"(...) B.S. ¿Cómo se manifiesta
en la práctica en Canadá la cooficialidad del inglés y el francés?
J.C.R. Todo lo que es
administración federal ha de estar en ambos idiomas, desde las tarjetas de visita
hasta los discursos. Luego cada una de las diez provincias –el equivalente a
una comunidad autónoma– decide su régimen lingüístico. En Nueva Brunswick se
reproduce el modelo central y la administración es bilingüe.
Pero en Alberta la
única lengua oficial es el inglés y en Quebec la única lengua oficial es el
francés. Por cierto que en Quebec pasa una cosa curiosa desde el punto de vista
catalán, y es que, siendo el francés la única lengua oficial, los anglófonos,
que rondan un 10% de la población, tienen derecho, con pocas restricciones, a
una enseñanza en inglés; justo lo contrario que en Cataluña, donde de una
manera un tanto hipócrita, a mi entender, se hace cooficial el castellano,
pero luego se lo expulsa del sistema como lengua de enseñanza, en cualquier
medida.
Eso llamaría mucho la atención en Canadá y sería considerado, con toda
probabilidad, inconstitucional. Un segundo rasgo a tener en cuenta es que en
Canadá el Estado es bilingüe pero la sociedad no. Menos de un 20% dice poder
tener una conversación en las dos lenguas. En
Quebec ese porcentaje ronda el 40%, y en Nueva Brunswick, cuya administración
es ejemplarmente bilingüe, el 35%.
El ideal de una sociedad completamente
bilingüe se da ya por irrealizable. En el fondo, no se puede obligar a la gente
a ser bilingüe, como no se la puede obligar a ser culta. Es una opción personal
que el Estado favorece pero no impone. Lo contrario sería caer en el
perfeccionismo estatal, que no cabe en sociedades liberales.
Como decía antes,
los derechos para los usuarios, las obligaciones para las administraciones. En
todo caso, hay que tener en cuenta que inglés y francés son lenguas bastantes
disímiles, lo que nos aleja del caso español y catalán.
B.S. ¿Por qué sería considerado
inconstitucional el actual sistema de inmersión lingüística de Cataluña en
Canadá?
J.C.R. No lo puedo asegurar,
porque no soy juez canadiense, pero me temo que sería así. La Constitución de
1982, establece, dentro de la Carta de Derechos Fundamentales, en el artículo
23, el derecho de los ciudadanos canadienses a poder educar a sus niños en su
lengua materna o en la lengua en la que los padres recibieron su instrucción.
(En el entendido de que esa lengua es el francés o el inglés).
Esa Carta fue un
empeño del gran federalista Pierre Trudeau, que aseguraba los derechos
lingüísticos tanto de las minorías francófonas en Canadá como de las minorías
anglófonas en Quebec. Y aunque la
educación en Canadá es enteramente una competencia provincial, los
nacionalistas no han podido rebasar ese límite marcado por la Constitución.
Es verdad,
como dice Albert Branchadell, que en los Estados federales la educación suele
ser competencia exclusiva de los entes federados, pero siempre respetando el
límite de los derechos fundamentales interpretados por el tribunal
constitucional o corte suprema. El federalismo no crea zonas de excepción ni
blinda competencias, y tampoco es ese su espíritu.
B.S. Usted
plantea que para conseguir un equilibro en este tema, las comunidades con
lengua propia deberían abandonar sus posiciones maximalistas. ¿En qué consiste
esto? ¿En fijar un % de clases en castellano?
J.C.R. Me gustaría aclarar que yo
esto no lo planteo como un problema de cesiones mutuas ni de equidistancias. Yo
creo que ambas reformas, la de ámbito estatal y la de ámbito catalán, son
justas y necesarias en sí mismas. En Cataluña, lo primero es reconocer que
existe un conflicto.
Hay padres –yo mismo, que no soy catalán pero tengo una
hija catalana– que querrían para sus hijos una escolarización en castellano,
aunque fuera parcial y de manera conjunta con el catalán, y no obtienen
satisfacción en ese deseo.
No sólo no lo obtienen, sino que son estigmatizados por su propio gobierno, lo que es intolerable. Es injusto atacar a esos padres diciendo que no quieren que sus hijos aprendan catalán, porque lo que quieren es que aprendan bien las dos lenguas.
No sólo no lo obtienen, sino que son estigmatizados por su propio gobierno, lo que es intolerable. Es injusto atacar a esos padres diciendo que no quieren que sus hijos aprendan catalán, porque lo que quieren es que aprendan bien las dos lenguas.
