"Nosotros solo pretendemos un nuevo modelo de financiación y el reconocimiento de la asimetría territorial de España. Si accedieran a estas concesiones, acababa ahora mismo el enfrentamiento con el Gobierno central”, se confesaba un alto dirigente de Convergència.
“Son básicamente cuatro puntos: el primero, una distribución equitativa
de la riqueza teniendo en cuenta la renta per cápita de cada comunidad
autónoma; segundo, garantías para el mantenimiento del Estado del
bienestar; tercero, un paquete de medidas de lucha contra la corrupción,
y cuarto, la confirmación de la singularidad de determinadas
comunidades históricas”.
Esta declaración, que algunos situarían
en el albur de los tiempos, no se remonta tan atrás, ni siquiera es
previa a la conocida reunión que mantuvieron Mariano Rajoy y Artur Mas
hace dos años y medio en La Moncloa, 20 de septiembre de 2012, espoleta de esa carrera independentista en la que se embarcó el nacionalista (“El diálogo no ha ido bien. Lo digo no contento, más bien triste”),
después de que el líder del Ejecutivo le dijera ‘nones’ a un nuevo
pacto fiscal.
Estas declaraciones son mucho más cercanas, de hace cinco
minutos, es decir, coincidentes en el tiempo con un nuevo Gobierno
catalán que amenaza con desconectarse de España en un abrir y cerrar de
ojos.
¿Cómo casa esa puerta abierta al entendimiento con la espada de una declaración unilateral de independencia? “Los plazos son relativos.
¿Te has fijado? El de 18 meses para la desconexión es el único plazo de
la historia que jamás avanza. Siempre ha sido de 18 meses. Lo era hace
un año, hace dos… Siempre son 18 meses. Fíjate ahora en Oriol Junqueras.
Dice que su Agencia Tributaria estará lista… ¡en 30 meses!”.
Después de unos pésimos resultados autonómicos, del desfile de
imputados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) por
desobediencia en la consulta del 9-N, del vodevil antisistema de la CUP
para sustentar la Generalitat y de la inmolación 'in extremis' de Artur
Mas, después de una cascada de despropósitos que han dejado el escenario
político catalán casi tan devastado como la ciudad siria de Homs,
algunos independentistas del núcleo duro de la antigua Convergència han
recuperado de repente el resuello institucional.
Se trata, en realidad, de un discurso que no difiere sobremanera del exhibido por el PNV
este fin de semana en Pamplona, donde abogaba por una “segunda
transición” para encajar el País Vasco, Cataluña y Galicia, y un mayor
autogobierno mediante vías legales y pactadas con el Estado.
“Esto se arregla con otros Pactos de la Moncloa”,
continúa el de CDC, “no solo para solventar la situación de bloqueo en
que se encuentra Madrid sino también para arreglar la cuestión catalana.
Con los cuatro puntos mencionados puestos negro sobre blanco, que no
son muy diferentes a los que Mas presentó a Rajoy en su visita a La
Moncloa, los nacionalistas podríamos suscribir sin problemas dichos
acuerdos.
De toda Cataluña, habría dos terceras partes que no tendrían
problema en rubricar la ‘paz’ con España. Hay otra tercera parte,
la más independentista, a la que no le gustaría, pero tampoco se
echaría al monte. Yo formo parte de esa tercera parte y ten por seguro
que no me saldrían sarpullidos”. (...)" (Nacho Cordero, El Confidencial, 16/02/16)
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