"En realidad, lo que está pasando en Cataluña
responde a todos los estereotipos reproducidos por los nacionalismos
desde tiempo inmemorial. Recurrir a la defensa del equipo de casa
(siempre amenazado por fuerzas ajenas y malignas) es el mecanismo más
socorrido cuando se ha estado sembrando durante mucho tiempo con
discursos tan pobres como fáciles.
Que las épocas de crisis son
propicias para la demagogia y para hacer pasar por evidente lo que no
son más que lugares comunes también es ampliamente conocido. Por eso lo
que está ocurriendo en Cataluña puede irritar, contentar o dejar
indiferente, pero difícilmente sorprender.
Una parte importante de la población catalana está convencida de que
sin España sería más rica; es decir, que los recortes de su sanidad, su
educación, sus servicios sociales, sus sueldos, no existirían (o serían
mucho menores) si no sufrieran el ‘expolio’ español. La argumentación es
tan pueril que causa asombro, pero el caso es que ha triunfado.
Y eso
cuando cualquier contribuyente, así en Cataluña como en el resto de
España, sabe perfectamente que los territorios no tributan, que lo hacen
las personas y las sociedades mercantiles. Otra cosa diferente es que
los ricos y poderosos consigan casi siempre tributar mucho menos de lo
que proporcionalmente les correspondería. Este es el problema central
fiscal de Cataluña y de toda España, problema agudizado por el Gobierno
de la Generalitat.
La cosa podría tener su sentido si tales formulaciones provinieran
exclusivamente de nacionalistas conservadores. Lo que empieza a
convertir la situación en preocupante (y peligrosa) es que la mayoría de
la izquierda en Cataluña ha asimilado, de una u otra manera, este
discurso y lo ha hecho propio.
Si la situación cristaliza en el momento en que la crisis económica
muestra su cara más nociva y duradera, no es menos cierto que hunde sus
raíces en unas prácticas políticas de hace décadas, en una deriva cada
vez más tortuosa y acelerada. No olvidemos que la izquierda accedió a la
Generalitat por primera vez en 2003 (gobierno de coalición PSC, ERC e
IC-EUiA) y que lejos de imprimir un sello igualitario a sus políticas,
tras 24 años de gobiernos nacionalistas de derechas, no tuvo mejor
ocurrencia que embarcarse con la colaboración de Zapatero en esa
aventura absurda, con ribetes esperpénticos, en que consistió el nuevo
Estatuto.
Tal empeño, según los sondeos de opinión, solo importaba a los
líderes políticos y el tan mentado pueblo catalán no mostraba el menor
interés por reformar su Estatuto. Esta percepción, que se podrá discutir
poniendo en cuestión la relevancia de los sondeos de opinión para la
extracción de conclusiones políticas, se vio ratificada, corregida y
aumentada con la propia celebración del referéndum, que alcanzó una
participación del 48,8% del censo electoral. La presentación de este
intento como la expresión de la honesta voluntad federal del pueblo
catalán y de sus esforzados líderes de la izquierda política no pasa de
ser, en consecuencia, una falacia.
A partir de aquí, la evidente extensión del independentismo en la
sociedad catalana (igual de evidente que la apatía ante el Estatut del
2006) no responde a un clamor que surge de abajo, de ese pueblo que
supuestamente piensa, habla, se mueve y reivindica de manera unánime,
pero que solo existe en la imaginación de los nacionalistas radicales.
Es producto, en buena medida, de la traducción del malestar público por
las consecuencias sociales de la estafa financiera a un discurso
político secesionista adobado de victimismo.
Tal discurso es promovido
por los propios gestores del desmantelamiento de los servicios públicos
en Cataluña y principales aliados del PP en la aplicación de tales
políticas en España, pero surte efecto por la incapacidad del PSC para
objetar seriamente cualquier reclamo nacionalista y por el apoyo
irrestricto de la izquierda de IC-EUiA, que no tiene empacho en ir del
brazo a construir un Estado con los principales aliados de los banqueros
alemanes y españoles.
Es conocida la deriva nacionalista (el eufemismo de catalanista no
deja de ser una expresión piadosa para no autoidentificarse como
nacionalista) de las principales organizaciones de la izquierda y la
lamentable soledad de quienes se niegan a entrar en este ámbito tan
confortable y resguardado que representa el nacionalismo.(...)
Que la izquierda abandone (o relegue) el
discurso de clase para insistir en el hecho territorial coloca a los de
abajo, a los que más están sufriendo esta crisis, en una situación de
indefensión absoluta. Que fomente el espejismo de una salvación
favorecida por la separación de España no solo es un espantajo carente
de toda verosimilitud sino que delata una actitud extraordinariamente
insolidaria y egoísta, muy similar a la de los gobernantes y grupos
dirigentes alemanes, con la denostada Merkel a la cabeza." (Javier Merino y Jesús Mª Puente, EL CORREO, 27/10/12, en Fundación para la Libertad, 27/10/2012)
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