17/7/23

¿Cómo puede ser? ¿Nosotros también somos racistas y de ultraderecha? ¡Y ahora! ¡Pero si somos tierra de acogida! El discurso de la nueva alcaldesa de Ripoll no es ninguna novedad, sólo hace falta repasar la hemeroteca para encontrar ideas muy parecidas en CiU y sus herederos... Durante la primera década del milenio los discursos sobre la inmigración eran calcados en los de Aliança Catalana. Recordamos los carteles de Duran y Lleida proclamando que "Aquí no cabemos todos"... Luego llegó el Proceso y pareció que la inmigración y los discursos excluyentes se habían esfumado, pero de hecho se transformaron e integraron en la retórica de que aquí ya no sólo no cabían los inmigrantes, sino que también se expulsaba a los “unionistas” aunque tuvieran todos los apellidos catalanes... Junqueras salió a defender a los recién llegados por motivos utilitaristas, para ensanchar el voto... Pudimos ver la buena sintonía de los de ERC con imanes salafistas, o mítines en mezquitas con el público separado por sexos... Así que sí, que en este país ha habido y hay racismo. La particularidad que nos hace diferentes es que aquí tenemos para elegir y remover: podemos optar por el esencialismo español de Vox, el supremacismo independentista catalán frustrado por el descalabro del Proceso, o la instrumentalización utilitarista que reconoce identidad y religiones mientras se olvida de la exclusión material

 "Hace muchos años, cuando intentaba encontrar mi sitio como “escritora catalana de origen marroquí” y recién publicada mi primer libro, me vi de repente participando en una actividad que no sabía muy bien de qué iba: los parlamentos previos al Once de Septiembre en el Fossar de les Moreres.  

Asistí al acto con mi lista de requisitos imprescindibles para garantizar una buena “integración” en esta sociedad: trabajo, educación y sanidad. Confieso que me cohibieron un poco las antorchas encendidas, pero dije lo que creía que debía decir: que las personas somos de donde podemos tener una vida digna. 

El público me miró exactamente como si hablara una lengua extranjera, y cuando terminé mi parlamento se me acercó una señora, me cogió por lado y, con el rostro cargado de indignación, me soltó una retahíla acusaciones que nada tenían que ver conmigo: que habíamos venido a conquistar Catalunya, que lo que queríamos era islamizarla y que no parábamos de tener hijos. Aturdida por el fuego que ardía y por las palabras enfurecidas de aquella mujer, huí como pude de aquella escena esperpéntica.

 Por experiencias como aquella, la avalancha de incrédulos desconcertados que han venido expresando sus opiniones desde que Sílvia Orriols fue la lista más votada en las últimas municipales me resulta ciertamente sorprendente y, según cómo, un punto ridícula.  

¿Cómo puede ser? ¿Nosotros también somos racistas y de ultraderecha? ¡Y ahora! ¡Pero si somos tierra de acogida! El pecado original del catalanismo es el concepto tan elevado que tenemos de nosotros mismos, y por eso, contradiciendo todos los indicadores objetivos, pensábamos que estábamos inmunizados ante la ola xenófoba que se ha extendido por todos los países desarrollados en las últimas décadas. 

El discurso de la nueva alcaldesa de Ripoll no es ninguna novedad, sólo hace falta repasar la hemeroteca para encontrar ideas muy parecidas en CiU y sus herederos (no hace mucho que Laura Borràs y Quim Torra participaban en un homenaje a Heribert Barrera). Los atentados del 2017 aceleraron el proceso en la localidad donde se habían criado a los terroristas, pero la xenofobia ya existía antes de ese terrible mes de agosto. 

Durante la primera década del milenio los discursos sobre la inmigración eran calcados en los de Aliança Catalana. Recordamos los carteles de Duran y Lleida proclamando que "Aquí no cabemos todos". Y eso que eran unos años en los que los inmigrantes llegaban un viernes con una oferta de trabajo en origen y el lunes siguiente ya estaban en obra cargando sobre las espaldas el crecimiento de la burbuja inmobiliaria.  

