"La identidad ideada por los hermanos Arana tenía tres elementos
principales: una estirpe, una religión y una lengua.
Los apellidos se
fueron arrinconando, pues algunas de las familias que con más denuedo
defendieron el vasquismo resultaron ser de origen francés (Chalbaud) o
inglés (Horn); y el propio Luis Arana debió de cambiarle todos sus
apellidos a su esposa catalana. Y aunque resulte una caricatura la
película ‘Ocho apellidos vascos’, no deja de tener un fondo de verdad.
En cuanto al catolicismo, éste ha ido desapareciendo del ideario
nacionalista; aunque siga presente en el espíritu democrata-cristiano
que informa la praxis de gobierno del PNV; empezando por la mencionada
conferencia, que fue todo un canto al humanismo.
Para que sobreviviera lo fundamental del euskara, las autoridades
nacionalistas decidieron sacrificar la literalidad del vizcaíno que
hablaron los Arana, inventándose un idioma común –el batua– al estilo
del hebreo moderno desarrollado por las autoridades de Israel. Vascos y
judíos compartimos también numerosas diásporas, por lo que son muchos
más los judíos que hablan inglés que los que hablan hebreo, siendo así
mismo mucho más numerosos los vascos castellanoparlantes que los
euskaldunes.
Con más y menos justificación, parte de las poblaciones
judía y vasca comparten la convicción de estar en «peligro de
extinción»; razón por la cual muchos vienen apoyando la sistemática
intolerancia hacia los que no consideran suficientemente comprometidos.
Los judíos ultraortodoxos censuran a sus conciudadanos laicos por
inmorales y no ser suficientemente firmes frente a los palestinos;
mientras que muchos nacionalistas piensan que son «poco o nada vascos»
quienes no apoyan a los partidos separatistas. Dos categorías
autodesignadas de pertenencia al grupo.
El pasado domingo, un anciano trabajador bilbaíno que no pudo
aprender euskara de niño, y que lleva más de cincuenta años arraigado en
un pueblo guipuzcoano, se me quejaba de que todavía algunos le
incordian en la taberna diciéndole que no es vasco.
No es una excepción;
el vascuence se sigue empleando cotidianamente como elemento de
exclusión, pues se asocia su falta de dominio con desapego al pueblo.
Presión social que en el ámbito rural puede llegar a ser importante,
dado que son menores los ámbitos de socialización. (...)
En mi opinión el concepto de identidad, con su inevitable connotación
del ‘nosotros como oposición a ellos’ es el problema de fondo de la
intolerancia y desconfianza; en Euskadi y en todas partes. Las
identidades colectivas, incluidas las ‘historias nacionales’, se
elaboran alrededor de resistencias a enemigos reales o exagerados.
En
nuestro caso, la negación de los hechos singulares vascos por gobiernos
centrales en algunos periodos de los siglos XIX y XX no debería de
servir de excusa para seguir afirmando que una identidad española es
enemiga de la vasca o supone su negación. Para empezar, porque la
llamada ‘identidad española’, en singular, y tal y como la configuró el
franquismo, es una manipulación.
El escritor norteamericano Inman Fox,
en ‘La invención de España’ (1997) demostró cómo creaciones literarias y
artísticas fueron empleadas para formular un imaginario unitario
alrededor de Castilla. Lo mismo se puede decir del ‘Bizkaia por su
independencia’ de Sabino Arana; aunque sea de mucha menos calidad
literaria que las obras de Unamuno, Baroja o Maeztu.
En la actualidad
las personas nos identificamos con asuntos culturales y deportivos
provenientes de todas las partes del mundo, porque las comunicaciones
nos permiten elegir entre una amplísima oferta, porque se viaja y se
conoce a personas de lugares alejados y porque nuestras carreras
profesionales nos llevan de un lado para el otro. Por ello lo que nos
define es cada vez más complejo y –además– va mutando con la edad.
Hablar de identidad, en singular, y de forma estática, es un
despropósito. De la lucha entre los grupos sociales predominantes en el
campo tradicionalista (carlistas) y de las ciudades cosmopolitas
(liberales), que estuvo en el trasfondo de nuestras luchas del siglo
XIX, se ha pasado a una situación más compleja.
Por ejemplo, la
izquierda abertzale, de predominante implantación rural, mezcla
elementos identitarios tradicionales (el euskara y las decisiones
asamblearias) con causas globales (la ecología y el rechazo de las
multinacionales); también gobierna San Sebastián, ciudad de gran
tradición liberal, que cuenta con la arquitectura más afrancesada de
España.
Dado que cada vez tienen menor vigencia los estereotipos y las
identidades colectivas, los gobernantes deberían de interferir lo menos
posible en la decisión individual de cada persona sobre tratar de ser lo
que quiera." (EL CORREO 03/07/14, IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA, en Fundación para la Libertad)
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