"Nací en una ciudad del norte de
Eslovaquia llamada Zilina y, evidentemente, fue esa circunstancia lo
que, en una cena entre compañeros de trabajo celebrada hace tiempo, hizo
que termináramos hablando de la disolución de Checoslovaquia ocurrida
en 1993, hace ya veinte años.
En el momento de la desintegración del país yo era una
niña, pero recuerdo que me sentía 'federalista'. Esto es, creía (y sigo
creyendo) que a Eslovaquia y la República Checa nos iría mucho mejor de mantenerse la República Federal.
Siendo tan joven, no había llegado a esa convicción sobre la base de
una reflexión profunda, sino seguramente intuyendo una obviedad: que
tiene más influencia y poder de decisión, dispone de más recursos y
atrae más capital y potencial bienestar a largo plazo un estado grande
que un estado pequeño.
Las relaciones entre los eslovacos y los checos a
principios de los años noventa pasaban por un momento de extrema
tensión. Muchos eslovacos tenían la sensación de estar oprimidos e
infravalorados por el 'hermano mayor' checo.
Creían que entregaban al
fondo común más dinero del que recibían, que su cultura y lengua no eran
apreciadas como sus homólogas checas. Los checos creían justo lo
contrario.
¿Les suena? En esa cena de compañeros de trabajo
encontramos más similitudes que las que puede parecer a primera vista
entre la situación que condujo a la disolución de la antigua
Checoslovaquia y las reivindicaciones independentistas de algunos
partidos políticos de la Cataluña de hoy.
Al margen de si las quejas sobre las injusticias
cometidas con respecto a los eslovacos por los checos estaban
fundamentadas o no (y al contrario), estoy convencida que la
tensión inaguantable a la que fueron sometidas ambas naciones fue creada
y fomentada en gran parte por muchos de los líderes políticos
de ambos lados de aquél momento.
Había premios importantes en el juego,
en particular la posibilidad de organizar desde los respectivos
negociados la transición de la economía planificada a la economía de
mercado, con las jugosas privatizaciones de la industria y los servicios
clave incluidas.
Checos y eslaovacos habrían votado en contra en un referéndum
De hecho, los respectivos pueblos fueron sometidos a tanta presión en torno a la cuestión, que la sensación generalizada era que no existía otra salida que la ruptura.
Por ilustrar lo agobiada que se tuvo que ver la sociedad por esta idea,
incluso los compañeros de la escuela primaria de Zilina estábamos
convencidos de que nuestro país estaba abocado al colapso. Recuerdo que
discutíamos vivamente al respecto.
Irónicamente, resulta que de haberse sometido la
cuestión de la disolución de Checoslovaquia y la consecuente creación de
dos estados independientes a referéndum, tanto los eslovacos como los
checos habrían votado en contra.
Y ello con una importante mayoría:
según encuestas realizadas por organismos de investigación de la opinión
pública en 2012, el 59% de los checos y el 66% de los eslovacos habrían votado en contra
de la creación de dos estados independientes y a favor lo habría hecho
sólo el 33% de los checos y el 29% de los eslovacos.
Pero ya forma parte
de la historia que la disolución del estado común checoslovaco fue
aprobada solo por el Parlamento Federal, en lo que supone –a mi modo de
ver– una clara violación de principios elementales de la democracia.
Está claro que a los políticos, en el caso checoslovaco, no les interesó
lo que podían sentir u opinar realmente los ciudadanos.
Transcurridos ya veinte años desde aquel momento, ¿fue
positiva o fue negativa para los eslovacos y los checos la separación?
Supongo que algunos de mis compatriotas consideraban necesario que
Eslovaquia se “emancipase” para tener la sensación de que fuera el
pueblo eslovaco en exclusiva el que determinara su suerte y considerando
que ello reportaría una mejor gestión de los asuntos públicos.
Pero la
autonomía para legislar y gobernar de la que ambas repúblicas ya gozaban
era bastante amplia –había mucho margen para mejorar la gestión en
aspectos puramente eslovacos- y creo que estaban equivocados en el
cálculo de las ventajas que la disolución aportaría.
No supimos encontrar una solución integradora
En definitiva, creo que por tener un estado propio y la
sensación de independencia –en una Europa integrada dotada de derecho
propio– pagamos como pueblos un precio demasiado alto.
Antes éramos más grandes y más importantes; ahora, desgraciadamente, lo somos menos.
No supimos encontrar una solución integradora que habría asegurado la
continuidad de un estado de tamaño medio con envidiables credenciales
democráticas adquiridas durante el período de entreguerras, de un
mercado con algo de masa crítica, quince millones de habitantes, y de un
país que abarcaría tanto las bellezas de Praga como las de la montaña
eslovaca.
Afortunadamente, las tensiones creadas en torno a la
escisión de Cataluña están todavía lejos del vigor que tenían las de la
Checoslovaquia en 1992. Pero, por el ejemplo vivido, me parece que si
Cataluña se separara tendrían mucho que perder ambas partes, Cataluña y
España." (Veronika Miskovichova, Vox Pópuli, 27/11/2013)
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