"Sabido es que el asunto de las identidades nacionales ha conmovido
siempre la historia de los pueblos, y esa historia, vista a la luz de la
experiencia del siglo XX, arroja graves interrogantes que obligan a
considerar un punto de vista que pide paso.
Me refiero al que señala
Hannah Arendt al final de Eichmann en Jerusalén. Aunque fue muy
crítica con las formas de ese proceso, no se privó en la última página
de formular su acusación: Eichmann y los suyos fueron reos de lesa
humanidad porque llegaron a pensar que podían escoger con quién
cohabitar la Tierra.
Nadie tiene el poder de hacer tal elección porque
aquellos con quienes cohabitamos la Tierra nos vienen dados antes de
toda opción. Si lo hacemos, destruimos la condición de posibilidad de la
vida política. Entiéndase bien: uno puede ir a vivir donde le plazca;
lo que no puede es decidir que el vecino se vaya o poner un muro para
ignorarle.
La solemnidad y severidad de su juicio se entiende si tenemos
en cuenta sus consecuencias: si esgrimimos el derecho a decidir quién
sea nuestro vecino, podemos volverle la espalda o quitarle de en medio
si no nos gusta y podemos hacerlo.
Este apunte tan extremo nos interesa hoy porque Arendt y las más
lúcidas mentes de la posguerra entendían que esta lección había que
recordarla después no porque estemos en peligro de repetir la historia,
lo que no es el caso en absoluto, sino porque ese pasado inaugura un
tiempo posnacional.
No podemos plantearnos el tema de los nacionalismos
sin tener en cuenta sus brutales resultados en el siglo XX y la
violencia sobre la que se han construido. Lo que se nos está diciendo es
que las generaciones siguientes, nosotros, no podemos plantearnos el
tema de la cuestión nacional sin tener en cuenta la experiencia de la
barbarie. (...)
“Estamos pasando de una forma de legitimación colectiva basada en la
tradición a otra que integra la memoria de las injusticias sobre las que
está construido el presente”. Lo que quiere decir es que la identidad
colectiva no estaría basada en los elementos de los que el nacionalismo
hoy dispone —lengua, cultura, sentimientos—, ni siquiera en la memoria
de los propios sufrimientos, sino en la responsabilidad común por los
sufrimientos causados a otros, a esos que hemos quitado de en medio para
estar los que estamos y donde estamos. (...)
Pensar que el nacionalismo catalán ha recurrido a una lógica distinta a
la del español es una ingenuidad. Se ha hecho paso negando las
diferencias y aprovechándose de los débiles. Por eso no hay que perder
de vista la sólida reflexión de Arendt sobre la maldad del hitlerismo.(...)
Y esto, ¿adónde nos lleva en el debate actual? A entender que el
camino de las identidades nacionales insatisfechas, como la catalana, no
puede ser el del viejo nacionalismo que podía recurrir a la cultura de
la Ilustración que empujaba a los pueblos a conformarse como Estados.
Hemos visto lo que ese planteamiento puede dar de sí y eso ya no nos lo
podemos permitir.
El camino quizá sea otro. Lo primero es garantizar la
convivencia entre diferentes, pero no desde la indiferencia o el cálculo
de beneficios, sino desde el supuesto que solo podemos ser tratados
como diferentes si nos hacemos cargo de la diferencia de los otros. Y
como ya tenemos una historia de negación de los diferentes, esa
responsabilidad por los otros pasa por rebajar las pretensiones de las
propias identidades.
Luego podemos discutir de la forma política que mejor garantice la cohabitación." (Reyes Mate , El País, 26 OCT 2012)
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