8/11/17

Aún con presos y con una increíble inflación verbal, este conflicto sigue siendo una bicoca para ambas élites institucionales que, debemos recordar, nunca han dejado de ser los actores principales del “choque”... la orfandad de la izquierda es total...

"(...) La crisis catalana es un episodio extraordinario, casi estrambótico, de autonomía de lo político. Autonomía llevada a niveles de delirio, pero con escasas consecuencias reales más allá de algunos golpes, unos pocos juicios y un achicharrante estrés emocional para unos y para otros.

 Todo ocurre, es preciso recordarlo, dentro de la Unión Europea, único ámbito territorial decisivo para las provincias española y catalana. Y todo ello también dentro del marco de una sociedad pacificada y poco dispuesta a llegar al enfrentamiento armado por las cuestiones en liza. Así se explica que el desastre nunca lo sea del todo. Que cada cual pueda recuperar su vida cotidiana sin mayores traumas.  (...)

Aun, por tanto, con presos y con una increíble inflación verbal (independencia, sedición), este conflicto sigue siendo una bicoca para ambas élites institucionales que, debemos recordar, nunca han dejado de ser los actores principales del “choque”.

En primer lugar, el PP y los exconvergentes del PDeCat, dos partidos atosigados por los escándalos de corrupción, que han sufrido el desgaste de la aplicación de las políticas de austeridad dictadas por Europa. Pero que ahora se nos presentan, no sin contradicciones, como los campeones de sus respectivos demos (catalán y español), haciendo gala de gran política, con una épica que les estaba vedada por su posición subalterna en el concierto europeo.

Esa triste realidad, que intentan conjurar, la constituye ese muñeco de paja llamado régimen del 78. En segundo lugar, están los partidos-relevo, Ciudadanos-Ciutadans y ERC, que heredarán la tierra que han dejado sus hermanos mayores, y que azuzan el conflicto como quien sabe que lo tiene todo por ganar.  (...)

Nuestros socialistas de época, que también basculan entre la revolución y el régimen legítimo, sin saber que ambos juegos son incompatibles, se desperdigan por todo el arco de la nueva y la vieja política.

 Por empezar por los más coherentes, la CUP y la izquierda llamémosla “confederal”, que ha visto en Catalunya la gran oportunidad, el colofón al ciclo 15M. Su relato no está exento de atractivo. Si Catalunya rompe, nos dicen, caerá el régimen, los pueblos de España al fin liberados tendrán su oportunidad de encontrarse sin cadenas, felices, en una nueva Iberia sin derecha (o con una “derecha civilizada”).

Contra ellos habrá que mostrar, no obstante, que el curso de los acontecimientos parece desmentir su hipótesis. El conflicto catalán ha sido, en efecto, el colofón al 15M, pero en el sentido que le dan los liquidadores. 

Nunca en los años previos, los viejos actores institucionales han tenido tanto margen de maniobra, hasta el punto de dominar la calle y cabalgar el malestar como dueños y representantes legítimos de sus respectivas huestes, trapos y banderas. Catalunya parece ser la restauración de lo viejo, a través como siempre de la integración de lo nuevo. La reforma constitucional ya en marcha es simplemente eso. 

Más grave aún. Al processisme, esta izquierda le ha ofrecido un lenguaje, que ya en el 15M era solo una muletilla de una intuición más profunda. Le ha dado palabras como proceso constituyente, régimen del 78 y, sobre todo, democracia. Con este regalo lingüístico, ha transformado a las izquierdas, nuevas y viejas, que sin movilización son sólo institución, en un contenedor vacío, sin capacidad de análisis ni respuesta.

 El agujero es mayor en aquellos que han quedado más atrapados en esta gigantesca guerra cultural, aquellos que han asumido completamente la literalidad de los términos del conflicto. Así por ejemplo, la bandera del “un sol poble”, que el PSUC agitó para apaciguar la agresiva conflictividad obrera de los años setenta y asegurar una transición pacífica, hoy se emplea para unificar por abajo a una sociedad quebrada frente al ataque a las instituciones catalanas practicado por el Estado.

 Fuera de Catalunya es la misma bandera que identifica el pueblo de Catalunya con el soberanismo, y que comparte la épica de los procesos de liberación nacional, en una época, un país y una posición geopolítica que nada tienen que ver con la Guinea Bissau de Amílcar Cabral o la Argelia de Ben Bella.  (...)

Entender los rasgos neocon de estas movilizaciones, en las que efectivamente hay falangistas, pero sobre todo segmentos importantes de población modesta y hasta hace poco despolitizada, queda como una tarea pendiente para otra generación. Réquiem, otra vez, para la extrema izquierda.  (...)

En el colmo de la impotencia asumida e integrada, topamos con la iniciativa Parlem-Hablemos. Ningún acontecimiento de este octubre de 2017 ha sido más notorio de la angustia de la nueva política como actor de transformación.

La petición tiene guasa: se rogaba a las dos élites institucionales, que hasta hace nada debíamos enfrentar, ahogar y destruir, que se pusiesen en una mesa a dialogar... ¡una solución! En lugar de tomar su conflicto como lo que es, una huida hacia delante que deja al descubierto toda su debilidad, se les consideraba como dos monstruos poderosos, y por ende legítimos.  (...)

En definitiva, la izquierda de 2017 no entiende el teatro de lo político: se lo toma demasiado en serio, porque quiere ser parte del mismo. Pero tampoco entiende los niveles materiales del conflicto: por ausencia de luchas materiales en las que apoyarse. Su orfandad es total.   (...)

El enfrentamiento Cat-Esp nos ha ofrecido una ilusión, repleta de épica, de personajes, de acontecimientos, de historia. Lo ha hecho después de la primera gran crisis de representación de la democracia española. Pero esta crisis es, sobre todo, un síntoma de senilidad, no de juventud.

 La solución Rajoy (que sería la misma de Sánchez, y con variaciones de Iglesias y las élites catalanas) pasa por reconstruir una esfera legítima al teatro de la representación. En sus términos requiere no tanto el estado de excepción (no hay enemigos articulados de la democracia), como la recuperación de un interlocutor catalán con el que negociar un arreglo, un equilibrio dinámico y conflictivo, pero fiable.

Esto ocurrirá tarde o temprano, cuando las élites institucionales catalanas, derrotadas, logren dominar los espíritus animales del “poble” y se sientan suficientemente seguras. Eso es lo que quiere decir “restaurar la constitución”, que es una constitución material: un reparto del poder entre distintos segmentos de las élites de Estado. (...)"                 (Emmanuel Rodríguez, CTXT, 30/10/17)

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