"(...) Una de éstas es el asunto de la lengua que se
utiliza para las pruebas en aquellos países en que existen alumnos
sujetos a una lengua de instrucción distinta de su lengua habitual.
Los
sucesivos estudios PISA han puesto de manifiesto que en países de este
tipo (casos de Quebec, Hong-Kong o Luxemburgo) la utilización para las
pruebas de la lengua de instrucción en el caso de los alumnos que poseen
como lengua habitual o de entorno otra distinta constituye «una
importante barrera para la mayoría de esos alumnos a la hora de entender
el texto de la prueba, interpretar su contenido y expresar sus ideas y
sus respuestas».
Es por ello por lo que se decidió en Euskadi que los
alumnos efectuasen las pruebas en su lengua habitual o de entorno y no
en la de instrucción. Aunque el alumno estuviese siendo escolarizado en
euskera, la prueba la harían en castellano a no ser que su ambiente
familiar fuese total y absolutamente euskaldun (los cuatro abuelos).
Lo que llama poderosamente la atención en este asunto es el motivo
empíricamente comprobado que hay detrás de esa decisión: que es la de
que el uso de una lengua distinta de la habitual de su entorno
constituye para el alumno una barrera importante tanto para la
comprensión cognitiva como para la exposición de su pensamiento, a pesar
de que es la lengua en que está siendo escolarizado desde su niñez.
Y
llama la atención porque es bastante evidente que esa barrera no se
produce sólo y únicamente el día de la prueba PISA y con los exámenes de
PISA (tal cosa sería un milagro), sino que se verifica todos los días,
todos y cada uno de los días de la escolarización.
O, lo que es lo
mismo, que los alumnos escolarizados en un idioma que no es el habitual
de su entorno están cargados con un importante lastre para entender lo
que se les enseña y sujetos a una cierta mordaza para expresar lo que
aprenden, y que eso ocurre de continuo año tras año.
Conclusión obligada
que, sin embargo, contradice todas las afirmaciones que oficialmente se
efectúan sobre la enseñanza en el País Vasco, en donde se nos vende por
la Administración la idea de que los idiomas se adquieren en la
infancia sin esfuerzo ni coste cognitivo alguno.
Ahora bien, sucede al mismo tiempo que los niveles de ambos grupos de
alumnos (los escolarizados en su idioma habitual y los que no lo son)
son similares en la prueba PISA si a todos se les permite examinarse en
su idioma habitual.
Es decir, el alumno erdeldun demuestra que sabe lo
mismo que el euskaldun siempre que le dejen examinarse en castellano,
luego ha aprendido lo mismo a pesar de la barrera de ser escolarizado en
idioma inhabitual para él. ¿Cómo es posible?
Salvo que impugnemos la validez de las pruebas mismas, sólo cabe una
explicación: que el alumno de ambiente castellanoparlante hace un
esfuerzo extra en el aprendizaje gracias al cual supera el lastre a que
está sometido. Aunque le cuesta más, aprende lo mismo y lo demuestra si
le dejan usar su lengua propia.
La pregunta que ello suscita, claro
está, es la de si ese sobresfuerzo que se le exige está bien aprovechado
invirtiéndolo en lo que lo invierte el sistema (poseer otro idioma a
pesar de que no llega a dominarlo nunca como la propia prueba
demuestra), o sería mejor aprovechado invirtiéndolo en la adquisición de
otras capacidades cognitivas.
Por otro lado, la barrera en la competencia expresiva (la mordaza) no
desaparece para el sujeto en cuestión en ningún momento de su vida,
como lo demuestra la tendencia generalizada al uso de la lengua habitual
incluso entre los funcionarios a los que se ha exigido demostrar su
competencia en la lengua inhabitual para acceder al puesto.
Incluso
entre ellos mismos, su tendencia natural es la de usar la lengua que no
entraña una barrera cognitiva y expresiva (huyen de la mordaza). Sólo
donde es obligatorio el uso de la lengua inhabitual se respeta, y aún
así sólo en la topografía de la obligatoriedad. Más allá, en el ámbito
espontáneo, los chavales vuelven a su idioma porque los niños son seres
de una practicidad a prueba de entusiasmos patrióticos. (...)
La única manera de evitar esa vuelta a la habitualidad espontánea sería
la coerción lingüística directa. Tal como propone algún autor que tiene
responsabilidades políticas actualmente, se fijaría por ley que ciertos
servicios públicos (la sanidad, por ejemplo) dejasen de ser proveídos de
manera bilingüe y lo fuesen sólo en lengua vernácula, de manera que el
desconocimiento o uso insuficiente de ésta impediría el acceso al
servicio. Ya se hace en Flandes. (...)" (EL CORREO 19/01/14, J. M. RUIZ SOROA, en Fundación para la Libertad)
No hay comentarios:
Publicar un comentario