"(...) Estamos viviendo un momento de crisis con herramientas del siglo XXI
para conseguir un objetivo del siglo XIX. Con similitudes tácticas a
protestas que han sucedido en Venezuela, Ucrania y que actualmente
tienen lugar en Hong Kong. Estas se justificaron en los informativos, es
lo que tiene estar en el lado incorrecto de la geopolítica.
Si la izquierda no ha aparecido hasta el final de este artículo es
porque es la única que podría evitar no una más que improbable
independencia catalana, sino que este conflicto sea la excusa para
involucionar España a algo que pretende superar el 78 desde líneas
reaccionarias. (...)
Es perfectamente compatible en nuestra época un movimiento
independentista que reúna antifascistas por oposición a la ultraderecha
española, pero que acoja en su seno a activistas y dirigentes que
manejan un argumentario etnicista como poco inquietante. Es posible que
haya elementos postcapitalistas al lado de otros que ven en la República
catalana una vuelta a un ente nacional que les proteja más que la
“España saqueadora”. Y dentro de ese postcapitalismo habrá anarquistas y
ecologistas, pero también profesionales fascinados con el modelo
californiano que ven como un camino factible para una Cataluña ajena a
la polvorienta Castilla, del mismo modo que California es hoy un Estado
progresista, que odia al medio oeste, y que maneja las políticas
identitarias tanto como fomenta con su desarrollo unos índices de
desigualdad alarmantes.
El debate, como ven, va mucho más allá simplemente del derecho de
autodeterminación, el debate va de que la izquierda no sabe si tomar el
camino del movimientismo y la transversalidad o recuperar su hilo rojo. O
dicho de una forma más sincera, el debate no existe. Una parte de esa
izquierda ya ha elegido ser un ente líquido, curiosamente la misma que
acusa de equidistancia cuando en su universo ya no existen las
trincheras, sino un páramo en el que todo es aprovechable, multiforme y
sin significado. El movimiento independentista, siendo un reclamo típico
del siglo XIX, es hoy un vivo ejemplo del conflicto en el siglo XXI,
uno en el que sólo se entienden las posiciones desde la moralidad y las
narrativas de lo pretendido.
Mientras, la otra izquierda, da tumbos sin saber muy bien qué hacer.
Condenando la violencia policial y las barricadas. Intentando poner
otros temas sociales sobre el tablero que son barridos por la tiranía de
la actualidad. Haciendo lo peor que se puede hacer en estos casos:
mantener un perfil difuso cuando todo el mundo, por odio o por miedo,
quiere formas concretas.
La mayor virtud de Podemos fue probablemente cargarse años de tabúes
izquierdistas. En 2015, En Comú ganó las elecciones generales en
Cataluña acercándose al millón de votos, sacando más de trescientos mil
votos a ERC. En 2016, En Comú Podem volvió a ganar, reduciendo su
distancia con ERC en algo más de doscientos mil votos. Les recuerdo que
en estas dos citas electorales el procés estaba vivo, así como que el
discurso de la izquierda no estuvo centrado en la clave nacional.
La mayor virtud de Podemos también ha sido su gran debe, trajo
iconoclastia pero perdió la organicidad. Una vez pasado el impacto
inicial la gente dejó de saber muy bien a qué votaba. Y esto también se
notó en Cataluña donde dentro de las marcas que representaron el espacio
de Podemos hubo posiciones encontradas a propósito del procés y su
desenlace. Podemos fue iconoclasta para todo menos para el eterno
complejo de la izquierda española con la cuestión nacional.
Una de las mayores capacidades tácticas del independentismo es su
falta de concreción, lo que le ha permitido ser enormemente transversal.
Esa misma característica es su talón de Aquiles: más allá del horizonte
y de la movilización permanente tiene poco que ofrecer en materias
concretas como vivienda, trabajo o pensiones. Es raro que todo el mundo
se fascine por un Estado futuro donde nadie explicita cuáles van a ser
las diferencias en política económica y fiscal del que se pretende huir.
Por otro lado es extraño que nadie parezca preocuparse por la mitad
de Cataluña que no desea la independencia. ¿Cómo se maneja un futuro
Estado donde una gran parte de su población se ha visto arrastrada a un
escenario que considera ilegítimo? Que Ciudadanos ganara las últimas
autonómicas tiene que ver con esto más que con la súbita derechización
de la mitad de la población. La izquierda se mostró timorata con
quienes, además, eran sus votantes potenciales .
Por último, una parte abrumadora de la población del resto del país, a
excepción de Euskadi, no entiende ni los modos, ni las formas, ni los
objetivos del independentismo catalán. ¿Qué pueden pensar en las
regiones más desfavorecidas del país al respecto? La incomprensión
respecto al independentismo va creciendo en una población española
progresista que hace no tanto entendió el Estatut y, más allá, incluso
hubiera podido entender la celebración de un referendo pactado para un
nuevo encaje constitucional. Hoy esas posibilidades son más que remotas.
