"(...) Los nacionalistas han sido capaces de construir, más o
menos, un Estado, pero en absoluto una nación y ese fracaso alcanzará
toda su vida útil.
La inmensa manifestación de ayer, como
la del 8 de octubre, no prueba que haya crecido exponencialmente el
número de constitucionalistas catalanes ni lo pretende.
Solo indica que
han aumentado su movilización y su beligerancia, y esas dos condiciones,
al margen de que sea o no preámbulo de un futuro incremento de votos,
fracturan el ensueño de un gobierno que camina hacia Ítaca con una
encendida nación detrás.
El nacionalismo catalán solo da para gobernar
una región autónoma española. ¡Desdichadamente no es poco! Pero no da
para un paso más. Durante los últimos años la costra catalana ha ido
predicando el mensaje de la independencia.
Cíclicamente los órganos de
gobierno de universidades, de colegios profesionales, de clubs de
fútbol, de asociaciones culturales, de medios de comunicación, todos
ellos dependientes del Presupuesto y exaltados por una activa pléyade de
curas y campesinas, han creído y hecho creer que el pueblo elegido
podía asaltar el Estado democrático.
Pero como siempre ocurre con los
adoquines debajo estaba la playa. Y el inexorable reflujo de las mareas." (Arcadi Espada, El Mundo, 30/10/17)
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