17/9/13

La nacionalización de la cultura

" (...) El Romanticismo, que en aspectos fundamentales representa una ruptura con toda la tradición anterior, entrega la cultura a la Nación, y si bien en un principio esta actitud no niega el requisito de universalidad —en el sentido de que se aspira a imponerse a las otras naciones pero en un terreno compartido— acaba llevando forzosamente a un esencialismo folclórico por la necesidad que tienen las políticas populistas inherentes a la idea de nación de unificar la diversidad interna —a veces lo llaman «cohesionar». 

 El avance de esta tendencia conducirá a las grandes fiestas populares en torno a monumentos patrióticos, demostraciones folclóricas, tablas de gimnasia multitudinarias y enormes concentraciones de masas en los estadios, que tanto contribuirán al éxito popular de los regímenes fascistas y comunistas. El historiador norteamericano de origen alemán George L. Mosse lo estudió con todo detalle en La nacionalización de las masas.

Todo ese despliegue no tardará en convertirse en la Cultura, mientras el cultivo del espíritu, la actividad intelectual, poética, artística, científica, moral, es percibido como poseyendo una doble naturaleza divina y bestial. (...)

Como un depredador al que hay que mantener bien alimentado para que no nos devore. Como un dios Moloc a la vez temido y adorado. Temido porque su poder de comprensión constituye una amenaza para la estabilidad de los intereses seculares; adorado para conjurar precisamente esta amenaza. 

 Para conciliarse la mansedumbre del ídolo nada más razonable que ofrecerle subvenciones, premios, honores y centenarios. Así, entre loores y exequias, se puede llegar a fabricar una sólida cultura nacional con posibilidades de establecerse por su cuenta. 

No faltarán nunca los resistentes dispuestos a denunciar el fraude, pero comparados con los otros estos siempre serán divinidades menores con escasa capacidad de influencia; de ignorarlos solemnemente no va a derivarse ningún perjuicio. 

Ahora bien, todo esto no es suficiente. En el proceso de nacionalización de la cultura es indispensable diseñar y controlar bien la enseñanza para que cumpla la función social de lograr que los niños aborrezcan de manera irreversible los productos que se derivan de ella —especialmente la literatura. 

Así, con una lista de autores capaces de provocar el tedio de los muertos pero que por su condición de nacionales ocupan el lugar que correspondería a autores universales perfectamente útiles para despertar el interés y aun el entusiasmo, se proporciona a los estudiantes las máximas facilidades para que el día de mañana sigan considerando la cultura como un ritual agotador que —exactamente igual que la visita a la iglesia— es tan conveniente evitar como respetar reverencialmente.

 En paralelo, con la sacralización del deporte y la promoción de los espectáculos populares, los seriales televisivos y otras cosas de la misma categoría, se conseguirá alejar con eficacia toda tentación de cultivarse individualmente y se fortalecerá  así la fe gregaria.

Una administración que se esfuerza por desposeer a la cultura de sus atributos de individualidad y universalidad es una administración dedicada a procurar la desaparición de la cultura del territorio que controla. El adjetivo nacional colocado a manera de marchamo en los teatros, los museos, las bibliotecas y las orquestas no es sino la culminación ostentosa de ese proyecto."                         (Ferran Toutain, 31/01/2013)

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