"De todo este espectáculo de circo político que sitúa a las instituciones
catalanas al borde de competir, y con gananciales, en la clase política
más corrupta de esta zona europea del Sur, Sicilia por ejemplo, lo que
más me llamó la atención no fueron los tres meses de chalaneo, ni las
mentiras, ni la ocultación a la ciudadanía de lo que se estaba cociendo.
No, nada de eso. (...)
Lo que me dejó estupefacto es el califato que le montaron a
un tipo que jamás nadie, ni él mismo, hubiera pensado que llegaría a
ser nombrado presidente de la Generalitat por un procedimiento digno de
una tenida siciliana en Catania, ni siquiera en Palermo, ciudad de
postín.
Ese mismo chico listo, Carles Puigdemont, buen conocedor de los
usos del país desde el carlismo, designado digitalmente por los poderes
fácticos de la mafia local, a las 18 horas del pasado domingo, apenas le
cayó el dedazo, que dirían en México, ¿quieren ustedes creer que ya
tenía a los plumillas más notorios de los medios de manipulación con una
biografía terminada, en la que los elogios alcanzaban hasta su hermano,
¡pastelero conocido en medio mundo porque nació en Amer, un pueblecito
de Gerona!
La pastelería está tan ligada a nuestra cultura que tenemos
poetas y hasta políticos, aunque por lo demás llamar “pastelero” a
alguien suena a ofensivo a menos que se dirija a la CUP, que se han
ganado en apenas tres meses el título de “maestros pasteleros del
Principado”.
No conozco otro caso con tal velocidad para el elogio,
desde el franquismo, al inefable periodista gallego, Victoriano
Fernández Asís, insuperable en las entrevistas a las autoridades.
Este
país se está muriendo mientras las mamás, las suegras, las abuelas,
todas esas señoras que adoran al querubín patriótico, no se cansan de
escuchar las monsergas de sus criadas ejerciendo de plumillas.
En estos
días de humillación y vergüenza ciudadana debo destacar la excepción de
Josep Cuní, que en una entrevista al inefable Joan Tardà –“el ogro del
españolismo tertuliano”– logró convertir a este Pavarotti de la inanidad
en una tórtola achicado por el peso de unas preguntas de verdad y unas
respuestas dignas de un tartufo que no tenía instrucciones sobre qué
decir; porque pensar es una tarea que le excede y para la que no cobra.
Fue uno de los pocos momentos gratificantes durante unos días en los que
el gremio periodístico cumplió su papel de querida sin amante conocido.
Cuando un president, como Artur Mas, ha llegado a su punto
más bajo de humillación, consciente de que será pronto carne de
tribunales como lo fue su padre, delincuente probado, como lo son sus
instructores, la devota familia Pujol que le inventó y no cumplió las
expectativas, cuando un hombre así ocupa el cargo más importante de una
sociedad que se cree culta, honrada, respetuosa con las leyes y con los
contratos en negro, que diga como resumen de la estafa:
“Hemos logrado
negociando lo que las urnas no nos dieron”, es que estamos en la vieja
Sicilia tan vinculada a usos, costumbres e historias españolas.
El montaje de las elecciones autonómicas del año pasado
exigiría un análisis minucioso que desvelaría la miseria política de una
clase corrupta, dispuesta a todo para que no les retiren la impunidad.
Un presidente que se presenta de número tres, o cuatro, ni me acuerdo.
Sustituido por otro en aplicación del sindicato de las prisas, también
número 3 por Girona. Música: unos pánfilos radicales que hacen de
palanganeros para sostener la impostura. ¡Y ganan!, pero no lo
suficiente. Ya es bastante que ganaran para demostrar a qué niveles de
deterioro político hemos llegado. Les falló la ambición plebiscitaria
que ellos mismos se habían planteado.
¡Qué sucedió para que todos
consideraran que se pasaban los resultados del fallido plebiscito por el
arco de triunfo y que la monja tornera, Carme Forcadell, declarara la
República Catalana! ¡Qué importa la minucia de unos tantos por ciento si
la historia nos pertenece!
Estaba cantado. Cuando un supuesto grupo de
izquierda se plantea el dilema de mejorar la situación de los
trabajadores o nacionalizar los bancos, es obvio que no se hará ninguna
de los dos cosas, pero a ellos los subvencionarán.
Seguí con interés esas negociaciones entre lo que creíamos
nuevo –la CUP– y lo que de tan viejo y corrupto se caía, Convergència y
la asociación de trepas rebotados de toda Catalunya, Esquerra
Republicana, un partido que nació para la traición y la trampa. La gente
joven, o no tanto, se pregunta cómo fueron posibles esos largos
conciliábulos para llegar a convertirse en los caganers del belén que
fueron durante la campaña electoral.
Muy sencillo. El valor de una
asamblea es efímero, como los bellos pensamientos. Luego está el tejido
de intereses. Dan un pasito adelante los Julià de Jòdar, con una
sencilla pregunta, ¿no sería mejor “para las clases populares” que
alguno de nosotros aceptara el juego, mientras los demás conserváis las
esencias?
Ay, las esencias. Se van con el aire y están para eso. Un
aroma, un instante, un guiño, un me he equivocado… pero a lo hecho,
pecho, que queda mucha batalla por ganar.
El problema de los caganers electorales de la CUP consistió
en que, embelesados por el espectáculo que se les ofrecía, se lo
hicieron encima. El olor de la CUP durará más de lo que sus creadores
pensaron nunca; la mierda, como el hedor, no se reparte, cada uno se
queda con lo suyo.
Otro dilema escolástico de la posmodernidad: hacerse a
balón pasado. ¿Te acuerdas de lo divertido que era Baños, el rey de la
improvisación, que siempre tenía respuesta para todo? ¿Y el abrazo de
David Fernàndez a un Artur Mas exultante? En política el corazón, cuando
se arruga, es que tiene pliegues que amenazan su supervivencia.
Mala época nos ha tocado vivir. Por sucia, sobre todo por
sucia. Porque nadie quiere hablar claro y decir su aspiración: “Quiero
seguir viviendo de la Generalitat en sus múltiples facetas, es lo mejor
para mí y para Catalunya. Y como Catalunya y yo somos como madre e hijo,
¡qué tiene de malo proclamarlo!
La independencia me promete una
seguridad incontestable, y como no leo ni escucho más medios que los
míos, es decir, los subvencionados por la Generalitat, no tengo razones
para dudar”. (Gregorio Morán, La Vanguardia, 16/01/16)
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