"Situado en la margen izquierda de la ría del Nervión, Baracaldo
abandonó su marcado carácter rural en origen con la industrialización de
la ría (básicamente los Altos Hornos de Vizcaya), fenómeno que actuó de
imán capaz de atraer a una numerosa población emigrante de provincias
como Burgos y Palencia, los famosos maketos, que en los sesenta
y setenta ocuparon barrios empinados, muy humildes, muy húmedos, casi
lóbregos, de gente ejemplar, trabajadora en grado sumo.
Conocí mucho a
una de esas familias. Procedían de Hortigüela, un pequeño pueblo
burgalés. Su hijo Luis, mi amigo, navegó conmigo en la
Naviera Aznar. Con él paseé por las calles empinadas, resbaladizas de
aquel Baracaldo donde el ocio consistía en tomartxikitos con la
pandilla.
Luego llegó la desertización industrial y la plaga de un
nacionalismo que dividió a los emigrantes castellanos en dos bandos: los
que aceptaron resignados el silencio en sus casas, decididos a no
renunciar a sus raíces.
Y los que abrazaron la fe abertzale con
ardor digno de mejor causa, dispuestos a hacerse perdonar su falta de
pedigrí vasco, cuando no directamente pasaron a engrosar las filas de
ETA con singular denuedo.
Una sala de cine del Baracaldo limpio y aseado de hoy,
urbanísticamente regenerado, con sus más de 100.000 habitantes, se
convirtió el fin de semana pasado en la de mayor recaudación de España,
gracias a la película “Ocho apellidos vascos”. El quinto puesto del
ranking nacional lo ocupó también otro cine de Baracaldo. Un record.
Quizá un hito. Emilio Martínez-Lázaro, su director, cuenta la historia de Rafa, un sevillano pintón aficionado al fino y las mujeres que un día conoce a Amaia,
una chica muy vasca, con flequillo y todo, de la que se enamora sin ser
correspondido.
Resuelto a conquistarla, viaja hasta el lejano Euskadi
dispuesto a hacerse pasar por un vasco de pura cepa, “ocho apellidos
vascos”, para dar lugar a una historia de ficción donde el choque
cultural norte-sur provoca la carcajada de quienes están dispuestos por
fin a reírse de tanta hojarasca, tanta basura ideológica, tanto mito de
aldea con el que durante tantos años tantos han pretendido, y a menudo
logrado, separar a los españoles.
Las risas de Baracaldo, que son
también las de Madrid y del barrio de Triana, parecen marcar el camino
hacia una convivencia que, cercenada por el absurdo, busca respirar aire
puro lejos de los fantasmas identitarios. (...)" (Jesús Cacho, Vox populi, 23-03-2014)
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