El racismo más terrible que ha vivido la población extranjera en este país no es de discurso, sino de hechos concretos, de políticas que se llevaron a cabo para expulsar del país a miles de familias que hacía años que se habían instalado. Cuando con la recesión económica se acabó el trabajo, el mensaje que se difundió fue claro: los últimos en llegar debían ser los primeros que iban a marcharse y se inició una campaña de auténtico acoso contra un sector de la población que, además, estaba sufriendo la crisis de forma mucho más feroz que el resto de ciudadanos.  

El acoso alcanzó unos niveles de violencia insoportables cuando empezaron los recortes de Artur Mas; el ensañamiento con las familias recién llegadas fue despiadado: recuerdo un verano en el que se bloqueó el ingreso del PIRMI (la renta garantizada de entonces) a todos los que eran beneficiarios para pillar se les habían ido al país de origen. Nunca olvidaré las lágrimas de una tía mía que quería ir a ver a la madre a punto de morir pero temía perder la ayuda con la que vivían ella, el marido y cuatro hijos.) El resultado de ese racismo institucional y sistematizado es que a día de hoy encontramos muchas familias catalanomarroquinas esparcidas por toda Europa.

 Luego llegó el Proceso y pareció que la inmigración y los discursos excluyentes se habían esfumado, pero de hecho se transformaron e integraron en una retórica que pasó a considerarse indispensable para condicionar a la catalanidad ser independentista. Aquí ya no sólo no cabían los inmigrantes, sino que también se expulsaba a los “unionistas” aunque tuvieran todos los apellidos catalanes. 

ERC volvió a una dinámica comunitarista reavivando la figura del charnego bien integrado con la creación de Súmate, haciendo distinciones entre catalanohablantes y castellanohablantes. Junqueras salió a defender a los recién llegados por motivos utilitaristas: así tendríamos catalanes que dominan el chino, el árabe, etc.  

Los republicanos se propusieron captar el nuevo voto de los inmigrantes para ensanchar la base, y para ello les ofrecieron reconocimientos simbólicos que ellos no habían pedido en vez de hacerles propuestas programáticas, en lo que es una clara actitud de populismo dirigido sólo en este sector de la ciudadanía. 

Pudimos ver la buena sintonía de los de ERC con imanes salafistas, o mítines en mezquitas con el público separado por sexos. Lo más grave de esta deriva, sin embargo, es haber asimilado a la población musulmana a los fundamentalistas presentes en todo el territorio, un posicionamiento que comparten con la CUP. En esto no se equivoca Silvia Orriols: el islamismo lleva tiempo aquí y tiene objetivos políticos claros explicitados en congresos y publicaciones. Que las izquierdas hayan decidido ignorar el fenómeno o incluso ser cómplices demuestra que no se han tomado la molestia de conocer a fondo a los “musulmanes catalanes” y siguen confundiendo a los simples creyentes con las organizaciones que quieren capitalizar su presencia en Europa. 

Proclamar que no somos islamófobos mientras damos protagonismo mediático y político a imanes y autoproclamados portavoces de la comunidad, algunos con oscuras relaciones con el gobierno de Marruecos o con los egipcios Hermanos Musulmanes, es una contradicción que sólo se explica por ignorancia o por cinismo. Por no hablar de los derechos de las mujeres musulmanas, sacrificados sin miramientos en este entendimiento entre las izquierdas y el fundamentalismo. 

  Los derechos de las musulmanas se han sacrificado en este entendimiento entre las izquierdas y el fundamentalismo. Así que sí, que en este país ha habido y hay racismo. La particularidad que nos hace diferentes es que aquí tenemos para elegir y remover: podemos optar por el esencialismo español de Vox, el supremacismo independentista catalán frustrado por el descalabro del Proceso, o la instrumentalización utilitarista que reconoce identidad y religiones mientras se olvida de la exclusión material."                  (Najat El Hachmi , El País, 07/07/23; traducción google)

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