“Nosotros comemos en diez minutos y ellos tardan tres horas. Aquí, se
gana dinero trabajando, allí a base de sobornos. Hace años que nuestro
dinero fluye hacia ellos. En el Norte, se gana dinero, en el Sur, se
dilapida”. Esta letanía se parece a los discursos que pronuncian
actualmente los euroescépticos del norte de Europa.
Sin embargo, es el
extracto de las notas que tomé en los años 90, mientras atravesaba en
tren la antigua Yugoslavia. Mi interlocutor del norte me explicaba por
qué las repúblicas del norte querían desligarse de esta federación
“monstruosa”.
La antigua Yugoslavia multiétnica era en muchos sentidos una Europa
en miniatura. En el Norte, los sueldos eran tres o cuatro veces
superiores a los del Sur. El Sur sufría un alto nivel de desempleo. Y al
igual que en los países de la eurozona, los habitantes de la antigua
Yugoslavia sentían impotencia con respecto a las autoridades
“desvinculadas de la población” y pensaban que no les representaban.
La
UE sufre un déficit democrático; la República Federal Socialista de
Yugoslavia, el Estado multiétnico comunista concebido por Tito
(1892-1980), era en realidad un Estado con un partido único.
Hoy, los europeos del Norte maldicen a Bruselas. Por aquel entonces,
los eslovenos y los croatas consideraban que Belgrado era la causa de
todos sus males. Belgrado dilapida nuestro dinero, Belgrado está
dirigido por una pandilla de burócratas incompetentes y liantes.
En la
antigua Yugoslavia, también había una moneda, el dinar, que era el
símbolo de esas “autoridades desvinculadas de la población”. En muchas
ocasiones se escuchaba que la unión con los demás pueblos era un
proyecto ideológico creado en una mesa de diseño, una construcción
artificial.
Las repúblicas del norte aceptaron realizar una contribución
financiera mientras corrían tiempos prósperos y los habitantes no eran
muy conscientes de los líos con las demás regiones. La situación cambió
en los años 80. Tito acababa de morir, la economía empezaba a descender y
el Norte tuvo que contribuir más para evitar que el Sur quebrara.
El
eslogan que resuena actualmente en el norte de Europa, “Ni un céntimo
más a los países que comen ajo” parece confundirse con el de los
eslovenos de entonces: “Ni un céntimo a la región del bistec”.
La revuelta populista de algunos países de la UE recuerda a la que se
produjo en Yugoslavia hace veinticinco años. Políticos como Jean-Marie
Le Pen [fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional en
Francia] o Geert Wilders [líder populista del PVV, Partido de la
Libertad en Países Bajos] y Franjo Tudjman [líder nacionalista, primer
ministro de la República de Croacia independiente] o Slobodan Milosevic
[líder nacionalista serbio, acusado por el Tribunal de La Haya de
cometer crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad] tienen
aspectos en común.
Todos planteaban un discurso nacionalista que se
basaba, antes de su ascenso, en un tabú. Se ganaron el apoyo del pueblo
jugando con la frustración hacia las autoridades que, según ellos,
privaba a “su pueblo” de su dinero y su poder.
No es cuestión de
intentar demostrar aquí que el PVV o sus homólogos en Europa se plantean
realizar purificaciones étnicas. Dicho esto, Milosevic tampoco tenía
esa intención: ante todo era un político oportunista que razonaba a
corto plazo. Es uno de los grandes responsables del hundimiento de
Yugoslavia, pero no lo había planificado.
Los corifeos de la Unión Europea presentan a menudo tristes
similitudes con los apparátchiks de la época de Tito. Al igual que
ellos, se muestran sorprendidos por las señales de impopularidad. Como
ellos, parecen vivir en una especie de caparazón del que no tienen ganas
de salir.
La presidencia del Consejo Europeo se asemeja a la
presidencia de turno de la Yugoslavia de los años 80. En las repúblicas
de la federación, los presidentes yugoslavos gozaban de la misma
consideración que Herman Van Rompuy en Europa: la que se le concede a
una persona llegada de una comarca lejana. (...)
Pero el retroceso del apoyo democrático a favor de Europa puede tener
consecuencias más graves que un cierto retraso en el calendario de
reformas. Si existe una lección que podemos sacar del hundimiento de
Yugoslavia, es que una unión monetaria en una región en la que persiste
una oposición entre el Norte y el Sur siempre estará amenazada mientras
no se asocie a las poblaciones de una forma algo más democrática.
En
épocas de prosperidad, no ven ningún inconveniente en una unión así,
pero se convierte en el origen de sus problemas cuando llega el declive." (Presseurop, 15 octubre 2012,
, De Volkskrant
Amsterdam, Olaf Tempelman)
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