"Sin duda, la franja de independentistas sobrevenidos procedentes del nacionalismo moderado
—y, por tanto, supuestamente más proclives que los independentistas
pata negra a una reconsideración crítica de las posiciones a las que se
han adherido hace poco— se ha convertido en el poco oculto objeto del
deseo de los sectores constitucionalistas más abiertos.
Es razonable el
planteamiento. Si miramos las cosas con una cierta perspectiva de
conjunto y no nos enredamos con los detalles, por lo menos un motivo
para el optimismo podemos encontrar (para el pesimismo andamos sobrados
de ellos, para qué engañarnos).
Me refiero al hecho de que, haciendo
números, lo que ha significado el 'procés' no ha sido
propiamente una ampliación de la base soberanista (la suma de votantes
de ERC y los de la vieja CiU se mantiene prácticamente idéntica desde
hace años), sino más bien una radicalización de la práctica totalidad de ese sector hacia un independentismo explícito.
Se
diría que es la conciencia de la existencia de este techo por parte del
propio independentismo la que ha llevado a sectores del mismo a
plantear por enésima vez, tras las elecciones del 28-A, la cuestión del referéndum
de autodeterminación. Y lo han hecho sacando a pasear el argumento que
reiteran a la menor ocasión para justificar su necesidad.
Me refiero al
de ese presunto 80%, de incertísimo origen, que según
ellos está a favor de llevarlo a cabo. La sola cifra ya implica que
habría una parte significativa del electorado no independentista que
vería con buenos ojos dicha convocatoria como forma de resolver de una vez por todas el conflicto enquistado
en Cataluña desde hace años.
En realidad, lo que hace el
independentismo con esta imaginativa contabilidad es fundamentalmente
apropiarse de los votos de los partidarios de los comunes, en la medida
en que los dirigentes de este partido siempre han proclamado estar a
favor de que el conflicto se resuelva finalmente en un referéndum.
Ahora bien, de la misma forma que dicha fuerza nunca ha especificado en qué sentido se inclinaría su voto
llegado ese momento trascendental, también se ha cuidado mucho de no
aclarar en qué tipo de referéndum estaba pensando. Porque no es lo mismo
un referéndum para una reforma constitucional o estatutaria que un
referéndum de autodeterminación.(...)
No parece, ciertamente, que el repentino y furioso amor hacia la
Constitución que le ha sobrevenido a Podemos y a sus confluencias en los
últimos tiempos juegue a favor de los independentistas.
Porque, aplicando la lógica más elemental, si junto a algunos pueden
sus contados los partidarios de esta organización política y sus
confluencias (comunes incluidos) respecto a la salida para Cataluña
es junto a los que sostienen que cualquier diálogo debe desarrollarse
en el marco constitucional y estatutario y no junto a los empeñados en
hacerlo saltar por los aires. (...)
Al lado de esta grosera falacia de planteamiento por parte del
independentismo, lo otro que sorprende, y que nunca llegan a explicar
los partidarios del mismo, es el ignoto motivo por el que ese importante
tanto por ciento de no independentistas supuestamente partidarios
también del referéndum de autodeterminación ni tan siquiera han acudido a
votar en las dos ocasiones (9-N de 2014 y 1-O de 2017) en las que
explícitamente (dejo de lado elecciones autonómicas rebautizadas con los
más originales nombres, aunque el saldo no variaría) se les convocaba a
ello.
Por el contrario, solo acudieron en ambas ocasiones a las urnas
prácticamente el mismo número de ciudadanos que en otras convocatorias habían votado a formaciones independentistas. ¿Dónde está, pues, ese 30% largo de no independentistas que
no hay forma humana de que haga el menor caso a las convocatorias del
independentismo con las que según este se encuentran plenamente de
acuerdo?
De ahí que hayamos aludido en el título del presente artículo a la derrota de los vencedores
(electorales). La impugnación radical del orden democrático existente
en España que planteó en su momento el independentismo está claro que no
ha alcanzado su objetivo. Baste con constatar, como certificación
apresurada de su derrota, el giro que pasó a dar a sus planteamientos en
la inminencia de las elecciones del 28-A.
Los hubo en su seno que
empezaron a proponer, bien es cierto que con la boca pequeña, el regreso
a la vieja estrategia gradualista del 'peix al cove pujolista', con Oriol Junqueras en el papel del exhonorable. Más vale eso, ciertamente, que la 'performance' permanente a la que es tan proclive Carles Puigdemont.
Pero resulta imposible no sospechar, sobre todo habida cuenta del
protagonismo del líder de ERC a la hora de persuadir al entonces
'president' de la Generalitat para que no convocara elecciones
autonómicas en octubre de 2017, si su moderada actitud de ahora responde
a un cálculo meramente táctico más que al convencimiento profundo del
que ha llevado a cabo la necesaria autocrítica.
O, por
decirlo con los términos del inicio: no deja de ser inquietante
constatar que quienes declaran haberse moderado en sus reivindicaciones
no son, como parecería razonable esperar a la vista del fracaso político
del 'procés', los independentistas sobrevenidos, sino los pata negra.
Curioso, desde luego.
Cómo no pensar que tal vez la templada actitud
actual de estos últimos lo que constituye realmente es una forma de
intentar mantener en la práctica la cronificación del conflicto. Una cronificación de baja intensidad, pero cronificación al fin. La actitud de ERC ante la propuesta de que Miquel Iceta presida el Senado tal vez esté constituyendo un test clarificador de las auténticas intenciones del independentismo." (Manuel Cruz, El Confidencial, 11/05/19)
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