20/11/20

Albert Soler: El otro día, por la calle, vi a una señora con un lacito amarillo. Como lo oyen. Primero me sorprendió, pero haciendo memoria recordé que tiempo atrás se veía mucha gente que llevaba, para reclamar la libertad de no sé qué presos

 " ¿Dónde están los lazos?

El otro día, por la calle, vi a una señora con un lacito amarillo. Como lo oyen. Primero me sorprendió, pero haciendo memoria recordé que tiempo atrás se veía mucha gente que llevaba, para reclamar la libertad de no sé qué presos. Supongo que, como todas las modas, ésta ha pasado a la historia, y la pobre mujer no lo sabía. También se ve a veces algún despistado con pantalones de campana.

El ciudadano común ha olvidado tanto este anacrónico complemento como su función original, y la ha dejado en ese cajón del recibidor donde guarda pilas gastadas, llaves de no recuerda qué cerradura y una figurita en mármol de la torre de Pisa. 

 Quiero creer que a los que siguen en prisión nadie les ha comunicado que la moda ha pasado, y que los siguen engañando, diciéndoles que no hay mujer, hombre, o animal catalán sin la inefable pajarita. Con los presos están permitidas las mentiras piadosas, y está bien que crean que las movilizaciones para que la gente pueda ir de bares son en realidad por su libertad. No sea que se depriman.

 La excepción son los que están obligados a llevar el famoso lazo porque aspiran a un cargo o a conservar el que ya obtuvieron. Es comprensible, también vestirían pantalones de campana si eso les asegurara un buen sueldo. Yo haría lo mismo, con la comida no se juega.

 En los balcones todavía se ve alguno, pero éstos no cuentan, están allí desteñidos y medio arrancados por las inclemencias del tiempo y, como es natural, quien los puso hace años, ni siquiera lo recuerda. Yo una vez puse unas petunias de doble flor en la ventana, y cuando lo recordé ya estaban muertas, se ve que no aguantan cinco años sin ser regadas. Los lazos en el balcón no se mueren, porque nunca han tenido vida ni utilidad, pero su aspecto triste y destartalado nos recuerda que lo que se ha muerto es el proceso.

 John Mortimer ironiza en «Un paraíso inalcanzable» sobre los miles de personas que se manifestaban un día contra la energía nuclear, y como quedaron de sorprendidos al llegar a casa y ver por TV que, a pesar de sus gritos y pancartas, las centrales nucleares no se habían desmantelado. Imagino la sorpresa de los lacistas si se enteran de que, a pesar de los meses de militancia amarilla, sus héroes continúan entre rejas."                (Albert Soler, Diari de Girona, 19/11/20)

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