Ignoro si esos padres son una mayoría o una
minoría, pero el número de votantes de partidos contrarios a la inmersión
lingüística obligatoria indica que la minoría no es tan exigua como se
pretende.
Y en todo caso, en una sociedad liberal, las minorías tienen derechos. De manera que partimos de una situación llamativa, y es que en una sociedad que dice enorgullecerse de su bilingüismo, y donde el castellano es, supuestamente, lengua oficial, está excluido como lengua de enseñanza. Algo no cuadra.
Y en todo caso, en una sociedad liberal, las minorías tienen derechos. De manera que partimos de una situación llamativa, y es que en una sociedad que dice enorgullecerse de su bilingüismo, y donde el castellano es, supuestamente, lengua oficial, está excluido como lengua de enseñanza. Algo no cuadra.
Y tan raro es, que yo no conozco ningún país, provincia o territorio
dotado de autogobierno donde una lengua oficial (en el caso de Cataluña, el
castellano) que no sea asimismo una lengua de enseñanza.
B.S. La Generalitat asegura que
garantiza el aprendizaje del castellano…
J.C.R. Esa frase requiere mucho
matiz. Porque en cualquier caso, de ser cierta, el aprendizaje del castellano
no lo garantizaría el modelo, sino el modelo auxiliado por la televisión, la
calle o la familia. Aprender castellano no sería el mérito de una política
educativa, sino algo que se ha externalizado. Pero es que a los padres no se les
puede decir, vuestro hijo que aprenda el español en la calle.
Porque, además,
aquí hay que afinar con las palabras, porque lo que el padre quiere no es que aprenda el castellano, o conozca el castellano, sino que lo domine, y el dominio, esa relación de
inmediatez con una lengua y de gusto por su acervo, sólo lo puede dar la
vehicularidad.
El padre quiere que su hijo domine el idioma, y ese deseo es completamente razonable, y ya vemos que aquí, en Canadá, es un derecho constitucional reconocido y respetado.
El padre quiere que su hijo domine el idioma, y ese deseo es completamente razonable, y ya vemos que aquí, en Canadá, es un derecho constitucional reconocido y respetado.
Insisto, lo que pasa en Cataluña no se
da en ningún otro sitio que yo conozca. Y lo absurdo del sistema lo revelan sus
paradojas: ¿Cómo explicar que sea más sencillo estudiar en castellano en
Alberta, Canadá, donde hay veintidós colegios bilingües inglés-español, que en
Barcelona, hasta no hace mucho la capital cultural del mundo hispanoamericano?
¿Cómo explicar la mayor facilidad que se tendría para estudiar en español en
una Cataluña independiente que en una Cataluña española? Porque el nuevo estado
no negaría al Estado español, con el que se quiere tener una vecindad amistosa,
las mismas facilidades que tienen el gobierno francés, italiano, alemán o
japonés, para la apertura de colegios de su red pública en territorio catalán.
Bueno, este conjunto de inconsistencias se explica, asumiendo que la finalidad
del modelo vigente, basado en una inmersión obligatoria y total, no es
pedagógica, sino política.
B.S. ¿No era
pedagógica al menos en el principio?
J.C.R. No niego que en el pasado
la finalidad sí fuera pedagógica. El catalán era una lengua minoritaria y
minorizada, era necesario rehabilitarla y se optó por ese modelo. Pero ese
objetivo ya está conseguido.
No hay ningún catalán de mi generación que no sepa hablar catalán. Los que denuncian la inmersión, como Albert Rivera, lo hacen en catalán.
No hay ningún catalán de mi generación que no sepa hablar catalán. Los que denuncian la inmersión, como Albert Rivera, lo hacen en catalán.
He escuchado con atención todas las razones que se aducen en defensa
del modelo actual, y con toda la honestidad intelectual de la que soy capaz,
creo que no se sostienen: se dice, por ejemplo, que el sistema se aplica con
éxito y sin conflicto desde hace 35. No es verdad. El sistema no ha sido el
mismo en los últimos 35 años, ha ido de más flexible a más intransigente.
El
conflicto existe, porque hay catalanes que quieren para sus hijos una educación
en las dos lenguas y pelean por ello en los tribunales. Y no es un sistema de
éxito porque los resultados académicos son mediocres. Se dice también que
introducir el castellano segregaría al alumnado: tampoco es cierto: segrega las
materias, tantas en una lengua, tantas en otra.
