"La consigna que se repetía por todas partes la resumía un anuncio de
Movistar, en uno de esos folletos llenos de fotos de personas tan
implacablemente felices como las de los murales de la Revolución
Cultural china: “Elige todo”, decía el anuncio. En el anticuado mundo
analógico, el acto de elegir implica necesariamente una renuncia. Al
elegir algo te privas de algo más. No puedes tener la tarta y comértela,
según el dicho inglés. Si la comes, dejas de tenerla. (...)
Elige todo. Puedes tenerlo todo al mismo tiempo. Si así lo deseas, puedes no privarte de nada.
El único sitio del mundo donde el edén virtual se ha cumplido, aparte de en los anuncios, es en Cataluña.
Solo allí es posible disfrutar al mismo tiempo de una cosa y de su
contraria, elegir algo y seguir teniendo algo más. Se puede presidir el Gobierno establecido y al mismo tiempo ponerse a la cabeza de una sublevación,
todo eso cobrando un sueldo que es el doble del que cobra el presidente
del Gobierno opresor. Se puede participar en una huelga de estudiantes
universitarios y al mismo tiempo no perder el curso, dado que las
autoridades académicas, con paternal y maternal indulgencia, suprimen el
estorbo de los exámenes parciales, a fin de que esos jóvenes puedan
ejercer su rebelión sin llevarse sinsabor alguno.
Puedes imaginarte que
participas en una especie de temeraria intifada, emboscado bajo la
capucha de una sudadera de marca, tirando piedras y bengalas contra la
policía, y al día siguiente tus padres se manifestarán quejándose de que
los guardias invasores no te trataron con el mimo que mereces. Se puede
repetir esa consigna escalofriante, “Las calles serán siempre
nuestras”, y al mismo tiempo considerarse víctima de unas “fuerzas de
ocupación”, uniendo así la jactancia del que manda con la dignidad moral
del oprimido. Solo en la Cataluña de ahora está permitido hacer gala de
un pacifismo entre evangélico y gandhiano y al mismo tiempo celebrar
las oportunidades de “visibilización” que ofrece la violencia vandálica.
Por la noche se puede uno dar el gusto de quemar autobuses y
contenedores de basura y a la mañana siguiente encontrará que unos
operarios diligentes han remediado los destrozos, y que junto a esa
misma marquesina que derribó o incendió anoche volverá a detenerse a su
hora otro autobús intacto que no solo lo llevará a su destino, con gran
comodidad y a un precio conveniente, sino que además podrá ser
incendiado a su vez esta noche.
Puedes tenerlo todo. Puedes viajar en el tren y puedes cortar las vías.
En lugares menos avanzados, los trabajadores que van a la huelga
pierden días de salario y corren el peligro de perder también el
trabajo. Tú puedes declararte en huelga y como los activistas que la
convocan son también tus superiores recibirás felicitaciones en vez de
sufrir represalias. Puedes declararte víctima y mártir de la represión y
lanzar a un policía una piedra o un objeto metálico que le atraviese el
casco y le rompa el cráneo y dé con él, entre la vida y la muerte, en
la UVI de un hospital.
Si se da el caso de que te guste la ópera, puedes
disfrutar de una función de gala en el Liceu, y además de beneficiarte
de los muchos millones que puso el Estado para financiar su rápida
reconstrucción después del incendio, tendrás el privilegio añadido de
gritar consignas contra la opresión que dicho Estado te hace padecer.
Puedes llamar perros, simios, hienas con forma humana a los que
consideras tus adversarios, y a la vez sostener, con la conciencia
perfectamente limpia, que los xenófobos son ellos. Puedes quedarte ronco
exigiendo libertad de expresión y al mismo tiempo sumarte a un grupo
amotinado para suprimir la libertad de expresión de otros más débiles
que tú.
Puedes hacerte selfis joviales delante de la hoguera que amenaza
una casa de vecinos o una gasolinera, y luego compartirla en las redes os, judíos o negros sudafricanos o kurdos.
Puedes tener un yate imponente y una mansiósociales, y a la vez sentir que formas parte de uno de esos pueblos
avasallados durante sigln en la Costa Brava y
caldearte por dentro con la seguridad moral de los perseguidos y la
adrenalina ardiente de los revolucionarios con solo plantar una bandera estelada
sobre el tejado de la mansión o el mástil del yate; y cenar langosta en
cubierta y a la vez imaginarte que formas parte de la tripulación del Granma y vas a empezar una sublevación como la de Fidel Castro contra Fulgencio Batista.
Siempre habrá quien acabe pagando: quien recoja los cristales rotos y
las bolsas de basura reventadas, ataje el fuego, procure restablecer a
su alrededor algo de cordura. Asombrosamente, son los más responsables
los que mejor saben ponerse a salvo de cualquier consecuencia de lo que
ellos mismos desataron. Vivir como en el interior de un anuncio en el
que puede tenerse al mismo tiempo todo ha sido siempre un privilegio de
clase." (Antonio Muñoz Molina, El País, 02/11/19)
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