"El derecho avala dos principios incompatibles, el de
autodeterminación y el del respeto a la integridad nacional. El primero
sería aplicable a quienes carezcan de instituciones democráticas o
sufran discriminación
(...) Viniendo a nuestro entorno, para un nacionalista vasco o catalán es
indiscutible que Euskadi o Cataluña tienen derecho a decidir su futuro.
Pero un españolista les opondrá que quien debe decidir es España, porque
a nadie se le puede amputar una parte de su territorio sin consultarle.
Contrarréplica: eso es partir del indemostrable prejuicio de que
nosotros somos parte de una nación, España, cuando la única nación es la
nuestra, integrada contra su voluntad en el Estado español. Algo de
razón tienen ambos. Porque todo nacionalista parte, sí, de un prejuicio:
que las naciones existen; pero cada cual cree solo en la suya.
Según la
lógica democrático-nacional, el futuro de Euskadi deben decidirlo los
vascos; pero la misma lógica exigiría que el futuro de Álava se
decidiera por los alaveses (en el caso de que en un hipotético
referéndum vasco globalmente favorable a la independencia salieran en
Álava resultados españolistas).
No, nos diría el patriota vasco, porque
Álava forma parte de Euskadi, que decide como un todo. Lo mismo que le
objetaría a él un españolista en relación con Euskadi.
Una vez
atribuido el derecho de decidir a las regiones o provincias, cabría
hacer lo mismo con los municipios. ¿Con qué derecho, en nombre de qué
principio, obligaremos a mantenerse en España al municipio Z, que votó,
pese a formar parte de una provincia proespañola, abrumadoramente por la
independencia? Y quien dice municipio dice barrios o familias. ¿Dónde
está el límite? (...)
Sería como proclamar el derecho a renegociar diariamente el contrato
social. La democracia, si no quiere conducir al absurdo, no puede
incluir el derecho de los miembros de una sociedad a separarse de ella y
crear entidades soberanas.
La única solución es superar el modelo
organizativo del Estado-nación. Es decir, reconocer que el demos, el
sujeto soberano, no tiene por qué coincidir con un etnos, una comunidad
culturalmente integrada. Europa, cuyas elecciones celebramos ahora, es
un demos, pero todavía no un etnos (Enrique Barón, La era del
federalismo, en prensa).
Tampoco lo es Estados Unidos, un país sin un
origen racial o lingüístico común. “La ciudadanía democrática”, escribe
Habermas, “no necesita estar enraizada en la identidad nacional de un
pueblo”, sino socializar a todos sus ciudadanos en una cultura política
común (y atribuirles los mismos derechos y deberes).
En cuanto a la
pertenencia a una minoría, acostumbrémonos a ello, porque nuestras
sociedades son y serán cada vez menos homogéneas culturalmente.
Disfrutemos de la variedad cultural. Pertenecer a una minoría, siempre
que no reciba trato discriminatorio, no es ninguna desgracia." (
José Álvarez Junco
, El País, 14 MAY 2014 )
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