"Podríamos situar el nudo de esta historia en una fecha: el 6 de
noviembre de 1988, domingo. Ese día, varios vecinos de Santa Coloma de
Gramenet apedrearon la comitiva automovilística de Jordi Pujol. Pujol
bajó del coche, se encaró con uno de ellos e hizo un despliegue de
autoridad. Mandó callar y callaron.
La prensa, en especial la
conservadora, se entusiasmó con la exhibición de poder del presidente de
la Generalitat. Otros interpretaron la escena como la humillación de
unos pobres ciudadanos charnegos, cargados de razón en sus
reivindicaciones, ante el gran señorito catalán. Fue un suceso
polisémico, tanto como lo es hoy el término charnego.
Gabriel, uno de los que lanzaron piedras, fue el hombre interpelado
por Pujol. Llevaba un jersey rojo y era fácil de identificar. Su imagen
pasó una y otra vez por las televisiones. Hoy puede seguir viéndose en
YouTube. Después de aquello, el pobre Gabriel pasó noches sin dormir. Se
sentía avergonzado. El escritor y periodista Javier Pérez Andújar (Sant
Adrià del Besós, 1965), recuerda su propio sentimiento de humillación
al ver las noticias.
Aquellos a quienes Francisco Candel llamó los otros catalanes, los que hablaban castellano, habían tenido que postrarse por enésima vez. Gabriel murió hace unos años. Jesús estaba entonces en la asociación de vecinos y recuerda la protesta. «Nos faltaba de todo», dice.
El viejo autobús no podía subir la cuesta hasta la cima de Can Franquesa. Las casas eran húmedas. Había corrimientos de tierras por la lluvia. Cuando se establecieron en ese monte no tenían ni agua corriente. Las mujeres se manifestaban durante el día; por la tarde, al concluir la jornada laboral, se sumaban los hombres.
«Sufrimos porrazos, pelotazos de goma, de todo; aquí lo pasábamos bastante mal», comenta Jesús. «Todo nos ha costado sangre». Ese domingo, Pujol fue al barrio para poner la primera piedra en una ruta de senderismo. Eso encabronó al vecindario. Y pasó lo que pasó. «Nos acusaron de reaccionarios por protestar, dijeron que éramos indeseables».
Santa Coloma es hoy otra cosa. Nada recuerda la vieja ciudad dormitorio atormentada por la violencia y la heroína, la ciudad a la que un grupo llamado Pisando Fuerte dedicó la canción Santa Coloma Primer Reich. Ahora hay servicios decentes y una gran colonia china. Can Franquesa dispone de ascensor urbano y autobuses y en las casas ya no entra agua.
Las vistas desde lo alto son espléndidas. Jesús se jubiló y regresó a su ciudad natal, Écija, en Sevilla, pero vuelve con frecuencia para visitar a sus cinco hijos. Hoy no puede votar porque está censado en Écija.
Si votara en Barcelona respaldaría la independencia. «Por crear una República», explica. «En su tiempo ya nos manifestábamos por la libertad, la amnistía y el Estatut de autonomía». Entre sus hijos hay de todo. Uno «más catalán que Pujol» y rotundamente independentista, otros muy opuestos a la separación.
Pese a lo mal que lo pasaron en Can Franquesa, Jesús afirma que nunca se sintió discriminado. «Hay que tener en cuenta cómo nos trataban en nuestros lugares de origen. Cuando llegué aquí nos ofrecieron trabajo a mí y a mi esposa, con sueldos fijos, y una guardería gratuita».
Esa percepción es curiosa. Joaquima Utrera, veterana periodista, llegó a Badalona en 1964, con ocho años, procedente de Puebla de Sanabria (Zamora), y no recuerda tampoco discriminaciones: «En Badalona éramos casi todos inmigrantes, iguales los unos a los otros». El año pasado publicó un libro de recuerdos titulado, precisamente, Charnegos.
En la conversación con Utrera surge la expresión «charnego agradecido», especialmente despectiva. Salvando las distancias, equivale a la expresión «tío Tom» entre los negros estadounidenses. «Llevaba tiempo sin oírla y ahora está reapareciendo», dice. «Se reabren las cicatrices y percibo una importante fractura sentimental».
