"Siguiendo a Antonio Robles,
‘ante la imposibilidad de dar una explicación al silencio de los
castellanohablantes despojados de sus derechos lingüísticos en Cataluña,
adopté el concepto de síndrome de Estocolmo para describir la sumisión
social al nacionalismo. […]
Quiero describir con más detalle aquella
metáfora. Pero ahora con un concepto aún más exacto: El síndrome de Catalunya.
Para ello me he valido del concepto psicoanalítico de complejo de
inferioridad, en diversas variantes, como respuesta a una situación
conflictiva que causa frustración, intranquilidad, miedo, angustia o
desajustes con el entorno.
En términos freudianos, se trata de un
mecanismo de defensa, es decir, de una de las maneras adaptativas
inconscientes que posee el individuo para resolver esos conflictos y
reducir la angustia que le producen’.
En el referido artículo, Robles hace una consideración que comparto plenamente:
‘Aunque parezca una exageración, considero que todos los que residimos hoy en Cataluña padecemos en mayor o menor medida este síndrome: unos porque lo imponen, otros porque lo soportan, otros porque caen en su patología, y los demás porque han de padecer la dialéctica patológica de una sociedad enferma de nacionalismo. Como las gripes, hasta quienes no las padecen viven la tensión y la incomodidad de su prevención’.
Continúa dividiendo la patología en múltiples categorías –hasta seis,
nada menos-, calificando de ‘los peores’ a los castellanohablantes que
califica como ‘conversos’; mis kapos más indeseables.
‘Son
personalidades quebradas que, ante la insoportable carga de una
identidad inapropiada, han optado por adaptar la personalidad de sus
verdugos. Son radicales y extremistas, votan y militan en todos los movimientos nacionalistas independentistas que pululan alrededor de CiU y ERC’.
Robles considera una ‘paradoja monumental’ el constatar la ausencia
casi total de trabajadores manuales del cinturón industrial conscientes
de las patrañas nacionalistas. ‘Los más perjudicados, los menos
conscientes; los mejor preparados y con menos flancos flacos para ser
apartados del prestigio social, los más rebotados’.
Sin embargo, ello
debe atribuirse a labor llevada a cabo de ingeniería social por los
nacionalistas en el poder desde el año 1980 cuando alcanzó la
presidencia de la Generalidad de Cataluña su líder absoluto Jordi Pujol
-nada más, ni nada menos que hace 32 años-, pero, también, a su labor en la sombra,
durante los años del franquismo, en las que acuñó términos como:
‘Ejército de ocupación’ para referirse a los inmigrantes en Cataluña
mostrando, asimismo, su cara más racista.
‘Sin lugar a dudas, es el gran culpable. Siempre supo adónde iba.
Puso en marcha todas las políticas lingüísticas tramposas y excluyentes.
Sin hacer ruido, impidiendo con jueces, periodistas, maestros, curas y
muchas complicidades empresariales que el acoso moral fuera percibido
como una agresión.
El victimismo desplegado ha sido tan generalizado y teatral
que casi nadie, fuera de los círculos activistas en defensa de los
derechos castellanohablantes de Cataluña, ha podido o querido
enterarse’. (Antonio-F. Ordóñez, lavozdebarcelona.com, 12/11/2012)
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