"Si hay una conclusión dominante que puede extraerse de los miles de
libros y artículos dedicados a los nacionalismos, sería que los factores
que explican su existencia no son las razas, la religión o la historia.
Tampoco los intereses económicos, como quiso el marxismo.
Más que
burguesía, lo que encontramos tras estos procesos son élites
político-intelectuales. No intelectuales en el sentido de grandes
creadores de arte o pensamiento sino de personas que manejan y difunden
productos culturales y que con ello se ganan la vida o son, o aspiran a
ser, funcionarios.
Pero sobre lo que quisiera reflexionar aquí hoy es
sobre el hecho de que estas élites actúan necesariamente desde centros
urbanos, porque es allí donde se crea y difunde la cultura. Allí se
reúnen, intercambian ideas, conciben y lanzan su proyecto. La disputa se
libra entre ciudades; más precisamente, entre élites urbanas. (...)
A medida que avanzó el XIX, las élites barcelonesas se fueron viendo a
sí mismas como más ricas, cultas y europeas que las madrileñas, de las
que dependían políticamente. El desequilibrio era innegable. La ola
romántica prendió, y no por casualidad, en Barcelona y se produjo una
Renaixença, una idealización del esplendor medieval catalán y un
sentimiento nostálgico por la lengua vernácula que se veía en extinción.
Ya en el último cuarto del siglo, el Colegio de Abogados de Barcelona,
para enfrentarse a la codificación, que les obligaría a competir en un
mercado más amplio y homogéneo, defendió la singularidad del Derecho
catalán, elaborando toda una teoría sobre su esencial incompatibilidad
con el castellano, a partir de sus distintas raíces doctrinales (v. al
respecto el libro de Stephen Jacobson).
Luego vino el folklore, la
sardana, la barretina, todo expandido por barceloneses en fervorosas
excursiones al campo circundante, donde explicaban a los campesinos cuál
debía ser, cuál era, en realidad —aunque no lo supieran—, su manera
propia de vestir o de bailar. Joan-Lluis Marfany lo describió en un gran
libro.
Finalmente, aquel movimiento se presentó en política bajo el
rótulo de Lliga Regionalista y la respuesta brutal de algunos militares
asaltando sus periódicos provocó la Ley de Jurisdicciones y reforzó el
estereotipo de que Cataluña encarnaba el civismo europeo frente a la
barbarie de los castellanos.
Esas circunstancias, más que una identidad étnica mantenida sin
interrupción a lo largo de un milenio, pueden ayudar a comprender el
origen del nacionalismo catalán. Algo no muy distinto —aunque con muchas
peculiaridades— ocurrió en el otro foco industrial del país, Bilbao
(cuidado, no el País Vasco), que, sintiéndose superior por su riqueza y
sus lazos con Inglaterra, lanzó también su órdago frente al dominio
madrileño.
En otros lugares, como Galicia, pese a tener seguramente
mayores motivos para plantear una reivindicación nacionalista —dada su
mayor homogeneidad lingüística, sus fronteras bien delimitadas y una
situación de atraso que podría haber sido atribuida a la explotación
“colonial” de Castilla—, el nacionalismo nunca tuvo tanta fuerza, por
razones complejas, pero una de ellas seguramente porque no había una
ciudad que fuera el centro, la capital natural; los escasos
nacionalistas gallegos, al final, lanzaron sus propuestas desde Madrid o
desde Buenos Aires.
Hoy, un siglo y pico después de este proceso, las circunstancias han
cambiado mucho. Madrid no es ya el poblacho manchego que fue, sino el
centro económico del país. Pero los estereotipos se mantienen vivos,
porque el éxito de los nacionalismos lanzados desde Barcelona o Bilbao
ha sido indiscutible. (...)
En España hay, al menos, dos ciudades de tamaño y peso económico y
cultural perfectamente comparable. Una, Barcelona, es claramente capital
española en el mundo de la edición, el deportivo, el turístico.
Y sus
élites político-culturales, que no pueden soportar más la idea de
depender de Madrid, han conseguido convencer a una gran parte de su
población de que son diferentes a los españoles y de que lo mejor es,
sencillamente, dejar de pertenecer a España.
No pretendo lanzar propuestas para superar la situación actual, sino
simplemente introducir un elemento más, la pugna urbana, para ayudar a
comprender el problema.(...)" (
José Álvarez Junco
, El País, 29 SEP 2013)
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