El TC ha dicho mil veces que es
legítimo que el catalán sea el centro de gravedad, pero no al precio de reducir
el castellano a la extranjería. Tampoco es cierto que el sistema garantice el
dominio de los dos idiomas; el conocimiento tal vez, el domino no. No hay
pruebas homologables en todo el Estado que permitan verificar este punto. Y por
supuesto el sistema no tiene aval internacional alguno.
Aquí es muy
recomendable el libro de Mercé Vilarrubias, “Sumar y no restar” una
profesora de Sabadell de lengua materna catalana que refuta el oficialismo con
contundencia. El estrambote es que el establishment catalán pague para
sus hijos la educación bilingüe o trilingüe que niega al conjunto de la
sociedad.
Pues miren, mi hija es catalana, en mi casa se hablan catalán y
castellano, y quiero esa educación bilingüe para mi hija; no voy a aceptar que
nadie me llame anticatalán o maltratador de niños (Muriel Casals dixit)
por eso.
B.S. Pero los
catalanes viven con naturalidad el bilingüismo en su vida diaria.
J.C.R. Claro. Es otra de las
paradojas. La sociedad catalana es, por regla general, muy considerada, y por
deferencia se cambia al castellano en presencia de alguien que no maneja bien
el catalán. Eso es muy estimable y de agradecer, porque no tendrían obligación.
Es esta cortesía la que hace que muchos despistados de Madrid vengan y digan
“¡pero si aquí no pasa nada!” Claro que pasa algo: hay legítimas aspiraciones
insatisfechas y hay estigmatización institucionalizada.
El gobierno catalán se sirve
de la amabilidad de los catalanes para tapar una política intransigente y poco amable.
Es curiosa la manera que a veces tenemos los ciudadanos de delegar lo peor de
nosotros en nuestros representantes.
B.S.¿Cuál
podría ser la fórmula para equilibrar el aprendizaje del castellano y de las
lenguas propias en España? ¿Qué opina de la reciente resolución del TSJC de
fijar un 25% de clases en castellano en algunos colegios catalanes?
J.C.R. Bastaría que algunas asignaturas
troncales se dieran en castellano, aunque no llegaran al 50%. Estoy convencido
de que con esa medida, tan sencilla y factible, todas las discusiones se sosegarían.
No consigo que nadie me explique qué tremendo perjuicio traería eso al catalán. Los tribunales, que en ausencia de ley se ven obligados a arbitrar soluciones en equidad, hasta ahora dejaban a la Generalitat fijar el porcentaje de clases en español.
No consigo que nadie me explique qué tremendo perjuicio traería eso al catalán. Los tribunales, que en ausencia de ley se ven obligados a arbitrar soluciones en equidad, hasta ahora dejaban a la Generalitat fijar el porcentaje de clases en español.
Ahora, hartos del ninguneo, se atreven a fijar ellos mismos el
porcentaje. Una ley como la que propongo lo resolvería. Un 25% es razonable y
negarse a eso es fanatismo. No aconsejo a los nacionalistas catalanes ir a la
ONU o a Bruselas y decir “los malvados españoles quieren acabar con el catalán
imponiendo en nuestros colegios un 25% de las clases en español”.
Mejor que no
lo hagan, porque cualquier tercero imparcial y sereno, que a lo mejor viene de
un país verdaderamente oprimido, pensaría que está en presencia de un frívolo o
un histrión.(...)
B.S. Muchas
gracias por esta entrevista.
J.C.R. ¿Puedo terminar con una
cita?
B.S. Por supuesto.
J.C.R."Creo que es justo decir también que el
derecho a la lengua materna es un derecho del hombre, un requisito pedagógico
de la máxima importancia ... Cambiar de lengua en la niñez dificulta
extraordinariamente la capacidad del niño. Nosotros nunca vamos a obligar a
ningún niño de ambiente familiar castellano a estudiar en catalán".
¿Sabe
quién dijo eso? Ramón Trías Fargas, dirigente histórico de CIU, en 1978,
durante la Comisión Constitucional que debatía el Art. 3 de la Constitución. Viene citado por José María Ruiz Soroa, un hombre riguroso con sus fuentes, en “Tres ensayos liberales”. Los
nacionalistas catalanes deberían andarse con cuidado antes de hablar de deslealtades." (Entrevista a Juan Claudio de Ramón, Esquerra sense fronteres, 19/02/2014)
1 comentario:
Excelente argumentación,pero los nacionalists lo defienden todo de forma irracional y no escuchan.
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