La palabra charnego tuvo, en otro tiempo, un significado muy concreto. Era un término, cargado de xenofobia, con el que los catalanohablantes definían a los obreros que llegaban a Cataluña desde otras regiones españolas. Más tarde definió un segmento del electorado más o menos vinculado con la periferia barcelonesa y el Partido Socialista. Y, finalmente, se convirtió en un fenómeno polisémico.
Puede significar muchas cosas, aunque estrictamente ya no signifique nada. De hecho, en la Candidatura de Unidad Popular (CUP), la más rupturista e independentista, se esgrime como autoirónico símbolo de orgullo. Su anterior líder se apellida Fernández. El actual, Baños.
El escritor y periodista Guillem Martínez acuñó a principios del Siglo XXI la expresión charnego power para definir a las nuevas generaciones teóricamente charnegas, gente catalanohablante –la política de inmersión lingüística en la escuela acabó con la fractura idiomática– y universitaria.
Pérez Andújar, en conversación con Guillem Martínez, dijo que el charnego ya no se definía por el idioma, sino por el ámbito social. «Yo soy charnego, ser charnego consiste en que no eres pariente de nadie ni has estudiado con nadie. No perteneces a la casta del mandarinato».
Antonio Baños, de 48 años, cabeza de lista de la CUP, aporta matices: «Podríamos hablar del charneguismoilustrado de quienes, como yo, pertenecen a la primera generación de la familia que va a la Universidad».
Baños señala que en las aulas universitarias «nos mezclábamos todos, los del Ensanche y los de Nou Barris», y subraya que la CUP no sólo ataca a la caverna española: «También hay una caverna catalana». Está tan en contra de Madrid como de Bruselas. «El cambio social y el cambio nacional son lo mismo», asegura, «queremos romper con las élites de fuera y con las élites de dentro».
Para él, como para Pérez Andújar y otros, los antiguos charnegos pueden experimentar la no pertenencia a la casta catalana, pero no la exclusión social. «Cornellá ya no es un barrio castellanoparlante, sino un barrio multinacional.
Los inmigrantes de ahora, los que proceden de cualquier lugar del mundo, sí están realmente excluidos, forman un lumpenproletariado completamente alienado para el que no existe ni denominación despectiva».
Volvamos a lo del «charnego agradecido». Gregorio Morán publicó hace un par de años una selección de sus crónicas en La Vanguardia bajo el título La decadencia de Cataluña (contada por un charnego). Evidentemente, Morán, que se instaló en Barcelona hace un cuarto de siglo y llegó ya como periodista notable, no puede haber experimentado discriminaciones socioeconómicas.
Se alinea con los charnegos por una cuestión lingüística y, sobre todo, por esa incómoda obsesión del catalanismo con la «integración» de los foráneos. ¿Qué significa integrarse? En otros sitios, cumplir la ley y ser un ciudadano más. En Cataluña significa aceptar en todo o en parte el imaginario catalanista.
Gregorio Morán no suele ser amable en sus textos, pero se muestra especialmente duro con Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) y le acusa de ser un charnego agradecido por haber creado gran parte de la mitología catalana contemporánea: el Barça como símbolo nacional, la Cataluña rotundamente antifranquista, la gastronomía como valor atávico de una sociedad con características supuestamente únicas…
Ha pasado medio siglo desde que Juan Marsé estableció, en Últimas tardes con Teresa, el arquetipo del joven inmigrante rabioso, seductor, marginal y subversivo, el Pijoaparte, tan fascinado como asqueado ante la juventud catalana de buena familia. En 2008 murió Francisco Casavella, un escritor que describió de forma brillante la Barcelona mestiza.
La Barcelona cosmopolita, tolerante y progresista –no confundir con la vigente Barcelona turística– de los años 60 y 70, añorada por muchos, estaba en realidad tan repleta de xenofobia, mezquindad y conflictos sociales como puede estarlo ahora, pero entonces se notaba poco.
