefacción, cuando mi hija con 4 años me preguntó por qué
los otros niños eran catalanes y ella no ¿De dónde sacó una afirmación
semejante una niña que piensa que cada ciudad es un país, porque no
distingue el concepto de barrio del de provincia o país y no tiene aún
una identidad plenamente desarrollada?
¿Cuál es el criterio que hace que
mi hija, que solo ha vivido en Cataluña, sea o no sea catalana?
Prefiero pensar que no se lo dijo ningún profesor, y que vino de algún
comentario inocente de un niño al ver que prefiere hablar castellano,
pero no deja de ser un claro síntoma la obsesión identitaria en todos
los ámbitos de esta sociedad.
Asombro
cuando el viernes 29 de octubre recibimos a través del grupo de washap
del colegio de mis hijas una invitación para pasar el fin de en una
'fiesta para pasarlo bien en familia', dentro de los colegios públicos.
Y
más asombro cuando protesté, ya no por el objetivo de la 'fiesta', si
no por la manipulación que suponía venderlo como una actividad lúdica
para familias y me increparon que tan solo estaban mandado una
'información objetiva' para el que le interesara. Asi es la vara de
medir la objectividad para algunos.
Incredulidad
cuando personas de mi entorno, totalmente privilegiado comparado con la
realidad española -vivo en la segunda cuidad con mas renta per cápita
de toda España- con trabajo, con sueldos decentes, que han viajado y
tenido oportunidades, empezaron a autodenominarse 'oprimidos por el
Estado español'.
No puedo más que reírme cuando veo a jóvenes de mi
empresa, que vienen a trabajar en un coche caro, que han estudiado
íntegramente en catalán, que han viajado por Europa son su pasaporte
español, que se ha podido apuntar a cualquier asociación de cualquier
signo y manifestarse en la calle tantas veces como han querido, y que
han conseguido todo esto en el contexto de una Cataluña dentro de
España, autodenominarse 'oprimidos'.
Más
incredulidad cuando leo a algunos de ellos pidiendo ayuda desesperada
por su Facebook a amigos de otros países ante "los atropellos del Estado
español". Todos ellos votaron en el 1-O y ninguno recibió ni un golpe,
pero sí muchos aplausos. También se hicieron muchos selfies para compartir con los amigos.
Estupefacción,
cundo una madre del colegio me contaba lo bien, libre y feliz que había
crecido en Cataluña siendo parte de España, pero que aun así, iba a
luchar por la independencia por 'la libertad del país'. Al preguntarle
qué era tal cosa me explicó que dicha libertad consistía en "hacer sólo
lo que nosotros queramos
Yo no conozco la libertad de un país más allá
de la suma de la libertades de los individuos que lo componen, ni sé
quién son 'nosotros', puesto que si hay una 'libertad superior' que se
impone a la de los individuos, muchas personas perderán
irremediablemente la suya.
Finalmente
he sentido indignación cuando he visto a Franco resucitado en fotos y
carteles propagandísticos, en discursos políticos y ciudadanos.
Indignación cuando una compañera de trabajo me acuso por primera vez en
mi vida de ser cómplice del franquismo.
¿Perdón? Cuando yo nací, Franco
estaba muerto. Soy hija, como muchos, de padres que lucharon por salir
de una dictadura y por darnos las libertades que ellos no tuvieron. No
entendido como se puede ser franquista después de Franco y reconozco que
jamás Franco fue parte de ninguna conversación ni opción política, ni
siquiera para los muchos conocidos que tengo del PP, hasta que he
llegado a Cataluña, dónde de repente me han colocado en ese bando, tan
opuesto a mi ideología.
Dicen
que España abandonó a Cataluña y muchos independentistas dicen que los
'hemos perdido'. Yo también me siento abandonada y decepcionada por esa
Cataluña de mentiras y sueños irracionales e imposibles, y que me ha
hecho cuestionarme si esto sigue siendo un buen lugar para vivir, como
pensé hace 5 años.
Esta Cataluña también me 'ha perdido', pero no me
iré, me quedare aquí, al lado de los que no quieren ver a su tierra
convertida en un país al borde del abismo moral y económico, aunque sé
que nos tocara luchar para defender nuestros derechos y contraatacar un
discurso falso pero muy bien financiado. Para que mis hijas puedan
crecer aquí en libertad." (
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