"A poco que se medite con seriedad, una separación unilateralmente
forzada impondría a la sociedad catalana un horizonte plagado de
incertidumbres y riesgos. En el plano económico, la inestabilidad
añadiría a la recesión nuevas turbulencias y dificultades de
financiación que se trasladarían al comercio y a las empresas, cuando
menos en el corto plazo.
Un gobierno arruinado carecería del margen de
maniobra necesario para vertebrar las instituciones y políticas
necesarias en una etapa fundacional del Estado. La mejora del espacio
fiscal que seguiría a la creación de una hacienda propia se quedaría muy
corta para satisfacer las expectativas sociales disparadas por el
proceso mismo.
El peso y la presencia internacional del país se verían
cuestionados durante un período de duración imprevisible. Los
sufrimientos que todo ello trasladaría a una ciudadanía muy castigada ya
por la crisis amenazarían con transformar en poco tiempo las ilusiones
iniciales en desánimo y desafección. (...)
Como recordaba hace poco Albert Sáez, los perímetros del consenso
ciudadano en Cataluña son distintos en función del grado de profundidad
con que se aborde la pretensión de autogobierno.
Lo que nos lleva al más
serio —en mi opinión— de los riesgos que implica una formulación
radicalmente secesionista: el agravamiento de la fragmentación y la
fractura de la sociedad catalana.
Pero si son importantes los daños que la separación podría causar en
Cataluña, los que ocasionaría en España no serían, desde luego, menores.
La pérdida de casi una quinta parte del PIB supondría, en sí misma, una
traumática amputación del potencial económico del país, pero su impacto
cualitativo sería aún más importante.
España perdería —en medio de la
crisis más grave que las generaciones actuales han conocido— su economía
más dinámica e internacionalizada, una parte nuclear de su capacidad
investigadora y de producción científica y un tractor esencial para la
innovación de su modelo productivo.
Y por perjudicial que el impacto
económico pueda parecernos, los efectos políticos lo serían más todavía.
La separación estimularía en España las tensiones territoriales,
empezando por la cuestión vasca, y facilitaría en paralelo el repliegue
defensivo del nacionalismo español; resucitaría olvidadas dinámicas de
confrontación social; profundizaría el descrédito de las instituciones y
el sistema político; lesionaría seriamente el peso y el prestigio
internacional del país y nos sumiría en una depresión colectiva de un
alcance que solo hemos conocido en los libros de historia." (
Francisco Longo
, El País, 15 OCT 201)
No hay comentarios:
Publicar un comentario