"(...) Históricamente, la independencia nacional suele ser resultado de
procesos de descolonización violentos, incluso cataclísmicos. Los nuevos
estados nacen casi invariablemente en un contexto de sangre, sacrificio
y privaciones.
En el caso de la ex Yugoslavia, los estados
independientes surgieron de una guerra civil que incluyó un genocidio.
Las naciones esclavizadas también recuperan la soberanía cuando fracasan
los estados y se derrumban los imperios. Las rupturas amistosas, como
la de Checoslovaquia, o la que separó a Noruega y Suecia, por muy
loables que sean, son una rareza histórica.
El intento independentista de Cataluña (como es probable que
Puigdemont sepa) carece de un impulso revolucionario convincente, como
el que caracterizó las luchas de los movimientos nacionales a lo largo
de la historia. Detrás de la reciente oleada nacionalista en Cataluña
hay demandas reales, y otras, en algunos casos, imaginarias.
Pero el
proyecto independentista refleja ante todo extravagantes sueños de
grandeza de las élites catalanas y una actitud soberbia hacia los
supuestamente inferiores españoles. Esas élites deberían preguntarse
ahora si sus partidarios de clase media serán capaces de soportar
bloqueos, fuga masiva de capitales (que ya se está produciendo), caída
del nivel de vida y enemistad simultánea con España y con Europa.
Los kurdos en Irak basan su reclamo de independencia en el argumento
de que el iraquí es un estado opresivo en descomposición. Pero Cataluña
no es una nación oprimida, ni es España un estado fallido. Invocar la
larga dictadura del Generalísimo Francisco Franco (de lo que ya pasaron
cuarenta años) es un endeble intento de disfrazar las pretensiones
económicas de los separatistas y su inflado sentido de superioridad
cultural.
Occidente no apoya la independencia kurda, por el mismo motivo por el
que no apoyará la independencia catalana. Así como España no es una
potencia ocupante en Cataluña, Occidente no considera a los países que
buscan impedir la independencia kurda (Turquía, Irak, Siria e Irán) como
auténticas potencias coloniales. A la inversa, la causa de la
independencia palestina cuenta con apoyo en todo el mundo precisamente
porque se percibe a Israel como la última potencia colonial occidental
en tierras árabes.
Esas percepciones cuentan, porque lo que suele determinar la suerte
de los movimientos independentistas es la respuesta de los demás países.
Y es casi inimaginable que algún país europeo vea alguna ventaja
política en facilitar la independencia de Cataluña, algo que enemistaría
a un miembro fundamental de la Unión Europea y estimularía a un sinfín
de movimientos nacionalistas en toda la UE y los estados vecinos.
Cataluña no tiene motivos de disputa legítimos con el gobierno
español por las finanzas o los atributos de la autonomía. Es verdad que
el gobierno en Madrid debió manejar mejor el conflicto catalán, apelando
a la política y no sólo a las leyes, pero la disputa no se acerca en lo
más mínimo a un nivel que justifique la independencia.
El “hecho diferencial catalán” es una realidad histórica, y merece
una respuesta adecuada. Pero el permanente ímpetu separatista parece
derivado más que nada de la excitación y los actos reflejos de algunos
líderes catalanes. Nunca, ni antes ni después del referendo
independentista, ofreció alguno de ellos una explicación articulada de
por qué es necesario un estado catalán separado o de cómo sería.
¿Tendrá la República de Cataluña fuerzas armadas propias? ¿Sustituirá
una moneda nacional propia al euro? ¿Cómo persuadirá a España y otros
estados miembros de la UE para que no impidan su ingreso al bloque? ¿Qué
países se arriesgarán a malquistarse con España por reconocer a un
aislado estado catalán?
Ninguna nación puede obtener la independencia sin el pleno respaldo
de su población. Cataluña se encuentra dividida a partes casi iguales en
torno de la cuestión, como no se veía desde la Guerra Civil Española.
Sólo el 43% de la población de Cataluña votó en el referendo, al que
incluso la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, partidaria de un estado
catalán, cuestionó como base para una declaración unilateral de
independencia. Cada papeleta no colocada en las urnas puede
interpretarse como una protesta contra el referendo y como un voto por
la unidad con España. (...)
Hace mucho que España se debe una renovación de su statu quo
político y constitucional; tal vez el país entero salga fortalecido, si
en respuesta a la crisis de Cataluña se aprueban reformas que ayudan a
liberar las energías de una de las naciones más diversas de Europa.
Pero
no es tiempo este para mentes mezquinas y visiones estrechas. No hay
que permitir que los efectos dañinos de las políticas identitarias
desgarren la sociedad española, como lo hicieron las ideologías ochenta
años atrás." (Project Syndicate, en Revista de prensa, 14/10/17)
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