"Lo del «Estado amable» pretende inaugurar una
nueva categoría de Estado que no se encuentra en la tipología aceptada
por el derecho constitucional. En realidad, se trata de la retórica
victimista conocida aunque ahora vertida en los odres nuevos del
independentismo explícito, del soberanismo política y socialmente
agresivo.
Los nacionalistas catalanes han roto con el consenso de la
Transición, han dado por finiquitado el humilde afán de conllevanza, y
de paso han acabado con su propio discurso de moderación y de presencia
constructiva en la política española, guiado, se decía, sólo por el
interés de encontrar un «encaje cómodo» en el Estado.
Mas ha confirmado
que para los nacionalistas no hay pactos sino anticipos, ha arruinado la
credibilidad de cualquier esfuerzo de acuerdo –si no hay pacto fiscal
exigiremos la independencia, si lo hay, también– y, para intentar
legitimarse, ha descalificado hasta lo obsceno un modelo de Estado y un
pacto constitucional que han dado a Cataluña un nivel de autogobierno
rigurosamente inédito.
En vano se buscará en el clima encendido por el sentimiento único en
Cataluña un atisbo de autocrítica. Todo es agravio, todo es deuda que
Cataluña tiene frente a los demás. Al plantear las cosas como un juego
de suma cero, niega la esencia misma de la negociación.
Al decantarse
por un soberanismo desabrido hacia el resto de España, hace inútiles
aquellos esfuerzos de entendimiento que nunca serán reconocidos como el
razonable acomodo de intereses encontrados.
Sin embargo, el
independentismo de CiU calla que todos los modelos de financiación han
sido inspirados por las reivindicaciones nacionalistas que llevan
décadas en el juego de ensayo y error sin encontrar nunca el traje
financiero de su medida.
Y callan que la razón de un discutible
desequilibrio en las balanzas fiscales –suponiendo que ese fuera el
criterio que habría que adoptar– tiene que ver con la progresividad de
nuestro sistema impositivo que recae sobre los muchos contribuyentes con
alto nivel de renta que residen en Cataluña mucho más que con un
inexistente expolio urdido por los enemigos del pueblo catalán.
Es curioso cómo al mismo tiempo que se agotan los adjetivos para
calificar el significado de la manifestación independentista del día 11,
se quiere desdramatizar sus efectos. Pero ha sido Artur Mas el que,
dando una patada al tablero, ha advertido de que ya no tiene sentido
seguir haciéndose trampas en el solitario.
La puja independentista en
Cataluña no sólo pone a prueba el valor de una Constitución que no puede
ser simple espectadora de un proceso de desarticulación del Estado sino
que desafía a la cultura cívica de una sociedad frente a la fraudulenta
exhibición de un agravio identitario para justificar un desgarro
crucial de nuestra convivencia.
Y esa cultura cívica no da, todavía,
muestras de exteriorización en Cataluña donde la expresión del
pluralismo se sustituye con la referencia a una mayoría silenciosa pero
invertebrada." (Javier Zarzalejos, EL CORREO, 21/9/12, en Fundación para la Libertad, 21/09/2012)
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