17/1/16

El vehículo para superar el ridículo de los últimos meses y acumular nuevas fuerzas va a ser el llamado proceso constituyente... con episodios de desobediencia de tipo “gandhiano”. Pero, ¿son muchos los catalanes decididos a aceptar los costes personales de pasar de la palabra a los hechos?

"La elección in extremis de Carles Puigdemont como nuevo presidente de la Generalitat ha evitado el peor de los escenarios posibles para el bloque separatista. Ir a marzo, a unas nuevas elecciones, hubiera supuesto enterrar la pulsión secesionista durante una larga temporada, tras unos meses de fuerte ridículo.  

(...) el interés partidista de CDC ha sido definitivo. En marzo corría el riesgo no solo de situarse en una posición subalterna, cediendo la presidencia de la Generalitat al republicano Oriol Junqueras, sino que incluso estaba en juego la posibilidad de perder todo el poder autonómico tras un pacto de las fuerzas de izquierda, a partir del auge electoral de la formación de Ada Colau en alianza con Podemos.  (...)

Una nueva convocatoria electoral suponía el colapso del separatismo por una larga temporada. (...)

Ahora bien, el destino final sigue siendo el mismo, la frustración del independentismo, ya que la secesión unilateral es un camino intransitable, que no cuenta con el apoyo de la mayoría de los catalanes. 

La diferencia es que ahora están más obligados que nunca a intentarlo. A ir hasta el final con “valentía pero sin temeridad”, dijo Puigdemont, provocando la intervención de la Generalitat por parte del Estado e incluso la inhabilitación del Ejecutivo catalán. 

Saben que en el choque perderán, pero con la esperanza de enquistar un conflicto en la sociedad catalana de dolorosas consecuencias que les devuelva pronto al poder, ensanchando por el camino su base independentista en unas nuevas elecciones. 

La diferencia es que, en marzo, el fracaso hubiera sido propio, interno, casi esperpéntico. Ahora, sin embargo, el fracaso se convertirá en una derrota frente a un Estado opresor, frustración que será socializada y que cuenta con un nuevo presidente mucho más dispuesto a inmolarse que el anterior.  (...)

El vehículo para superar el ridículo de los últimos meses y acumular nuevas fuerzas va a ser el llamado proceso constituyente, que Oriol Junqueras, vicepresidente del nuevo Gobierno, ya ha avanzado que va a tener episodios de desobediencia y de resistencia pacífica, de tipo “gandhiano”. 

No está nada claro que vayan a lograr el éxtasis popular. La ventaja del nacionalismo catalán es que cuenta con el control casi absoluto de las instituciones, del poder en el territorio. El papel de las corporaciones locales va a ser clave en la estrategia del desacato. 

Su objetivo no amaga nada: socializar el conflicto, sacar rédito de la frustración y el victimismo. Un fracaso que solo será atribuible, claro está, al maligno Estado español. De perdidos, al río, se dijeron pocas horas antes de que cayera la legislatura. En el intento por salvar el poder y el honor los costes sociales pueden ser inmensos."           (   , El País, 13 ENE 2016)

"(...)  En este contexto, reposada la euforia inicial, el independentismo se dirige al momento de la verdad. De la emoción, tiene que pasar a la acción. 

Con las fuerzas muy justas, sin mayoría social y con la Generalitat arruinada.

 La hoja de ruta que el president Puigdemont esbozó implica diversos actos de ruptura. No le temblará el pulso: si es necesario, se inmolará. Ahora bien: ¿qué apoyo social tendrán estos actos?

No sabemos si son muchos los catalanes decididos a aceptar los costes personales de pasar del cántico a la acción, de la palabra a los hechos. De ahí que la duda del período que empieza sea: ¿El fuego será real o volverán los fuegos de artificio?"                 (  , La Vanguardia, 13/01/2016)

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