"La ruina económica sería el segundo problema. Gravísimo, demoledor, devastador sin duda, pero el segundo. Muy lejos del desastre social y moral que supondría la inevitable marginación de la mayoría de la población catalana, desafecta al nuevo régimen.
Marginación imprescindible, sí. Porque si “todas las fronteras son cicatrices marcadas a sangre y fuego”, como dijo Josep Borrell,
más lo han de ser las que se quieran crear en contra de la opinión y el
sentimiento de un sector inmenso de ciudadanos de dentro del propio
territorio que se pretende desgajar.
Si ese sector no solo es amplísimo,
sino que es directamente mayoritario, como en Cataluña, la labor de “limpieza ideológica” que habrían de impulsar los dirigentes de la nueva patria necesariamente debería ser brutal.
A los vascos ya nos los explicaron clarito clarito en su momento, cuando Xabier Arzalluz declaró en el año 2000 al semanario alemán Der Spiegel
que, en una Euskadi independiente, los vascos que quisiéramos seguir
siendo españoles seríamos tratados "como se trata hoy a los alemanes en
Mallorca" y que aquellos que no quisieran adoptar la nueva y excluyente
nacionalidad vasca “podrían participar en elecciones municipales e
incluso ser alcaldes, pero no podrían votar para el Parlamento Vasco".
Si algo no se le pudo reprochar nunca a aquel líder del nacionalismo vasco fue su falta de claridad. Ya podía aprender Puigdemont al escribir cartas.
Las minorías, cuando son pequeñas y no
pueden ni soñar con dirigir el país, resultan incluso pintorescas y
funcionan muy bien como escaparate de una supuesta tolerancia. Pero ésta
se esfuma del todo cuando su número y su arraigo son grandes.
Y no
digamos cuando simplemente son compatriotas de siempre y -encima-
mayoría. Es entonces cuando toca apelar a las esencias, señalar como traidores a su patria a todos los que no tragan y aplicarles el correctivo que corresponda, que nunca viene acompañado de sonrisas.
Cuando los convecinos se niegan a ser extranjeros en su propia tierra hay que emplear, sí o sí, el manual de liquidación del disidente,
que empieza por el ostracismo social y el acoso en la calle (como ya se
hace con quienes se han manifestado contrarios al 'procés') para pasar a
continuación a las siguientes fases de anulación, que vendrían seguro,
que dejo al conocimiento de la historia de los lectores y que culmina
con algún tipo de solución final.
No hay otra forma. Porque es imposible
construir un país a sabiendas de que la mitad de su población podrían
ser quintacolumnistas del siempre imprescindible enemigo de cuernos y rabo que, en este caso, es España. (...)" (Carlos Gorostiza , Vox Populi, 25/10/17)
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