24/3/14

Muchos 'maketos' dispuestos a hacerse perdonar su falta de pedigrí vasco pasaron a engrosar las filas de ETA

"Situado en la margen izquierda de la ría del Nervión, Baracaldo abandonó su marcado carácter rural en origen con la industrialización de la ría (básicamente los Altos Hornos de Vizcaya), fenómeno que actuó de imán capaz de atraer a una numerosa población emigrante de provincias como Burgos y Palencia, los famosos maketos, que en los sesenta y setenta ocuparon barrios empinados, muy humildes, muy húmedos, casi lóbregos, de gente ejemplar, trabajadora en grado sumo. 

Conocí mucho a una de esas familias. Procedían de Hortigüela, un pequeño pueblo burgalés. Su hijo Luis, mi amigo, navegó conmigo en la Naviera Aznar. Con él paseé por las calles empinadas, resbaladizas de aquel Baracaldo donde el ocio consistía en tomartxikitos con la pandilla.

 Luego llegó la desertización industrial y la plaga de un nacionalismo que dividió a los emigrantes castellanos en dos bandos: los que aceptaron resignados el silencio en sus casas, decididos a no renunciar a sus raíces. 

Y los que abrazaron la fe abertzale con ardor digno de mejor causa, dispuestos a hacerse perdonar su falta de pedigrí vasco, cuando no directamente pasaron a engrosar las filas de ETA con singular denuedo.

Una sala de cine del Baracaldo limpio y aseado de hoy, urbanísticamente regenerado, con sus más de 100.000 habitantes, se convirtió el fin de semana pasado en la de mayor recaudación de España, gracias a la película “Ocho apellidos vascos”. El quinto puesto del ranking nacional lo ocupó también otro cine de Baracaldo. Un record. 

 Quizá un hito. Emilio Martínez-Lázaro, su director, cuenta la historia de Rafa, un sevillano pintón aficionado al fino y las mujeres que un día conoce a Amaia, una chica muy vasca, con flequillo y todo, de la que se enamora sin ser correspondido.

 Resuelto a conquistarla, viaja hasta el lejano Euskadi dispuesto a hacerse pasar por un vasco de pura cepa, “ocho apellidos vascos”, para dar lugar a una historia de ficción donde el choque cultural norte-sur provoca la carcajada de quienes están dispuestos por fin a reírse de tanta hojarasca, tanta basura ideológica, tanto mito de aldea con el que durante tantos años tantos han pretendido, y a menudo logrado, separar a los españoles.

 Las risas de Baracaldo, que son también las de Madrid y del barrio de Triana, parecen marcar el camino hacia una convivencia que, cercenada por el absurdo, busca respirar aire puro lejos de los fantasmas identitarios. (...)"            (Jesús Cacho, Vox populi, 23-03-2014)

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