"Siempre he pensado que nacionalismo y democracia son dos idearios poco
compatibles. La democracia descansa en los ciudadanos pensados
individualmente, el nacionalismo en cambio en un todo social —la nación,
el pueblo— por encima de ellos. (...)
Lo que define tu identidad en el ideal democrático es tu individualidad
libre y creadora; en el ideal nacionalista, tu pertenencia al todo
nacional. Por eso los nacionalistas siempre hablan en nombre de la
patria; los demócratas, en nombre de los ciudadanos. Y eso es también lo
que hace tentadora la idea de que el mejor antídoto contra el
nacionalismo es la democracia.(...)
Esto, sin embargo, no parece encajar con el terco empeño que está exhibiendo el nacionalismo catalán en consultar al poble
si quiere que Cataluña sea un Estado independiente. “Queremos votar”.
El argumento se presenta como irrebatible: si uno es demócrata ha de
aceptar que el pueblo catalán, voto a voto, manifieste su posición sobre
el tema. ¿No es esto contrario a lo que he afirmado? Creo que no, y
para argumentarlo voy a tratar de indagar un poco si hay en el empeño
alguna trampa o ardid escondido.
Lo más sorprendente de la posición oficial de la Generalitat y la
mayoría nacionalista del Parlamento catalán es que saben que las
encuestas de que se dispone hasta el momento, incluso las más sesgadas,
vienen afirmando sistemáticamente que la posición independentista no es
mayoritaria en Cataluña. Está creciendo mucho, pero no es mayoritaria.
Tienen pues que saber que una pregunta sobre el tema lleva hoy por hoy
las de perder. Y sin embargo se obstinan en hacer la pregunta. ¿Por qué?
La respuesta no puede ser más que esta: en realidad, cualquiera que sea
el resultado de la consulta, al realizarla habrán conseguido el
reconocimiento jurídico y político de Cataluña como un demos que tiene derecho a manifestarse como sujeto político autónomo. He ahí la trampa subyacente. (...)
Si nos permiten votar esa cuestión, eso significa que tenemos derecho a
hacerlo. Y desde esa perspectiva, claro, el resultado da igual. Lo
importante es la definición del sujeto colectivo como entidad soberana
que el hecho de votar comporta. (...)
Primera trampa, pues: no ser para votar sino votar para ser. Y aquí
aparece inmediatamente una segunda trampa.
Porque, debido a una
sorprendente asimetría, este tipo de procesos parecen abocados a
terminar sólo de un modo. El destino de Cataluña una vez alcanzado el
carácter de sujeto nacional con derecho a decidir sobre su futuro
político acabará por ser, antes o después, la independencia.
¿Por qué?
Pues porque si la respuesta es “no”, la cuestión sigue abierta y puede
repetirse la consulta indefinidamente; pero si la respuesta es “sí”, el
debate se da por cerrado y la decisión se considera irreversible.(...)
Ahí está si no Quebec, con un referéndum en el 80, otro en el 95 y un
tercero ya anunciado. Y no debemos dudar de que si lo llegan a ganar no
vuelven a convocar al pueblo a un nuevo ejercicio de democracia.
Esto es
lo mismo que sucedería en Cataluña fuere cual fuere el resultado de la
hipotética consulta: una vez reconocido el sujeto decisor, el proceso se
reiterará las veces necesarias para llegar al resultado querido.(...)
La tercera trampa se oculta en la naturaleza misma del tipo de proceso
que se propone. Porque el referéndum (o la consulta, o el plebiscito,
etcétera) es el puro simplismo. Y en el simplismo solo caben cuestiones
simples. Esto se ha dicho tanto que cansa ver una y otra vez cómo se
apela a un mecanismo tan elemental para saldar cuestiones complejas y
difíciles.
Pero la añagaza es precisamente esa, porque al simplificar
cuestiones complejas se cuelan de rondón en las consultas mercancías
difíciles de vender a cara descubierta. La simplificación es en realidad
un encubrimiento. (...)
El votante catalán debe saber que con el “sí” le van a endosar no pocos
activos tóxicos de los que no se le había advertido. Seguramente también
con el “no”. Porque ambas posiciones son puras simplificaciones de
decisiones complejas que demandan matices, deliberaciones y balances
delicados, cosas todas incompatibles con esas decisiones elementales y
perentorias.
Se sabe ya desde hace mucho que si fueran votadas
separadamente las variadas cuestiones agazapadas en la pregunta de un
referéndum, los resultados serían muy diferentes. (...)
Y esa simplificación lleva a la cuarta trampa, quizás la más grave y
peligrosa. Al centrarse en una opción binaria, “sí” o “no”, el
referéndum va a producir unos efectos devastadores en la convivencia de
Cataluña. Esto no es una observación alarmista. Se ha estudiado mucho en
psicología social. Los posicionamientos excluyentes (“o esto o
aquello”) tienden a ignorar las coincidencias, afinidades y simpatías
entre los miembros del grupo.
Por artificial que sea la posición en que
uno se sitúa (o le sitúan), siempre tiende a crear involuntariamente un
lazo más intenso con los de la misma posición y a debilitar el lazo con
los demás. Los agrupamientos generan así actitudes más agresivas o
competitivas entre las distintas posiciones. Y si esa decisión binaria
no es trivial sino que versa sobre una cuestión relevante para el grupo,
la división social es irremediable.
Los mejores teóricos del
nacionalismo hablan de “fronteras interiores” para referirse a la
percepción que tienen los nacionalistas de aquellos que no cumplen con
los rasgos exigidos por el canon del buen patriota. En un referéndum
esos rasgos se condensan violentamente: los otros son los que votan no.
Esta operación de psicología colectiva, que se vive desde hace meses en
Cataluña, genera fragmentación, fragmentación en los círculos
cotidianos, en los lugares de trabajo, fragmentación hasta en las
familias, es decir, fragmentación en la sociedad y desconfianza entre
grupos y personas. Puede incluso llegar a generar una sorda aversión
mutua entre ciudadanos. Es decir, puede llegar a trocar la fluida
convivencia de Cataluña en un espeso tejido de recelos. (...)" (
Francisco J. Laporta
, El País, 20 OCT 2014
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