"(...) Ahora mismo tenemos en marcha, aquí y allí, las “máquinas de hacer
nacionalistas”, que siempre funcionan igual: se basan en un presente
insoportable, en una historia gloriosa, en la ilusión por un futuro
mejor y en la fobia respecto de los “otros”, que suelen ser los
culpables de todos los males de los “unos”.
En esta maquinaria, la
ilusión en un futuro mejor precisa crear (o recrear) un presente
insoportable, y este es el momento político que a día de hoy estamos
atravesando en la política oficial catalana y española: discusiones
sobre protocolo, magnificación mediática de los discursos radicales
catalanófobos o hispanófobos, estudios que “demuestran científicamente ”
que “los otros” nos roban , nos odian y están en contra nuestro, etc ,
etc , etc.
Ni que decir tiene que en tiempos de crisis estas máquinas
alcanzan rendimientos extraordinarios.
Evidentemente la propaganda del “presente insoportable” debe cuidarse
de ocultar toda evidencia de lo contrario: una renta per cápita más
alta que el resto de los “otros” , unos sistemas de financiación
invariablemente pactados durante los últimos treinta años entre los
políticos de aquí y los de allí , una corrupción sistémica en la que los
políticos de allí indultan a los de aquí, las buenas relaciones
comerciales de los “unos” con “los otros” , los lazos culturales,
personales, afectivos, etc.
Esto no quiere decir que Catalunya y España, como prácticamente todo
el sur de Europa, no estén sufriendo una grave crisis económica y
democrática, y que esta crisis no se esté aprovechando para hacer
políticas nacionalistas y re centralizadoras o separatistas, pero sí
quiere decir que el nacionalismo atribuye todo lo negativo de esta
crisis a los ” otros”, sin asumir ninguna responsabilidad por parte de
los “unos”, pues el discurso del victimismo forma parte del “presente
insoportable” que es la gasolina de la máquina de hacer nacionalistas.
La fórmula funciona: el nacionalismo genera más nacionalismo. Pero
afortunadamente hay límites, y uno de ellos es la razón.
Y ese es el auténtico punto débil de todo nacionalismo: debe parecer
razonable, porque es consciente de que en esencia no lo es. Por este
motivo, ahora toca mostrar “intentos de diálogo”, rogando y pidiendo que
tal diálogo no se acabe produciendo. Mientras tanto, se debe continuar
cultivando el “presente insoportable” y ocultando que existen buenas
relaciones entre la gente de aquí y la gente de allí.
Aunque esta
realidad se quiera esconder, todos los de aquí y de allí la conocemos, y
por ello las “máquinas de hacer nacionalistas” no quieren ni oír
hablar de buenas relaciones entre los “unos” y los “otros”, pues los
nacionalismos son artilugios que se estropean sin remedio cuando en sus
engranajes cuaja el óxido de la razón, el humanismo, la igualdad, y la
fraternidad.
¿Y cuál debería ser el papel de los movimientos de izquierda en este
proceso? En primer lugar, la izquierda debería aislar a los
nacionalismos, todos, pues son radicalmente contrarios a los valores que
la informan: solidaridad, colectivismo, igualdad y fraternidad. Hay que
decirlo claro: nacionalismo de izquierdas es un oxímoron.
En segundo lugar, debería hacer evidente lo que está ocultando: que
es más rico un estado de naciones que una nación-estado, que es mejor la
pluralidad que el uniformismo cultural, que frente a la globalización
de la economía se deben globalizar los movimientos sociales y no los
nacionales, que el Estado no es más que una herramienta para mejorar la
vida de las personas y no para satisfacer los sentimientos de amor a la
tierra o para que los “unos” se sientan mejores que “los otros”; que
existen vínculos solidarios y fraternales entre los pueblos, no sólo de
España, sino de la Península Ibérica, y también de Europa, y que en
definitiva, los agravios históricos —caso de existir— poco importan si
aquí y hoy hay una auténtica voluntad fraternal, solidaria, federal y
republicana de construir un futuro mejor juntos.
Pero para hacer todo esto, primero hay que dejar los nacionalismos al
desnudo, despojarlos de tradiciones, patrias, banderas e himnos y
ponerlos delante del espejo, para que se contemplen en su cruda
humanidad, y se reconozcan así, unos y otros, como colectivos humanos
razonablemente capaces de convivir en paz desterrándose del imaginario
colectivo el discurso de “los otros”.
Los “otros” no existen, los
“otros” somos nosotros, somos lo que nos muestra el espejo, y
evidenciarlo debería ser la tarea de toda persona que acepte los valores
de la izquierda como propios." (Carlos Hugo Preciado Domènech, Público, 10/01/2014)
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