17/8/15

Lo que sucedió es que en una sociedad razonablemente democrática se han cometido asesinatos en nombre de ideas nacionalistas, de una noción de ciudadanía excluyente

"(...) La moraleja más extendida entre quienes compran el relato del conflicto es que, aunque las buenas causas se han defendido de malas maneras, eso no supone que las malas maneras enloden la justicia de las causas. Y sí, estrictamente, no es descartable que una buena causa se defienda de mala manera. 

Pero ese no es el presente caso. Aquí no sólo hay malas maneras: también hay malas causas, y, además, la relación entre unas cosas y otras no es casual. En realidad, lo que sucede es que: 

a) en una sociedad razonablemente democrática se han cometido asesinatos y violencias;

b) se ha hecho en nombre de ideas nacionalistas, esto es, de una noción de ciudadanía excluyente; y 

c) el vínculo entre a) y b) está lejos de ser circunstancial. Como no creo que nadie pueda discutir de buena fe las dos primeras tesis, déjenme desarrollar la tercera.  (...)

En nuestro caso sucede que difícilmente será compatible con la convivencia democrática un ideario que pone la pertenencia a la comunidad cultural por encima de consideraciones igualitarias y se fija como objetivo la recreación de una identidad esencial. Se necesita construir la nación y poner en vereda a los que se resisten.

Para ser algo más precisos: que el vínculo entre a) y b) no resulte circunstancial no deriva en puridad de la incompatibilidad conceptual entre la nación identitaria y la nación democrática. Que esa incompatibilidad existe está fuera de duda: sobre ella se levanta el combate de los dos últimos siglos entre el ideal nacido en la Revolución Francesa, la nación de ciudadanos iguales en derechos y libertades, y la nación del Volksgeist de los historicistas, la étnica, asociada a la identidad, que tendrá su expresión más consumada en las apelaciones a la raza aria.

Por supuesto, la nación identitaria podría decorarse como democrática en un mundo de ficción, de islas perdidas con poblaciones desconectadas, en las que –a falta de un doctor Mengele– operase una suerte de especiación alopátrica, por aislamiento geográfico. Otra cosa es en la vida real, en la historia conocida, mestiza y mudadiza, donde los intentos de levantar naciones a partir de ciudadanías compactas culturalmente conducen inexorablemente a levantar fronteras, socavar derechos y expulsar poblaciones. 

La aspiración a naciones sostenidas en comunidades culturales tuvo mucho que ver con la Gran Guerra y, en nuestro mundo, en el que apenas se encuentran veinticinco Estados lingüísticamente homogéneos –esto es, en los que al menos el 90% de la población habla la misma lengua– es una garantía segura de zapatiesta no menor, incluso en el continente «más normalizado», Europa, con cuarenta y nueve Estados y doscientas veinticinco lenguas, por no hablar de lo que sucedería en países como Nueva Guinea, que para responder a su configuración lingüística debería atomizarse en mil Estados, a razón de una identidad lingüística por Estado.

La vileza radica en que cuando se dice «por razones políticas», se está queriendo decir «razones políticas justas»


Los descarríos de fundamentar las comunidades políticas en las identidades constituyen un poderoso argumento para apostar por las naciones democráticas, en las que el perímetro de la ciudadanía no se atiene a patrones culturales. 

Al revés, la prioridad de la ley y la democracia, el compromiso con las reglas como único requisito de ciudadanía, es garantía de la pluralidad: no hay ciudadanos fetén, ni más propiamente «nacionales» según su grado de «integración»; no caben preocupaciones, como la expresada por Jordi Pujol, por un mestizaje que se convierte en «una cuestión de ser o no ser» de la comunidad política, porque sucede como con «un vaso (al que) se le tira sal y la disuelve; se le tira un poco más, y también la disuelve», pero llega un momento en que «no la disuelve». 

Dicho de otro modo: en una sociedad razonablemente democrática, como la nuestra, mientras no se limiten los derechos de nadie, no está justificado romper las reglas. El derecho de autodeterminación sólo procede cuando se explota o se priva de derechos a las minorías nacionales. Es lo que en inglés se denomina remedial secession: la autodeterminación externa, la secesión y la creación de nuevas fronteras y de un nuevo Estado como respuesta a la opresión sistemática por parte del Estado. 

Era lo que sucedía con las colonias y es, tal vez, lo que puede suceder con poblaciones indígenas, homogéneas y concentradas territorialmente. En ausencia de democracia y con comunidades excluidas, desprovistas de derechos, el relato del conflicto, si no es fantasioso, conduce sin excesivos desórdenes morales a la rebelión.  (...)"              (Félix Ovejero Lucas: La izquierda, el nacionalismo y el guindo, en Revista de Libros)

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