Como la palabra charnegotiene hoy un sentido casi exclusivamente cultural, los independentistas privilegian un insulto que salta por encima de diferencias lingüísticas y sociales. «Sobre todo en Girona, donde el independentismo es pujante, el nuevo insulto descalificatorio es español», comenta Guillem Martínez.
Se puede acusar de español tanto a un burgués catalanohablante apellidado Barrufet i Bufarull como a un obrero jubilado de origen andaluz y de apellido García. Donde había charnegosy catalanes hay ahora españoles y catalufos. La distinción es exclusivamente política." (Enric González, El Mundo, 27/09/2015)
Aquellos a quienes Francisco Candel llamó los otros catalanes, los que hablaban castellano, habían tenido que postrarse por enésima vez. Gabriel murió hace unos años. Jesús estaba entonces en la asociación de vecinos y recuerda la protesta. «Nos faltaba de todo», dice.
El viejo autobús no podía subir la cuesta hasta la cima de Can Franquesa. Las casas eran húmedas. Había corrimientos de tierras por la lluvia. Cuando se establecieron en ese monte no tenían ni agua corriente. Las mujeres se manifestaban durante el día; por la tarde, al concluir la jornada laboral, se sumaban los hombres.
«Sufrimos porrazos, pelotazos de goma, de todo; aquí lo pasábamos bastante mal», comenta Jesús. «Todo nos ha costado sangre». Ese domingo, Pujol fue al barrio para poner la primera piedra en una ruta de senderismo. Eso encabronó al vecindario. Y pasó lo que pasó. «Nos acusaron de reaccionarios por protestar, dijeron que éramos indeseables».
Santa Coloma es hoy otra cosa. Nada recuerda la vieja ciudad dormitorio atormentada por la violencia y la heroína, la ciudad a la que un grupo llamado Pisando Fuerte dedicó la canción Santa Coloma Primer Reich. Ahora hay servicios decentes y una gran colonia china. Can Franquesa dispone de ascensor urbano y autobuses y en las casas ya no entra agua.
Las vistas desde lo alto son espléndidas. Jesús se jubiló y regresó a su ciudad natal, Écija, en Sevilla, pero vuelve con frecuencia para visitar a sus cinco hijos. Hoy no puede votar porque está censado en Écija.
Si votara en Barcelona respaldaría la independencia. «Por crear una República», explica. «En su tiempo ya nos manifestábamos por la libertad, la amnistía y el Estatut de autonomía». Entre sus hijos hay de todo. Uno «más catalán que Pujol» y rotundamente independentista, otros muy opuestos a la separación.
Pese a lo mal que lo pasaron en Can Franquesa, Jesús afirma que nunca se sintió discriminado. «Hay que tener en cuenta cómo nos trataban en nuestros lugares de origen. Cuando llegué aquí nos ofrecieron trabajo a mí y a mi esposa, con sueldos fijos, y una guardería gratuita».
Esa percepción es curiosa. Joaquima Utrera, veterana periodista, llegó a Badalona en 1964, con ocho años, procedente de Puebla de Sanabria (Zamora), y no recuerda tampoco discriminaciones: «En Badalona éramos casi todos inmigrantes, iguales los unos a los otros». El año pasado publicó un libro de recuerdos titulado, precisamente, Charnegos.
En la conversación con Utrera surge la expresión «charnego agradecido», especialmente despectiva. Salvando las distancias, equivale a la expresión «tío Tom» entre los negros estadounidenses. «Llevaba tiempo sin oírla y ahora está reapareciendo», dice. «Se reabren las cicatrices y percibo una importante fractura sentimental».
La palabra charnego tuvo, en otro tiempo, un significado muy concreto. Era un término, cargado de xenofobia, con el que los catalanohablantes definían a los obreros que llegaban a Cataluña desde otras regiones españolas. Más tarde definió un segmento del electorado más o menos vinculado con la periferia barcelonesa y el Partido Socialista. Y, finalmente, se convirtió en un fenómeno polisémico.
