24/10/19

Daniel Bernabé: la izquierda española debe tomar una decisión dura y difícil, pero necesaria para pintar algo en el futuro: declararse contraria a la independencia. Oponerse claramente al callejón sin salida del procés. Pero de eso no tiene la culpa la izquierda española, la tienen unos dirigentes independentistas que intentaron crear un nuevo Estado en 18 meses. Esta posición es lo único que hoy puede frenar la ola de españolismo reaccionario que promete llevarse todo por delante...

"(...) Estamos viviendo un momento de crisis con herramientas del siglo XXI para conseguir un objetivo del siglo XIX. Con similitudes tácticas a protestas que han sucedido en Venezuela, Ucrania y que actualmente tienen lugar en Hong Kong. Estas se justificaron en los informativos, es lo que tiene estar en el lado incorrecto de la geopolítica.
Si la izquierda no ha aparecido hasta el final de este artículo es porque es la única que podría evitar no una más que improbable independencia catalana, sino que este conflicto sea la excusa para involucionar España a algo que pretende superar el 78 desde líneas reaccionarias. (...)

Es perfectamente compatible en nuestra época un movimiento independentista que reúna antifascistas por oposición a la ultraderecha española, pero que acoja en su seno a activistas y dirigentes que manejan un argumentario etnicista como poco inquietante. Es posible que haya elementos postcapitalistas al lado de otros que ven en la República catalana una vuelta a un ente nacional que les proteja más que la “España saqueadora”. Y dentro de ese postcapitalismo habrá anarquistas y ecologistas, pero también profesionales fascinados con el modelo californiano que ven como un camino factible para una Cataluña ajena a la polvorienta Castilla, del mismo modo que California es hoy un Estado progresista, que odia al medio oeste, y que maneja las políticas identitarias tanto como fomenta con su desarrollo unos índices de desigualdad alarmantes.

El debate, como ven, va mucho más allá simplemente del derecho de autodeterminación, el debate va de que la izquierda no sabe si tomar el camino del movimientismo y la transversalidad o recuperar su hilo rojo. O dicho de una forma más sincera, el debate no existe. Una parte de esa izquierda ya ha elegido ser un ente líquido, curiosamente la misma que acusa de equidistancia cuando en su universo ya no existen las trincheras, sino un páramo en el que todo es aprovechable, multiforme y sin significado. El movimiento independentista, siendo un reclamo típico del siglo XIX, es hoy un vivo ejemplo del conflicto en el siglo XXI, uno en el que sólo se entienden las posiciones desde la moralidad y las narrativas de lo pretendido.

Mientras, la otra izquierda, da tumbos sin saber muy bien qué hacer. Condenando la violencia policial y las barricadas. Intentando poner otros temas sociales sobre el tablero que son barridos por la tiranía de la actualidad. Haciendo lo peor que se puede hacer en estos casos: mantener un perfil difuso cuando todo el mundo, por odio o por miedo, quiere formas concretas.

La mayor virtud de Podemos fue probablemente cargarse años de tabúes izquierdistas. En 2015, En Comú ganó las elecciones generales en Cataluña acercándose al millón de votos, sacando más de trescientos mil votos a ERC. En 2016, En Comú Podem volvió a ganar, reduciendo su distancia con ERC en algo más de doscientos mil votos. Les recuerdo que en estas dos citas electorales el procés estaba vivo, así como que el discurso de la izquierda no estuvo centrado en la clave nacional.

La mayor virtud de Podemos también ha sido su gran debe, trajo iconoclastia pero perdió la organicidad. Una vez pasado el impacto inicial la gente dejó de saber muy bien a qué votaba. Y esto también se notó en Cataluña donde dentro de las marcas que representaron el espacio de Podemos hubo posiciones encontradas a propósito del procés y su desenlace. Podemos fue iconoclasta para todo menos para el eterno complejo de la izquierda española con la cuestión nacional.

Una de las mayores capacidades tácticas del independentismo es su falta de concreción, lo que le ha permitido ser enormemente transversal. Esa misma característica es su talón de Aquiles: más allá del horizonte y de la movilización permanente tiene poco que ofrecer en materias concretas como vivienda, trabajo o pensiones. Es raro que todo el mundo se fascine por un Estado futuro donde nadie explicita cuáles van a ser las diferencias en política económica y fiscal del que se pretende huir.

Por otro lado es extraño que nadie parezca preocuparse por la mitad de Cataluña que no desea la independencia. ¿Cómo se maneja un futuro Estado donde una gran parte de su población se ha visto arrastrada a un escenario que considera ilegítimo? Que Ciudadanos ganara las últimas autonómicas tiene que ver con esto más que con la súbita derechización de la mitad de la población. La izquierda se mostró timorata con quienes, además, eran sus votantes potenciales .

