17/11/21

Los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008

"(...) Toda su obra ha oscilado en torno a la reflexión sobre el nacionalismo. ¿De cuánto predicamento social diría que goza en esta época?

El nacionalismo es una formación proteica, por eso su persistencia. Me reconozco mucho en la visión de Tony Judt, que dice que los mayores horrores del siglo XX han sido producidos por los nacionalismos. Creo que hemos ido perdiendo conciencia del daño que han llegado a producir y por eso están volviendo, aunque no de la misma manera.

Hay elementos que sí remiten a elementos del pasado y otros que aparentemente tienen pelaje nuevo: los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008.

Hay un caldo de cultivo peligroso en el que aumentan los escépticos con respecto a la democracia y la memoria de los horrores del siglo XX se difumina, se renueva el culto a las banderas y a las tribus. Tienen un notable peligro y, como decía Orwell, los ídolos caídos pueden volver a levantarse. Con independencia del punto en el que cada uno se sitúe ideológicamente, tendríamos que abogar por una sociedad en la que quepamos todos; algo que no es posible con los nacionalismos, que son en última instancia ideologías de suma cero.

Entiende entonces usted, como Fernando Savater, que el nacionalismo es "el gran problema de España".

Sí, pero no solo de España. Sería una especie de nacionalismo ver ahí un hecho diferencial. En España ha habido momentos en los que se ha procesado la situación de manera que no tuviera tanto peso en el diseño de las políticas públicas, pero luego han confluido ciertas condiciones que en su momento no se previeron que tuvieran este alcance.

En el diseño autonómico, por ejemplo, las competencias se delegaron confiando en el sentido de lealtad constitucional. Pero hay comunidades autónomas donde han gobernado los partidos nacionalistas que han sido desleales con la Constitución. Ha habido una excesiva confianza en esa concesión para acabar con el centralismo que luego ha sido instrumentalizada por los nacionalismos para buscar los hechos diferenciales y fomentar los particularismos identitarios. 

¿Existe el nacionalismo español?

Sí. En cierta manera ha estado reprimido por su asociación con el franquismo. En Vox confluyen desde un blanqueo del nacionalcatolicismo hasta la vuelta a algunos de los tópicos que aquel blandió, pero que son transversales. El nacionalismo, como diría Anderson, es una teoría filosóficamente pobre, y ahí está la paradoja: cómo una doctrina tan filosóficamente pobre tiene ese atractivo y ese poder político tan enorme.

Deme razones para ese auge nacionalista en sociedades supuestamente modernas, globalizadas y abiertas como la nuestra.

Hay varios elementos, uno de ellos es la forma en que se ha producido la globalización. El individualismo favorecido por el neoliberalismo, más allá de las estructuras económicas, ha propulsado la instalación de un egoísmo consumerista cuando toda la Filosofía Política descansa sobre la noción del bien común: ¿cuándo es la última vez que hemos oído hablar del bien común?

Toda la acción política estaba orientada hacia lo que compartimos, no hacia lo que nos diferencia para buscar un agravio comparativo y de ahí sacar un derecho. Los nacionalismos convierten el derecho a la diferencia en una diferencia de derechos.  

La búsqueda del hecho diferencial se suma a la desafección a la democracia y a la desasistencia del Estado: los procesos de privatización y el aumento de las desigualdades han hecho que parte de la población se haya sentido abandonada y que no conciba el Estado como proveedor del bien común. 

Hay una confluencia de elementos. Algunos son imputables al sector ideológico de la izquierda y otros a la derecha, pero ambos confluyen en el debilitamiento del zócalo en el que se ubica la ciudadanía, que tiene la igualdad y el bien común como horizontes normativos. Lo cuenta bien para el caso norteamericano Arlie Russell Hochschild en Extraños en su propia tierra.

Usted señala que tanto el nacionalismo como el neoliberalismo son dos "religiones" que avanzan por Europa y que amenazan con debilitar sus Estados miembros. No son pocos, sin embargo, quienes creen ver en el liberalismo una suerte de antídoto frente al nacionalismo.

Ambos son ingredientes que contribuyen a la patología que antes señalaba: desafección hacia la democracia. Si entramos en una caracterización politológica hay muchas diferencias: el liberalismo parte del sujeto, de una concepción individual que llevada al extremo de Thatcher ("la sociedad no existe") es peligrosa. Por otro lado, el nacionalismo busca un sujeto colectivo: la tribu, la nación, la bandera. Si partimos de ahí, son elementos claramente opuestos.

Pero desde el punto de vista de la pedagogía pública ambos acaban confluyendo en la destrucción del bien común. Para el neoliberalismo lo que importa es lo privado, no lo público. Y para el identitarismo lo que importa es lo propio, no lo compartido. En ese sentido, aunque pareciendo posiciones polares, su impacto sobre la democracia es no solo aditivo sino factorial.

La comunicación pública, con independencia de la preferencia ideológica del emisor, debe  priorizar un discurso en el que haya sitio para todos. Tenemos que caber todos en esta España que es nuestro ecosistema político. 

¿Cómo recuperamos esa noción de bien común? ¿Cómo construimos una España en la que quepamos todos?

Debemos partir de las experiencias que tenemos. Cuando alguien nos ha ayudado, cuando hemos ayudado a alguien, cuando hemos compartido, cuando hemos sido solidarios o hemos disfrutados del calor social sentimos bienestar. Y no lo digo en un sentido hedonista. Sucede lo contrario cuando nos encontramos con conductas egoístas o narcisistas. 

Recordemos lo que nos decían los griegos. A quienes se preocupaban exclusivamente de los intereses privados les llamaba idiotas. Los ciudadanos son quienes se ocupan de los asuntos públicos. Hay que recuperar una ética pública mínima, un interés por la vida colectiva que pasa por ciertos supuestos básicos: un diálogo respetuoso que distinga entre discrepar y escupir, bajar los decibelios, eliminar el tacticismo político, aceptar que no somos enemigos aunque seamos diferentes. El abecé de la Filosofía y la Política para construir una cultura cívica para una sociedad habitable. "            

(Entrevista a Martín Alonso, Marcos Ondarra, El Español, 01/11/21)

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