"El catalanismo en su pretendida ‘finezza’ –no hablemos de su versión
extrema, el nacionalismo independentista– se cree libre de cualquier
atribución de vicios políticos mundanos propios de la escasa calidad de
la política mesetaria.
Por eso la mayoría de las crónicas que se leen
en Cataluña, con una disciplinada coincidencia, insisten en el retrato
arnichesco de un ‘Madrid’, sinécdoque de España, de mesones grasientos,
cabezas de toro colgadas en las paredes y cuatro millones de personas
viviendo en el Arco de Cuchilleros oliendo a guiso de gallinejas.
La caricatura lo es en ambas direcciones: la que distorsiona los
rasgos de la política catalana hasta una idealización pueril que se
convierte en displicencia hacia los otros, tanto como el estereotipo
degradado del adversario.
El asunto es importante porque esa
caricatura, junto con el mantra del ‘expolio fiscal’, son los
componentes esenciales del relato que los nacionalistas catalanes han
fabricado, con un considerable éxito de público, como coartada para la
ruptura.
Y sin embargo, es innegable que en Cataluña se da la corrupción, una
corrupción transversal, sigilosa y fraterna; una corrupción presentada
muchas veces como patriótica –puestos a expoliar que sea el Palau– y,
tal vez por ello, poco estimulante para la curiosidad periodística.
Tampoco es un timbre de gloria el que sea precisamente en Cataluña donde
las expresiones políticas xenófobas de fuerzas marginales han
conseguido un respaldo electoral que no han encontrado en ninguna
instancia en el resto de España.
La tolerancia y la mesura de la
política en Cataluña naufragaron cuando la exclusión antidemocrática se
hizo programa de gobierno en el ‘pacto del Tinell’ y en el notario al
que acudió Mas para solemnizar su compromiso de no llegar a ningún
acuerdo con el Partido Popular.
Ahora resulta curioso que cuando la puja independentista del
nacionalismo catalán quiere rentabilizar esa imagen de estupendos, las
carencias del oasis empiezan a ponerse de manifiesto.
Empezamos con el «España nos roba», un disparate calumnioso y falso
que permite dudar de la finura que los glosadores del nacionalismo
reclaman para éste. Seguimos con la investidura mesiánica de Artur Mas
jaleado por un coro de retórica caudillista que nada tiene que ver con
la madurez cívica que se atribuyen. Y todo ello flotando en un plasma
conceptual que escamotea la verdad de lo que pretende el
independentismo.
Se crea la ilusión de una separación de terciopelo con aterrizaje
inmediato en la Unión Europea. Y no es verdad. Una Cataluña
independiente ‘sí o sí’ quedará indefinidamente fuera de la Unión
Europea y del euro.
Cataluña tal vez podría ser Kosovo –siguiendo el
precedente torpemente esgrimido por la Generalidad– pero, desde luego,
no Luxemburgo. Se juega a la vez con imágenes agresivas de independencia
mientras se habla de interdependencia; se apuesta por las fronteras al
mismo tiempo que se dan por superadas en la Europa de hoy.
Rodando por
esta pendiente, el programa electoral que ha aprobado CiU es
coherente: oscila entre el arrebato onírico, la ocultación y el insulto
a la inteligencia que es en lo que estamos. Caben serias dudas sobre
la calidad democrática y el respeto cívico de un debate que la máxima
autoridad de Cataluña ha abierto afirmando estar dispuesto a vulnerar la
legalidad democrática en virtud de la cual gobierna.
Calidad
democrática que también se echa en falta en ese «atente a las
consecuencias» que Mas espetó al presidente Rajoy tras rechazar éste la
exigencia de ‘pacto fiscal’ que planteó el líder nacionalista.
Cegado el independentismo por esa ensoñación típicamente
nacionalista que cree que no hay sociedad porque todo es ‘pueblo’, las
expresiones de pluralidad en Cataluña son tratadas de manera creciente
como disidencias anti patrióticas y la contestación al proyecto
soberanista como una patología de inadaptación social e histórica.
Los
socialistas se creen obligados a pagar el peaje de la autodeterminación
–lo de ‘derecho a decidir’ es un artificio– mientras en el PP hay
quienes confían –con poca convicción, es cierto– en que, al final, todo
esto se resuelva negociando sobre el dinero, lo que también se
considera una forma muy catalana de dar salida a los problemas.
La pretensión totalizadora del nacionalismo, agravada hoy hasta
manifestaciones delirantes, lleva a sus cultivadores a poner el grito en
el cielo cuando se evoca el riesgo que este proceso conlleva para la
propia cohesión interna de Cataluña.
Pero, les guste o no, ese riesgo de
fractura interna es mucho mayor, más real y más verosímil que el que
genera Mas para la unidad de España. En este caso, habría que dar la
vuelta al proverbio y ahora que el dedo (de Mas) señala a la Luna, lo
sensato sería mirar al dedo." (Javier Zarzalejos, EL CORREO, 03/11/12, en Fundación para la Libertad, 03/11/2012)
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