"(...) Como colaboradores habituales de los medios catalanes, representantes de lo que ignominiosamente se ha dado en llamar cuota unionista, hemos llegado a la conclusión de que nuestra presencia en las tertulias de TV3 y Catalunya Ràdio
es contraproducente, pues solo sirve como coartada para demostrar su
supuesta pluralidad y apuntalar la tesis dominante.
La tesis oficial en
Cataluña es que esta es una nación natural, telúrica, esencialmente
buena, que desde hace al menos tres siglos vive una situación de
opresión colonial insostenible dentro de un Estado artificial, pérfido y
carpetovetónico, España, del que debemos escapar. A tal efecto, todo
vale. Se habla de Franco a todas horas y en cualquier formato de
programa.
Desde Catalunya Ràdio se preguntó a los oyentes si estaban
dispuestos a impedir físicamente que se juzgara a Artur Mas. Más
recientemente, se les pidió que informaran sobre movimientos de la
Guardia Civil en los días previos al referéndum ilegal del 1-O,
información que luego se difundió en antena. Brigada de agitación y
propaganda antiespañola, y ahora también oficina de reclutamiento y
delación.
Cuando la realidad se reduce a un único tema, la
secesión, y las tertulias resultan monográficas, entonces la presencia
de un solo tertuliano opuesto a la tesis de la tertulia —que defienden
de consuno los otros tres o cuatro opinantes además del moderador, a
veces reforzados por la opinión de algún telespectador que entra por
teléfono— solo sirve para proyectar la idea de que se trata de una
posición minoritaria, incluso marginal, en la sociedad catalana. En
estas condiciones el discrepante, por muy aguerrido que sea, acaba
siendo un colaborador necesario, por no decir el tonto útil del proyecto
separatista.
Esa pluralidad impostada, distorsionada, es la misma
que se da en las series de televisión de TV3 en las que —como en su día
denunció el corresponsal en España de The Wall Street Journal—
“solo hablan castellano prostitutas y delincuentes”.
Si de verdad
tuvieran la intención de reflejar la pluralidad lingüística de Cataluña,
al menos la mitad de los personajes de las series de TV3 tendrían que
hablar habitualmente en castellano y el uso alternativo de ambas lenguas
en el trabajo, en la calle y en los hogares de los protagonistas
debería ser lo más natural.
Pero, al igual que tras las tertulias de
tesis separatista subyace la pretensión de que lo normal
es ser independentista, existe en esas series de TV3 una indisimulada
intención de instalar en el imaginario colectivo de los catalanes la
idea de que lo normal en Cataluña es hablar en catalán y que el castellano es cosa de marginales e inadaptados.
El tertuliano que no acepte la retahíla de falsedades
que sustenta la opinión prevaleciente en los medios catalanes, y que se
atreva a manifestarlo tantas veces como le parezca preciso, se verá
indefectiblemente sometido a un agotador acoso y derribo por parte de
sus contertulios, consentido e incluso alentado por el presentador.
Es
triste reconocerlo, pero la convivencia en Cataluña, si se quiere
tranquila, se levanta hoy sobre la resignada asunción por muchos
catalanes no nacionalistas del ofensivo decálogo nacionalista, basado en
el desprecio a España y a los españoles pero sobre todo a los catalanes
que nos sentimos españoles.
Solo hay que repasar la hemeroteca para darse cuenta
de que si el resto de los catalanes, los que nos sentimos en mayor o
menor medida comprometidos con el proyecto común español, mostrásemos
por los separatistas el mismo desprecio que ellos muestran por nosotros,
la convivencia en Cataluña sería insostenible.
De ahí que muchos
catalanes —posiblemente la mayoría— hayan decidido mirar hacia otro lado
y prefieran no discutir con la Pilar Rahola o el Joan B. Culla de
turno, no solo en las tertulias de radio y televisión sino también en
las cenas y reuniones con amigos y familiares.
Cuando un medio público trata a parte de los
ciudadanos a los que debería ofrecer su programación como malos
catalanes, cuando no directamente como quintacolumnistas
antidemocráticos, por no secundar la derogación del Estado de derecho
que promueve el Gobierno autonómico, más vale denunciarlo y apartarse.
Con este artículo queremos anunciar nuestra despedida
de los medios públicos catalanes, mientras no asuman su responsabilidad
de dar voz desde el respeto y un mínimo de honestidad al conjunto de
los ciudadanos de Cataluña. Preferimos renunciar a nuestros emolumentos
que seguir aguantando el desgaste emocional que supone participar en ese
circo del odio a España y la carga moral de pensar que nuestra
presencia lo legitima."
(Joan López Alegre es político y escritor y Nacho Martín Blanco es politólogo y periodista. El País, 10/10/17)
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