"El nacionalismo ha creado una ‘contrasociedad’,
definida por oposición a un fantasma que se identifica como Madrid o
como España. Pero ha sido incapaz de ofrecer un modelo de convivencia en
positivo, una cultura integradora y que responda a nuestra época”.
La relevancia de la cita no es su conexión con la actualidad catalana, sino quién la pronunció, cuándo y a qué nacionalismo se refiere. Su autor es Mario Onaindía, histórico militante de ETA político-militar, en 1979, dos años después de ser liberado de la condena con la que Franco conmutó las dos penas de muerte que le impusieron en el Proceso de Burgos. (...)
Uno de los temas más recurrentes en el pensamiento y la acción política de Onaindía desde que recobró la libertad fue el peligro de fractura en dos comunidades. Su temor era que lo que nunca consiguió el nacionalismo (‘Una, Grande y Libre’) del dictador –una Euskadi dividida entre vencedores y vencidos– lo lograra el nacionalismo autóctono distinguiendo entre patriotas (abertzales) y españolistas.
Desde entonces soy alérgico al término. Me preocupó su uso creciente en Cataluña durante los últimos años y ahora me alarma. “¡Españolista!, así, con exclamaciones. No es ni neutro ni meramente descriptivo.
Y su carga peyorativa no es casual. A quien se señala de esa manera se le identifica de inmediato con la ‘metrópoli’ colonial. No con el Gobierno popular o con las voces más ultramontanas, sino con un concepto unívoco que engloba el origen de todas las injusticias: España y, por extensión, los españoles. (...)
En los últimas semanas se perciben, al menos en la ciudades, signos desconocidos de tensión social:
enfrentamientos verbales, afirmaciones inéditas de simbología
constitucional, contra-caceroladas, himnos de España emitidos desde
balcones en patios de manzana contra versiones de Els Segadors…
Hace pocos días, tan solo el en tiempo que lleva desayunar, oí en dos noticieros radiofónicos diferentes, a varios conocidos periodistas relatar escenas semejantes
de la noche anterior, coincidentes con lo observado en mi propia calle.
Al describir sus impresiones, tres de ellos coincidieron en la palabra
que mejor definía sus sentimientos: “miedo”. Su temor no era por su integridad personal sino por la ruptura de la convivencia y el surgimiento de una desconocida animosidad ajena a cualquier experiencia que se recuerde. (...)
Jamás hubiera pensado, cuando llegue a Cataluña, que llegaría el día en que recordaría tanto los peores días de Euskadi. Mis amigos catalanes me insisten en que “no es lo mismo”, que aquí no hay violencia, que no hay una ETA.
Y, por supuesto, lo último es cierto. Pero también lo es que hay violencia. Larvada y hasta ahora latente, sólo ahora comienza aflorar en las palabras, en las actitudes, en la falta de empatía, en la crispación.
Existen causas y culpas de sobra para repartir, pero
esa no es la discusión que se requiere en estos momentos. Lo urgente es
reconocer que la fractura se ha producido y se agranda con cada nuevo episodio. ¿Dará alguien el primer paso para remediarlo? (...)
Nos vendría bien alguna figura como Onaindía en Cataluña, en Euskadi y en España.
Sinceramente, creo que con la Generación del 78, no habríamos llegado a esto." (Carlos Lareau, Economía Digital, 21/10/17)
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