"N Capital e ideología, Thomas Piketty
constata que, en la sociedad catalana, “el apoyo a la independencia
proviene de manera espectacular de las categorías más favorecidas y, en
concreto, de las rentas más altas”.
Así que, para uno de los economistas
más reputados de la izquierda actual, la revolución de las sonrisas es,
en realidad, la revolución de los ricos (“una forma inaceptable de
secesionismo de los ricos”, la llama también el gran jurista Luigi Ferrajoli en Manifiesto por la igualdad).
Es lo que un servidor lleva años diciendo, razón por la cual ha sido
arrojado al infierno de los réprobos, donde arde desde entonces. No se
trata de que “la motivación fiscal”, como la llama Piketty, sea la única
que explica el secesionismo catalán; se trata de que, sin esa
motivación, es imposible explicarlo.
Basta no cerrar los ojos para verlo. De entrada, recordemos lo obvio:
desde que el mundo es mundo son los ricos los que quieren separarse de
los pobres, no los pobres de los ricos; ahora ocurre otro tanto: son los
europeos del norte los que quieren separarse de los del sur, los
italianos del norte de los italianos del sur, los alemanes del sur (los
muniqueses, los ricos) de los del norte (los berlineses, los pobres).
La
brillante propaganda secesionista apacigua la mala conciencia de sus
encantadas víctimas asegurando que los ricos catalanes somos, cómo no,
una excepción a esa regla, y que no queremos separarnos de los pobres
extremeños y andaluces, sino sólo del rico Madrid franquista; pero la
verdad es que ni Madrid es franquista ni el secesionista más alienado
por la propaganda cree en su fuero interno que Cataluña querría
separarse ahora mismo de Extremadura si Extremadura fuera más rica que
Cataluña.
Por otra parte, todos los estudios que conozco —incluidos los
del CEO, el CIS catalán— constatan que los votantes separatistas poseen,
de media, un mayor poder adquisitivo que los no separatistas
(y por tanto, es verdad, un mayor nivel educativo). Pero no hace falta
molestarse en consultar ningún estudio para constatar lo evidente; basta
con darse una vuelta por cualquier ciudad catalana.
Tomemos por ejemplo
la mía, la maravillosa y secesionista Girona: den un paseo por los
opulentos barrios del centro y verán sus balcones engalanados de lazos
amarillos y banderas secesionistas; hagan lo mismo por los humildes
barrios de las afueras —Vila-roja, Germans Sàbat, no digamos Font de la
Pólvora—, y no verán un solo lazo amarillo, ni una sola bandera
secesionista (banderas españolas sí, y hasta banderazos).
El fenómeno,
claro, tiene otra explicación, y es la primera divisoria que parte la
Cataluña actual, la llamada adscripción identitaria: la mayoría de los
habitantes del extrarradio procede de la emigración del resto de España.
No todo lo explica la economía, ya digo; pero nada se explica sin ella:
en Cataluña, los más desfavorecidos no son secesionistas. Ésta es la
realidad, la desagradable realidad que odian los secesionistas y tratan a
toda costa de ignorar; ésta es la realidad que la izquierda, gran parte
de la izquierda catalana —empezando por Ada Colau— y buena parte de la
española —empezando por Pablo Iglesias—, se niega a ver: que, además de
profundamente antidemocrático (como demostró en otoño de 2017), el
secesionismo es un movimiento esencialmente reaccionario.
¿Cómo es
posible que un sector relevante de la izquierda sea su compañero de viaje,
cuando no se sume a él? ¿Cómo es posible que esa izquierda se oponga
con razón a los recortes de derechos, pero no se inmute cuando los
secesionistas quieren arrebatar a millones de catalanes el derecho de
ciudadanía, del que penden todos los demás derechos?
¿Qué sentido tiene
la izquierda si, en vez de estar con los pobres, está con los ricos?
Ada, Pablo, os lo pido de rodillas y sollozando: ¿podríais hacerme el
favor de contestar a estas preguntas? ¿Podríais contestárselas a
vuestros votantes? ¿Podríais leer a Piketty? O, simplemente, ¿podríais
abrir los ojos?
Una cosa es segura: para un votante de izquierda es mucho más duro
tener que aguantar la ceguera de la izquierda que la de la derecha. Y en
ésas estamos." (Javier Cercas, El País, 08/03/20)
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