"(...) La moraleja
más extendida entre quienes compran el relato del conflicto es que, aunque las
buenas causas se han defendido de malas maneras, eso no supone que las malas
maneras enloden la justicia de las causas. Y sí, estrictamente, no es
descartable que una buena causa se defienda de mala manera.
Pero ese no es el
presente caso. Aquí no sólo hay malas maneras: también hay malas causas, y,
además, la relación entre unas cosas y otras no es casual. En realidad, lo que
sucede es que:
a) en una sociedad razonablemente democrática se han cometido
asesinatos y violencias;
b) se ha hecho en nombre de ideas nacionalistas, esto es,
de una noción de ciudadanía excluyente; y
c) el vínculo entre a) y b) está
lejos de ser circunstancial. Como no creo que nadie pueda discutir de buena fe
las dos primeras tesis, déjenme desarrollar la tercera. (...)
En nuestro
caso sucede que difícilmente será compatible con la convivencia democrática un
ideario que pone la pertenencia a la comunidad cultural por encima de
consideraciones igualitarias y se fija como objetivo la recreación de una
identidad esencial. Se necesita construir la nación y poner en vereda a los que
se resisten.
Por
supuesto, la nación identitaria podría decorarse como democrática en un mundo
de ficción, de islas perdidas con poblaciones desconectadas, en las que –a
falta de un doctor Mengele– operase una suerte de especiación alopátrica, por
aislamiento geográfico. Otra cosa es en la vida real, en la historia conocida,
mestiza y mudadiza, donde los intentos de levantar naciones a partir de
ciudadanías compactas culturalmente conducen inexorablemente a levantar
fronteras, socavar derechos y expulsar poblaciones.
La aspiración a naciones
sostenidas en comunidades culturales tuvo mucho que ver con la Gran Guerra y,
en nuestro mundo, en el que apenas se encuentran veinticinco Estados
lingüísticamente homogéneos –esto es, en los que al menos el 90% de la
población habla la misma lengua– es una garantía segura de zapatiesta no menor,
incluso en el continente «más normalizado», Europa, con cuarenta y nueve
Estados y doscientas veinticinco lenguas, por no hablar de lo que sucedería en
países como Nueva Guinea, que para responder a su configuración lingüística
debería atomizarse en mil Estados, a razón de una identidad lingüística por
Estado.
La vileza
radica en que cuando se dice «por razones políticas», se está queriendo decir
«razones políticas justas»
Los
descarríos de fundamentar las comunidades políticas en las identidades
constituyen un poderoso argumento para apostar por las naciones democráticas,
en las que el perímetro de la ciudadanía no se atiene a patrones culturales.
Al
revés, la prioridad de la ley y la democracia, el compromiso con las reglas
como único requisito de ciudadanía, es garantía de la pluralidad: no hay
ciudadanos fetén, ni más propiamente «nacionales» según su grado de
«integración»; no caben preocupaciones, como la expresada por Jordi Pujol, por
un mestizaje que se convierte en «una cuestión de ser o no ser» de la comunidad
política, porque sucede como con «un vaso (al que) se le tira sal y la
disuelve; se le tira un poco más, y también la disuelve», pero llega un momento
en que «no la disuelve».
Dicho de otro modo: en una sociedad razonablemente
democrática, como la nuestra, mientras no se limiten los derechos de nadie, no
está justificado romper las reglas. El derecho de autodeterminación sólo
procede cuando se explota o se priva de derechos a las minorías nacionales. Es
lo que en inglés se denomina remedial secession: la autodeterminación externa,
la secesión y la creación de nuevas fronteras y de un nuevo Estado como
respuesta a la opresión sistemática por parte del Estado.
Era lo que sucedía
con las colonias y es, tal vez, lo que puede suceder con poblaciones indígenas,
homogéneas y concentradas territorialmente. En ausencia de democracia y con
comunidades excluidas, desprovistas de derechos, el relato del conflicto, si no
es fantasioso, conduce sin excesivos desórdenes morales a la rebelión. (...)" (Félix Ovejero Lucas: La izquierda, el nacionalismo y el guindo, en Revista de Libros)
No hay comentarios:
Publicar un comentario