Puede significar muchas cosas, aunque estrictamente ya no signifique nada. De hecho, en la Candidatura de Unidad Popular (CUP), la más rupturista e independentista, se esgrime como autoirónico símbolo de orgullo. Su anterior líder se apellida Fernández. El actual, Baños.
El escritor y periodista Guillem Martínez acuñó a principios del Siglo XXI la expresión charnego power para definir a las nuevas generaciones teóricamente charnegas, gente catalanohablante –la política de inmersión lingüística en la escuela acabó con la fractura idiomática– y universitaria.
Pérez Andújar, en conversación con Guillem Martínez, dijo que el charnego ya no se definía por el idioma, sino por el ámbito social. «Yo soy charnego, ser charnego consiste en que no eres pariente de nadie ni has estudiado con nadie. No perteneces a la casta del mandarinato».
Antonio Baños, de 48 años, cabeza de lista de la CUP, aporta matices: «Podríamos hablar del charneguismoilustrado de quienes, como yo, pertenecen a la primera generación de la familia que va a la Universidad».
Baños señala que en las aulas universitarias «nos mezclábamos todos, los del Ensanche y los de Nou Barris», y subraya que la CUP no sólo ataca a la caverna española: «También hay una caverna catalana». Está tan en contra de Madrid como de Bruselas. «El cambio social y el cambio nacional son lo mismo», asegura, «queremos romper con las élites de fuera y con las élites de dentro».
Para él, como para Pérez Andújar y otros, los antiguos charnegos pueden experimentar la no pertenencia a la casta catalana, pero no la exclusión social. «Cornellá ya no es un barrio castellanoparlante, sino un barrio multinacional.
Los inmigrantes de ahora, los que proceden de cualquier lugar del mundo, sí están realmente excluidos, forman un lumpenproletariado completamente alienado para el que no existe ni denominación despectiva».
Volvamos a lo del «charnego agradecido». Gregorio Morán publicó hace un par de años una selección de sus crónicas en La Vanguardia bajo el título La decadencia de Cataluña (contada por un charnego). Evidentemente, Morán, que se instaló en Barcelona hace un cuarto de siglo y llegó ya como periodista notable, no puede haber experimentado discriminaciones socioeconómicas.
Se alinea con los charnegos por una cuestión lingüística y, sobre todo, por esa incómoda obsesión del catalanismo con la «integración» de los foráneos. ¿Qué significa integrarse? En otros sitios, cumplir la ley y ser un ciudadano más. En Cataluña significa aceptar en todo o en parte el imaginario catalanista.
Gregorio Morán no suele ser amable en sus textos, pero se muestra especialmente duro con Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) y le acusa de ser un charnego agradecido por haber creado gran parte de la mitología catalana contemporánea: el Barça como símbolo nacional, la Cataluña rotundamente antifranquista, la gastronomía como valor atávico de una sociedad con características supuestamente únicas…
Ha pasado medio siglo desde que Juan Marsé estableció, en Últimas tardes con Teresa, el arquetipo del joven inmigrante rabioso, seductor, marginal y subversivo, el Pijoaparte, tan fascinado como asqueado ante la juventud catalana de buena familia. En 2008 murió Francisco Casavella, un escritor que describió de forma brillante la Barcelona mestiza.
La Barcelona cosmopolita, tolerante y progresista –no confundir con la vigente Barcelona turística– de los años 60 y 70, añorada por muchos, estaba en realidad tan repleta de xenofobia, mezquindad y conflictos sociales como puede estarlo ahora, pero entonces se notaba poco.
Como la palabra charnegotiene hoy un sentido casi exclusivamente cultural, los independentistas privilegian un insulto que salta por encima de diferencias lingüísticas y sociales. «Sobre todo en Girona, donde el independentismo es pujante, el nuevo insulto descalificatorio es español», comenta Guillem Martínez.
Se puede acusar de español tanto a un burgués catalanohablante apellidado Barrufet i Bufarull como a un obrero jubilado de origen andaluz y de apellido García. Donde había charnegosy catalanes hay ahora españoles y catalufos. La distinción es exclusivamente política." (Enric González, El Mundo, 27/09/2015)
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