"Seríamos un país de aldeanos si nos mantuviéramos impertérritos ante
el injusto peso de las reformas recayendo sobre los hombros de la clase
trabajadora. Contemplando desde la timidez los abusos de los recortes
sin el desparpajo propio del ciudadano con personalidad.
Un país
de aldeanos es aquel que pone por delante el territorio –pueblo o
región-, ente abstracto, órgano administrativo desde el que reivindicar
en el mejor de los casos todos los complejos, o tapar las vergüenzas de
una burguesía, como parte de la catalana, incapaz también de gobernarse a
sí misma sin excentricidades.
País de aldeanos es aquel en el
que sus habitantes no desean participar en la vida pública a la espera
de la llegada del señorito, del capataz o del propietario. Dispuestos a
darlo todo en un estado de desesperación que coloca en último lugar la
democracia.
Un país de aldeanos es aquel más pendiente de pegarse
con los mástiles de las banderas, todos ellos mitos cuyo único cometido
es agredir a los trabajadores. Un país de ilustrados incapaces de salir
de nuestras fronteras, más allá de nuestras narices, tanto importando
ciencia como exportando nuestros bienes y servicios. (...)
También es país de aldeanos aquel que no posee una izquierda que se
rebele contra el nacionalismo, el separatista y el separador, contra el
conservadurismo, en suma, contra el aldeanismo que llena de moho las
páginas de la historia de España.
Un país de aldeanos sin un ala
de progreso en las universidades y las academias, donde los estudiantes
son mochilas muertas, los jubilados plantas y los trabajadores parados." (El Plural, 15/10/2012; Antonio Miguel Carmona)
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