"La semana transcurría apaciblemente entre la preocupación por la lesión
muscular de Messi y las lecciones del President en Jerusalén sobre el
derecho a decidir de los palestinos.
En esas alguien decidió que hacía
falta un poco de épica y animó a prepararse no quedó claro si para una
reedición de la huelga general revolucionaria de 1917 o para un remedo
del lock outque dos años más tarde protagonizó la oprimidísima burguesía catalana para quebrar al levantisco sindicalismo de la época. (...)
Me da que todo esto no es sino una muestra más de la confusión que reina
por aquí, resultado de una voluntad deliberada de enredarlo todo.
Enredarlo, por ejemplo, tapando la potencia del derecho de
autodeterminación con la cursilería del derecho a decidir; llamando
proceso de transición nacional a lo que es abiertamente una apuesta por
la independencia; camuflando ese mismo independentismo con un término
como soberanismo, que sólo puede provocar la carcajada en una Unión
Europea como la que habitamos; o, por no alargarlo, identificando como
unionistas, así, sin matices, a todos los que no comulgan con
determinadas ruedas de molino, sin que preocupe lo más mínimo que el
término tenga siniestras resonancias irlandesas que en nada cuadran con
lo que piensa y está dispuesta a hacer la inmensa mayoría de quienes así
son etiquetados.
Un enredo que alcanza la perfección en la interpretación que se da al
porcentaje de partidarios del derecho a decidir. El 80%. ¿Y qué
esperábamos? Lo sorprendente es que no sea el cien por cien de los
encuestados quienes respondan que claro que sí, que cómo no van a querer
decidir sobre su futuro.
¿Sería muy diferente el resultado si a alguien
se le ocurriese preguntar por el derecho a decidir sobre las medidas
con que los gobiernos español y catalán están masacrando a la gente? Por
supuesto que queremos decidir. Ya estamos tardando.
De acuerdo, aceptemos que aquí sólo se puede decidir sobre cuestiones
nacionales. La cosa entonces es decidir qué; pero ahí volvemos a la
auténtica naturaleza del proceso: no llamar a las cosas por su nombre y
dejar a la vista una apariencia, pero solo eso, de realidad, ocultando
lo esencial. En las próximas semanas asistiremos a un simulacro de
debate sobre la pregunta que se formulará en una consulta que todo el
mundo sabe y asume que, con altísima probabilidad, no se va a celebrar; (...)
Desde el secesionismo se exige claridad, preguntar por la independencia y
que haya respuesta binaria. Parece razonable salvo por el pequeño
detalle de que algo así ignoraría que, como señalan algunas encuestas,
la minoría mayoritaria de los ciudadanos de Cataluña estaría más bien
por una fórmula de mayor autogobierno sin romper el vínculo con el
estado español. ¿La democracia consiste en plantear una disyuntiva en la
que no pueda sentirse identificada esa mayoría?(...)
Si, por el contrario, llegase a concretarse una pregunta que fuese
respetuosa con la pluralidad de la sociedad catalana, se rompería la
unanimidad del frente del derecho a decidir.
Cualquiera de las dos opciones puede hacer descarrilar el proceso,
así que, para evitarlo, asistiremos al pacto de una pregunta que
contente a todos y permita mantener la ficción de un pueblo unido y en
marcha, aunque resulte inútil para aclarar nada puesto que el resultado
de una consulta sobre una pregunta ambigua admitiría tantas lecturas que
al final acabaríamos poco menos que como estamos. ¿Pero a quién le
importa eso si, como todos barruntan, al final la pregunta no será
sometida a escrutinio? (...)" (
Francisco Morente Valero
, El País 20 NOV 2013 )
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