" (...) El Romanticismo, que en aspectos fundamentales representa una ruptura
con toda la tradición anterior, entrega la cultura a la Nación, y si
bien en un principio esta actitud no niega el requisito de universalidad
—en el sentido de que se aspira a imponerse a las otras naciones pero
en un terreno compartido— acaba llevando forzosamente a un esencialismo
folclórico por la necesidad que tienen las políticas populistas
inherentes a la idea de nación de unificar la diversidad interna —a
veces lo llaman «cohesionar».
El avance de esta tendencia conducirá a
las grandes fiestas populares en torno a monumentos patrióticos,
demostraciones folclóricas, tablas de gimnasia multitudinarias y enormes
concentraciones de masas en los estadios, que tanto contribuirán al
éxito popular de los regímenes fascistas y comunistas. El historiador
norteamericano de origen alemán George L. Mosse lo estudió con todo
detalle en La nacionalización de las masas.
Todo ese despliegue no tardará en convertirse en la Cultura, mientras
el cultivo del espíritu, la actividad intelectual, poética, artística,
científica, moral, es percibido como poseyendo una doble naturaleza
divina y bestial. (...)
Como un depredador al que hay que mantener bien alimentado para que
no nos devore. Como un dios Moloc a la vez temido y adorado. Temido
porque su poder de comprensión constituye una amenaza para la
estabilidad de los intereses seculares; adorado para conjurar
precisamente esta amenaza.
Para conciliarse la mansedumbre del ídolo
nada más razonable que ofrecerle subvenciones, premios, honores y
centenarios. Así, entre loores y exequias, se puede llegar a fabricar
una sólida cultura nacional con posibilidades de establecerse por su
cuenta.
No faltarán nunca los resistentes dispuestos a denunciar el
fraude, pero comparados con los otros estos siempre serán divinidades
menores con escasa capacidad de influencia; de ignorarlos solemnemente
no va a derivarse ningún perjuicio.
Ahora bien, todo esto no es suficiente. En el proceso de
nacionalización de la cultura es indispensable diseñar y controlar bien
la enseñanza para que cumpla la función social de lograr que los niños
aborrezcan de manera irreversible los productos que se derivan de ella
—especialmente la literatura.
Así, con una lista de autores capaces de
provocar el tedio de los muertos pero que por su condición de nacionales
ocupan el lugar que correspondería a autores universales perfectamente
útiles para despertar el interés y aun el entusiasmo, se proporciona a
los estudiantes las máximas facilidades para que el día de mañana sigan
considerando la cultura como un ritual agotador que —exactamente igual
que la visita a la iglesia— es tan conveniente evitar como respetar
reverencialmente.
En paralelo, con la sacralización del deporte y la
promoción de los espectáculos populares, los seriales televisivos y
otras cosas de la misma categoría, se conseguirá alejar con eficacia
toda tentación de cultivarse individualmente y se fortalecerá así la fe
gregaria.
Una administración que se esfuerza por desposeer a la cultura de sus
atributos de individualidad y universalidad es una administración
dedicada a procurar la desaparición de la cultura del territorio que
controla. El adjetivo nacional colocado a manera de marchamo en
los teatros, los museos, las bibliotecas y las orquestas no es sino la
culminación ostentosa de ese proyecto." (Ferran Toutain, 31/01/2013)
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