"Se abre paso durante las últimas semanas, en el discurso político del
Gobierno, la idea de que la discusión acerca del futuro de Cataluña cabe
situarla en el terreno de la economía, de manera que se insiste en que
si esa región optara por la secesión cabría esperar una importante
pérdida de bienestar.(...)
La integración económica en un mundo en el que la globalización
determina la secuencia de las oportunidades competitivas de todos los
países es en efecto un aspecto esencial para lograr un desarrollo de las
naciones conducente a la mejora del bienestar de sus ciudadanos.
Sin
embargo, esa integración no es incompatible con la independencia
política de dichas naciones; y, en este sentido, no sorprende que los
independentistas catalanes, como los vascos, los escoceses o los
quebequeses, insistan en que su proyecto secesionista se inscribe en una plena apertura de sus economías nacionales al influjo de los intercambios mundiales.
En realidad, la teoría económica y su contrastación empírica han venido a echar una mano a favor de los argumentos nacionalistas.
La economía de la secesión cuenta, en efecto, con una importantísima
aportación de Alberto Alesina y Enrico Spolaore, profesores ambos en
Massachusetts -uno en Harvard y el otro en Tufts-, quienes han sostenido
que la apertura de las economías y la reducción de las barreras al
comercio han proporcionado una oportunidad para la emergencia de las
nuevas naciones que, con su independencia, se han convertido en actores
de la economía mundial.
Ello es así porque, al multiplicarse las
posibilidades de acceso a los mercados exteriores, las pequeñas
economías pueden aprovechar las ventajas de su especialización gozando
de economías de escala, dado que éstas ya no dependen del tamaño de su
mercado interno. En otros términos, dentro del mundo globalizado, la
dimensión de las naciones no es un factor limitante de los resultados
económicos. (...)
Un aspecto que Alesina y Spolaore no entraron a analizar y que
considero crucial para la discusión de los casos europeos -como el de
Escocia, el País Vasco o Cataluña- y americanos -como el de Quebec- es
el que se refiere a las soluciones institucionales que posibilitaron la
inserción de las nuevas naciones en la economía mundial.
En la mayor
parte de los casos de descolonización ésta vino de la mano de las
relaciones privilegiadas que esos países mantuvieron con sus anteriores
potencias coloniales, plasmadas en acuerdos como los de la Commonwealth of Nations o la Communauté Française,
y sobre todo en una práctica política que trató de preservar los lazos
establecidos, lo que a su vez constituyó el fundamento de su extensión a
todos los miembros de la que luego sería la Unión Europea a través de
la Convención de Yaundé, en 1963, la Convención de Lomé, en 1975, y el
Acuerdo de Cotonou, en 2000.
Por lo que se refiere a los países que
emergieron del desmantelamiento del antiguo bloque soviético, aunque no
en todos los casos, su engarce con la economía mundial vino de la mano
de su integración en la Unión Europea, dentro de un proceso aún
inacabado que estuvo alentado por el ejemplo alemán -con la absorción
del Este- y la idea del triunfo del capitalismo frente al comunismo.
A la luz de estas experiencias, cabe preguntarse si Escocia, Cataluña, el País Vasco, Quebec
y otras regiones de los países desarrollados y democráticos que cuentan
con partidos nacionalistas que aspiran a la independencia van a
encontrar valedores para su inserción institucional en la economía
mundial, una vez separadas de sus respectivos países, o si más bien van a
enfrentarse a dificultades insalvables, toda vez que su secesión los va
a situar fuera de los acuerdos regionales -la Unión Europea o el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte-, de la Organización
Mundial del Comercio y de los demás convenios internacionales.
La respuesta a esta cuestión no está dada y todo augura que, en el
mejor de los casos, se tratará de un proceso que durará no menos de dos
décadas. Es precisamente en este punto en el que hay que considerar otra
de las aportaciones de la economía de la secesión centrada en el
llamado efecto frontera.
Con este concepto se
alude a los costes que, para el comercio, suponen las fronteras y,
consecuentemente, al daño que en las economías de los países
secesionados provoca su aparición donde antes no existían. El tema lo
plantearon dos economistas canadienses -John McCallum, profesor entre
otras de las universidades de Quebec y McGill, y John F. Helliwell,
profesor en la University of British Columbia-, que auguraron
pérdidas comerciales muy importantes para Quebec, toda vez que esta
provincia se relacionaba con las demás de Canadá con una intensidad
veinte veces mayor que con cualquiera de los Estados norteamericanos.
Y
posteriormente fue estudiado empíricamente en los casos soviético,
yugoslavo y checoslovaco -con una aportación seminal de Jan Firdmuc, de
la británica Brunel University, y Jarko Firdmurc, de la alemana Zeppelin
Universität-, mostrándose que esas pérdidas fueron, en efecto,
cuantitativamente muy destacadas.
Añadamos que tal fenómeno tuvo lugar
en el período en el que las repúblicas emergentes que se independizaron
experimentaron retrocesos de su PIB de entre el 16 y el 68 por ciento en
el curso de la década posterior a su secesión, aunque hubo cuatro casos
-Croacia, la República Checa, Eslovenia y Eslovaquia- en los que el
precio pagado fue sólo el estancamiento durante diez años.
Resumo: la economía de la secesión muestra que la aparición de nuevas
naciones es económicamente viable cuando se encuentran soluciones
rápidas para favorecer su inserción en una economía mundial globalizada.
Sin embargo, si estas soluciones no aparecen o lo hacen muy
tardíamente, el precio de la secesión es muy elevado, de modo que los
ciudadanos de los países emergentes experimentan una severa pérdida de
bienestar cuya recuperación puede tardar más de una generación o, tal
vez, no llegar nunca." (MIKEL BUESA, LIBERTAD DIGITAL 29/10/13)
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