Se apela al diálogo, pero hay que asumir que en este contexto nadie
quiere hablar. La derecha por descontado, el PSOE por razones tanto de
Estado como electorales y los independentistas por algo parecido pero
inverso: ¿quién da el primer paso y recibe el apelativo de traidor por
una gente que se siente humillada tras el recorte al Estatut, las cargas
del 1 de octubre, el 155, sus líderes presos, pero sobre todo
enormemente frustrada tras el experimento fallido de la proclamación del
2017? Tienen sus razones, eso es indudable. Hablar es necesario cuando
hay algo que decirse. Apelar al diálogo en estas condiciones es el
enésimo brindis al sol de toda esta historia.
La izquierda española debe tomar una decisión dura y difícil, pero
necesaria para pintar algo en el futuro inmediato y ser un actor de peso
en el largo plazo: declararse no sólo contraria a la independencia,
sino al actual momento soberanista. Oponerse claramente al callejón sin
salida que ha resultado el procés, a ese coche que los dirigentes de la
CUP despeñaban pidiendo que comenzara el mambo. Explicar que hoy por
hoy, en estas condiciones, nacionales e internacionales, la
independencia no puede producirse a un nivel real. Ni siquiera ya un
referendo, ni siquiera un nuevo proyecto de Estatut. Es lo que ocurre
con las derrotas, que se pagan caras. Pero de eso no tiene la culpa la
izquierda española, la tienen unos dirigentes independentistas que
intentaron crear un nuevo Estado en 18 meses sin contar con ninguno de
los requisitos.
Esta posición es lo único que hoy puede frenar la ola de españolismo
reaccionario que promete llevarse todo por delante y no sólo a nivel
electoral. El Otoño Rojigualdo fue el 15M de la derecha, el reencuentro
identitario del tercio más reaccionario del país. Hoy están de vuelta
dispuestos a culminar su proyecto. Un aviso: los indecisos, que son
legión entre el apoliticismo reinante, suelen caer del lado del que
tiene las cosas más claras. Y esto es algo que precisamente la derecha,
no sólo la institucional, sino la económica, la mediática y aquella que
forma parte del Estado, tiene por virtud.
Sería deseable que los miembros más inteligentes y progresistas del
independentismo aceptaran la derrota y dieran un paso atrás. Es absurdo
quemar las naves cuando aún puedes salvar una parte de tu proyecto
político. Es una decisión dura y difícil, pero honrada con quienes están
aún en la calle luchando por lo que estiman, y son, sus derechos
democráticos. Hacen falta líderes valientes capaces de aguantar lo que
hoy serán acusaciones de traición, lo que mañana serán agradecimientos
por haber mostrado un sendero por el que volver a caminar. Ser
independentista no es ningún delito, pero hoy está más cerca que nunca
de serlo.
Lo primero es evitar que la derecha se haga con el Gobierno central.
Que el PSOE decida si quiere una gran coalición con el PP o un pacto de
mínimos con la izquierda, que ya no se podrá llamar, por decencia, ni
siquiera Gobierno progresista. Entender que los líderes presos no tienen
porque cumplir una década de condena, que lo que hoy es imposible en
unos meses puede ser un tercer grado y más adelante un indulto.
Entender que hace unos meses una gran parte de la población española
había olvidado tanto el rojigualdismo como la conmoción de la
declaración unilateral de independencia y que votó dando la espalda a
aquella infausta reunión de Colón. Entender que el PP sacó el peor
resultado de su historia cuando más radicales se mostraron en su odio a
Cataluña. Que incluso partes del electorado conservador querían pasar
página.
Es compresible que la sentencia del procés haya puesto todo patas
arriba. Si ERC tuvo responsabilidad en la cita electoral de mayo al no
votar los presupuestos está exenta de esa responsabilidad en estas
segundas elecciones. Pero no puede obviar que del resultado de las
mismas depende el futuro inmediato no sólo de los presos y de Cataluña,
sino de todo el país. Y en este juego de posiciones, tanto los
nacionalistas vascos de derechas como los independentistas vascos de
izquierda tendrían mucho que aportar.
La izquierda española se enfrenta a un complejo dilema histórico que
debe ser resuelto inmediatamente por las elecciones generales, pero
enfrentado a largo plazo si quiere ser un actor político relevante en un
momento en que los cambios más bruscos no están llegando de los
excluidos de la globalización, sino precisamente de los beneficiados. Al
nacionalismo reaccionario español se le puede combatir en líneas de
clase, pero también aceptando la españolidad desde los presupuestos
cívicos, no identitarios. El encaje de las otras nacionalidades en un
futuro proyecto republicano no podrá hacerse sin la complicidad del
resto del país. Al menos de una manera pacífica.
A veces hay que dar un paso atrás para poder seguir caminando." (Daniel Bernabé, Público, 21/10/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario