"Una posible lectura de las elecciones municipales en Cataluña es que los
partidos secesionistas han logrado amplias mayorías en más del 70% de
los Consistorios. (...) Ahora bien, esta cifra tan abultada de municipios, por encima de 700
sobre 947, representa tan solo al 25% de la población.
Por eso, la
lectura del 24 de mayo debería incidir en otro análisis más a fondo de
la realidad catalana desde que se desató la tensión soberanista en 2012,
y que confirma la triple rotura que evidenció la pseudoconsulta
soberanista del pasado 9 de noviembre.
Tenemos una Cataluña dividida en tres variables: la territorial, la
lingüística e identitaria, y la socioeconómica. Todas convergen en otro
elemento que las unifica en términos electorales: Cataluña es una
comunidad abstencionista, sobre todo lo es allí donde vive el 75% de la
población, en el litoral y las zonas metropolitanas de Barcelona y
Tarragona.
En efecto, tanto en las elecciones municipales como en las
autonómicas se mantiene un diferencial negativo de participación
considerable respecto a la Cataluña del otro 25%, justamente donde CiU,
ERC y CUP han obtenido mayorías claras el pasado 24 de mayo.
Según el
estudioCatalanes, secesionismo y participación electoral,elaborado
por los catedráticos de estadística Albert Satorra y Josep M. Oller y
la politóloga Montserrat Baras, por encargo de Societat Civil Catalana,
este diferencial en las últimas autonómicas fue del 5,8%, y en las
municipales de 2011 del 8,4%.
Aunque el pasado 24-M se redujo bastante,
se mantiene una brecha considerable. Curiosamente, la participación es
más alta y homogénea entre ambas Cataluñas en las elecciones generales,
lo cual nos interroga sobre el desapego de una parte de los catalanes
hacia sus propias instituciones.
La triple fractura se puso de manifiesto con claridad el pasado 9 de
noviembre, aunque sorprendentemente haya sido muy poco analizada. En
cuanto a la participación, la afluencia solo alcanzó el 50% del censo en
la Cataluña interior, llegando a superar en algunas comarcas y
poblaciones el 60%. Por el contrario, en el litoral no fue más allá del
30%, y en muchos municipios metropolitanos se quedó muy por debajo del
20%.
En la primera Cataluña, el voto sí-sí, netamente secesionista,
alcanzó el 48,4% del censo (incluyendo a mayores de 16 años y
extranjeros residentes). En la demográficamente mayoritaria no fue más
allá del 27%. Una diferencia de 21 puntos que refleja tanto la escisión
territorial como el hecho de que el secesionismo tiene su base natural
en el nacionalismo identitario de las comarcas interiores.
El segundo elemento de fractura es el lingüístico. Allá donde el
castellano es la lengua de uso habitual (en la región metropolitana, el
Penedès y área de Tarragona), la participación fue baja. Si cruzamos los
mapas del 9-N con la última encuesta lingüística (2013) y los diversos
estudios sobre sentimiento de pertenencia, observamos una Cataluña dual.
Los que se sienten más catalanes que españoles, o solo catalanes, son
mayoritariamente independentistas, mientras que los que comparten
catalanidad y españolidad son refractarios al secesionismo.
Lengua y
origen son factores claves para entender que estamos ante una pulsión de
base identitaria que intenta saltar el muro de los sentimientos
plurales de pertenencia apelando a una promesa de bienestar social, que
se viste incluso con un ropaje de izquierdas, aunque por ahora tenga
poco éxito en la Cataluña que se expresa mayoritariamente en castellano y
con orígenes en otras partes de España.
Finalmente, hay otro dato del que apenas se habla, el socioeconómico,
que nos brinda algunas pistas sobre la auténtica alianza de clases que
hay tras la pulsión independentista en el marco de la grave crisis
social que sufrimos. En el área metropolitana, solo en los barrios y
ciudades de clases medio altas hubo una participación destacada en la
jornada del 9-N.
Vale la pena analizar los datos de dos municipios tan
próximos y al mismo tiempo tan diferentes en su composición. En un lado,
Santa Coloma de Gramenet, municipio de 118.000 habitantes, donde el
pasado 24-M el PSC logró mayoría absoluta, sin que CiU ni ERC obtuvieran
representación alguna.. El nivel de renta es bajo.
En otro, Sant Cugat del Vallès, con
87.000 habitantes, donde CiU revalidó una cómoda mayoría, con la CUP
como segunda fuerza, frente a la irrelevancia de C’s, PSC y PP. La renta
familiar disponible es de las más altas de Cataluña. Pues bien, en el
primer municipio la participación en la consulta soberanista fue del
17,6%, mientras que en el segundo alcanzó casi el 48%.
Además, las
papeletas a favor del Estado independiente fueron 20 puntos superiores
en Sant Cugat (82%) que en Santa Coloma (62%) en relación con el total.
Si analizamos lo sucedido en la ciudad de Barcelona entre sus diferentes
barrios y distritos, observamos un comportamiento muy parecido entre
las zonas con rentas altas, como Les Corts o Sarrià-Gervasi, y los
distritos populares y de clase trabajadora, como Ciutat Vella, Nou
Barris o Sant Martí.
Por eso no es extraño que la Asamblea Nacional de
Cataluña haya decidido fijar su objetivo para la próxima Diada en la
Meridiana, la entrada a la Barcelona obrera, e incidir más en la
dimensión social de la independencia, como desea su nuevo líder, Jordi
Sánchez.
De todo ello se concluye que tras casi tres años de tensión
secesionista, Cataluña aparece visiblemente fracturada entre las
comarcas interiores y el litoral metropolitano, y que la rotura se
produce igualmente en términos lingüísticos-identitarios y sociales. En
realidad, la tensión secesionista se puede definir como la respuesta
oportunista frente a la crisis de una parte de las clases medio altas
urbanas/metropolitanas en alianza con el nacionalismo de la Cataluña
interior.
Los resultados de las pasadas municipales nos dejan un escenario
políticamente muy fragmentado, que se sobrepone a una sociedad cuarteada
por esas tres variables. No parece que ahora Artur Mas tenga muchos
alicientes para materializar el anuncio de celebrar elecciones el 27-S,
que deseaba convertir en plebiscitarias.
Si finalmente lo hace, en su
decisión pesará más el orgullo personal y el peso de su promesa que
cualquier otra lógica política. Porque lo más probable es que vaya a
encontrarse con la expresión de una Cataluña rota, que ni le sirva para
lograr la secesión y puede que ni tan siquiera le alcance para gobernar." (
Joaquim Coll
, El País, 27 MAY 2015)
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