"(...) el acuerdo ha significado una victoria importante de CDC, una dulce derrota de ERC y una derrota por goleada de la CUP. No se trata, claro está, del final de la guerra, sino de una primera gran batalla, que marcará los próximos tiempos.
Marcada a fuego por el miedo de nuevas elecciones y el miedo a los
Comunes y a un nuevo Tripartito, Convergència ha evitado un más que
probable batacazo electoral, que hubiera podido poner en riesgo, en este
contexto, su misma supervivencia, y ha mantenido el control del
Gobierno y del proceso soberanista, eligiendo un dirigente fiel y
cercano al mismo Artur Mas.
Además, CDC, que se encuentra en la mayor crisis política de su
historia, podrá afrontar los juicios por supuesta corrupción que le
afectan y que se abrirán en los próximos meses (caso Palau, caso Pujol, etc.) desde una posición de fuerza, controlando desde el Gobierno los medios de comunicación.
Aunque parezca una derrota del mismo Mas, que ha tenido que dar un
"paso al lado", me temo que el acuerdo a largo plazo signifique
exactamente lo contrario. Mas ha salvado a Convergència,
que puede aspirar a recuperar la centralidad de la política catalana, y
podrá dedicarse a refundar/renovar un partido en horas bajas,
permitiéndole un lavado de cara que le quite los escombros del
pujolismo. La renuncia a su acta de diputado lo explica de sobra.
Una refundación que tendría en los alcaldes su punto de fuerza,
promoviendo la participación de las bases a través de unas primarias,
con el objetivo de competir con ERC en la Catalunya interior y de frenar
la expansión de los Comunes.
En primavera es posible que se celebre el congreso de CDC, donde, por
cierto, habrá una lucha nada amable por la sucesión, con las posibles
candidaturas de dos dirigentes cercanos a Mas, aunque con perfiles
distintos, como Jordi Turull y Germà Gordó.
Para más inri, el ya
expresidente de la Generalitat ha afirmado que no se retira de la
política, así que no es baladí pensar que tras una legislatura corta
pueda volver por la puerta grande, como futuro
presidente de una República catalana o, más sencillamente, como
candidato convergente en unas nuevas elecciones autonómicas.
Y aquí nos encontramos con una de las cuestiones más complejas: el papel que jugará Puigdemont. Aún no sabemos si será el Medvedev de la política catalana
que volverá a sus tareas tras una designación que se ha presentado como
temporal y con fecha de caducidad o, al contrario, si será un dirigente
con una autonomía propia que quiere marcar los tiempos de la política
catalana y también los de Convergència.
Efectivamente, si por un lado ha cuajado la idea de que Mas eligió a
dedo a Puigdemont, por otro lado circulan voces de que ha sido
Convergència la que ha obligado a Mas a que abandone. Puigdemont
lideraría, en esta supuesta interpretación, una corriente del partido,
radicada fuertemente en Girona y bien conectada con el asociacionismo
independentista –no se olvide que Puigdemont es presidente desde julio
de 2015 de la Associació de Municipis per la Independència (AMI)–, que
quiere abrir una nueva etapa, deshaciéndose de todo lo que huele a
pujolismo, Mas incluido.
Los próximos meses, en que Convergència tendrá una estructura
bicéfala al estilo del PNV, serán clave para poder entender el rumbo que
toma el viento. Pesará en todo esto el recuerdo de la sucesión de Pujol
y se deberá ver qué papel jugará el partido respecto al viejo y al
nuevo líder.
Victoria pírrica de ERC
Aunque se venda de cara a la militancia como un gran éxito, para ERC
el acuerdo significa una victoria pírrica. Es cierto que ERC ha entrado
en el Gobierno y controla áreas importantes, como la de Economía, en
manos de Oriol Junqueras.
Sin embargo, es aún más cierto que de esta
forma no ha conseguido el tan anhelado sorpasso electoral a CDC en unas
autónomicas y la conquista inmediata de la centralidad en el espacio soberanista.
Y, sobre todo, ha impedido una posible reconfiguración del tablero
político catalán, donde se habría podido crear una mayoría de
izquierdas, con el apoyo de los Comunes, centrada en el derecho a
decidir y en el referéndum, y no en la independencia. (...)
Por lo que respecta a la CUP, pese a lo que dicen los dirigentes de
la formación anticapitalista, la firma del acuerdo con JxS no es nada
más que una derrota por goleada.
Si es verdad que los cupaires han conseguido la cabeza de Mas y han
evitado la repetición de elecciones ("ni Mas ni marzo"), es verdad
también que han pagado un precio altísimo. Una humillación en toda
regla, firmada en un documento que, pase lo que pase, quedará para la
historia.
Admitir los errores y aceptar ceder dos diputados al grupo
parlamentario de JxS para garantizar la estabilidad del futuro Gobierno,
atando así la formación a las decisiones del nuevo Ejecutivo, es una
capitulación en toda regla.
Y no vale la elección de un presidente que
es de Convergència y que es conocido por sus políticas reaccionarias en
los cinco años que estuvo en la Alcaldía de Girona, ni un plan de choque
social de apenas 270 millones, es decir, el 4% de lo que la CUP pedía
en su programa electoral. (...)
De todos modos, con su decisión, primando la nación sobre la clase, la
CUP no ha enviado a Mas al "basurero de la historia". Al contrario, ha
salvado a Convergència de una posible desaparición. O, al menos, de otra
"travesía en el desierto" de la oposición." (Steven Forti, historiador y analista, Diagonal, 25/01/16)
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