Por último, una parte abrumadora de la población del resto del país, a excepción de Euskadi, no entiende ni los modos, ni las formas, ni los objetivos del independentismo catalán. ¿Qué pueden pensar en las regiones más desfavorecidas del país al respecto? La incomprensión respecto al independentismo va creciendo en una población española progresista que hace no tanto entendió el Estatut y, más allá, incluso hubiera podido entender la celebración de un referendo pactado para un nuevo encaje constitucional. Hoy esas posibilidades son más que remotas.

Se apela al diálogo, pero hay que asumir que en este contexto nadie quiere hablar. La derecha por descontado, el PSOE por razones tanto de Estado como electorales y los independentistas por algo parecido pero inverso: ¿quién da el primer paso y recibe el apelativo de traidor por una gente que se siente humillada tras el recorte al Estatut, las cargas del 1 de octubre, el 155, sus líderes presos, pero sobre todo enormemente frustrada tras el experimento fallido de la proclamación del 2017? Tienen sus razones, eso es indudable. Hablar es necesario cuando hay algo que decirse. Apelar al diálogo en estas condiciones es el enésimo brindis al sol de toda esta historia.

La izquierda española debe tomar una decisión dura y difícil, pero necesaria para pintar algo en el futuro inmediato y ser un actor de peso en el largo plazo: declararse no sólo contraria a la independencia, sino al actual momento soberanista. Oponerse claramente al callejón sin salida que ha resultado el procés, a ese coche que los dirigentes de la CUP despeñaban pidiendo que comenzara el mambo. Explicar que hoy por hoy, en estas condiciones, nacionales e internacionales, la independencia no puede producirse a un nivel real. Ni siquiera ya un referendo, ni siquiera un nuevo proyecto de Estatut. Es lo que ocurre con las derrotas, que se pagan caras. Pero de eso no tiene la culpa la izquierda española, la tienen unos dirigentes independentistas que intentaron crear un nuevo Estado en 18 meses sin contar con ninguno de los requisitos.

Esta posición es lo único que hoy puede frenar la ola de españolismo reaccionario que promete llevarse todo por delante y no sólo a nivel electoral. El Otoño Rojigualdo fue el 15M de la derecha, el reencuentro identitario del tercio más reaccionario del país. Hoy están de vuelta dispuestos a culminar su proyecto. Un aviso: los indecisos, que son legión entre el apoliticismo reinante, suelen caer del lado del que tiene las cosas más claras. Y esto es algo que precisamente la derecha, no sólo la institucional, sino la económica, la mediática y aquella que forma parte del Estado, tiene por virtud.

Sería deseable que los miembros más inteligentes y progresistas del independentismo aceptaran la derrota y dieran un paso atrás. Es absurdo quemar las naves cuando aún puedes salvar una parte de tu proyecto político. Es una decisión dura y difícil, pero honrada con quienes están aún en la calle luchando por lo que estiman, y son, sus derechos democráticos. Hacen falta líderes valientes capaces de aguantar lo que hoy serán acusaciones de traición, lo que mañana serán agradecimientos por haber mostrado un sendero por el que volver a caminar. Ser independentista no es ningún delito, pero hoy está más cerca que nunca de serlo.

Lo primero es evitar que la derecha se haga con el Gobierno central. Que el PSOE decida si quiere una gran coalición con el PP o un pacto de mínimos con la izquierda, que ya no se podrá llamar, por decencia, ni siquiera Gobierno progresista. Entender que los líderes presos no tienen porque cumplir una década de condena, que lo que hoy es imposible en unos meses puede ser un tercer grado y más adelante un indulto.

Entender que hace unos meses una gran parte de la población española había olvidado tanto el rojigualdismo como la conmoción de la declaración unilateral de independencia y que votó dando la espalda a aquella infausta reunión de Colón. Entender que el PP sacó el peor resultado de su historia cuando más radicales se mostraron en su odio a Cataluña. Que incluso partes del electorado conservador querían pasar página.

Es compresible que la sentencia del procés haya puesto todo patas arriba. Si ERC tuvo responsabilidad en la cita electoral de mayo al no votar los presupuestos está exenta de esa responsabilidad en estas segundas elecciones. Pero no puede obviar que del resultado de las mismas depende el futuro inmediato no sólo de los presos y de Cataluña, sino de todo el país. Y en este juego de posiciones, tanto los nacionalistas vascos de derechas como los independentistas vascos de izquierda tendrían mucho que aportar.

La izquierda española se enfrenta a un complejo dilema histórico que debe ser resuelto inmediatamente por las elecciones generales, pero enfrentado a largo plazo si quiere ser un actor político relevante en un momento en que los cambios más bruscos no están llegando de los excluidos de la globalización, sino precisamente de los beneficiados. Al nacionalismo reaccionario español se le puede combatir en líneas de clase, pero también aceptando la españolidad desde los presupuestos cívicos, no identitarios. El encaje de las otras nacionalidades en un futuro proyecto republicano no podrá hacerse sin la complicidad del resto del país. Al menos de una manera pacífica.

A veces hay que dar un paso atrás para poder seguir caminando."                  (Daniel Bernabé, Público, 21/10/19)

No hay comentarios: