13/9/12

En Cataluña los que mandan son unos cuatrocientos. La independencia consolidaría definitivamente la hegemonía de esta élite tradicional

"Ahora, después de la resaca del 11S, aunque parezca una contradicción, quien tiene un problema, por si tenía pocos, es Artur Mas y CiU, por extensión, ya que se han visto desbordados por la fuerza del independentismo. No obstante, es el presidente autonómico y su coalición gubernamental los mejor colocados para recoger los frutos de esa fuerza popular.

Para empezar, los nacionalistas catalanes deberán cambiar de pareja en el Parlamento autonómico. Hasta ahora como escribe el periodista Enric Company, el sostén parlamentario de este Gobierno autonómico son los diputados del PP que presume de su nacionalismo españolista y eso da a la política catalana un punto de surrealismo muy celtibérico

 Por su parte, Alicia Sánchez-Camacho ya ha anunciado que retiraría el soporte a CiU de persistir en su deriva soberanista. Por tanto, Mas deberá buscar otras compañías y éstas, por razones aritméticas y de proyecto, no pueden ser otras que ERC. 

Y los republicanos, si no se arrugan, pedirán a cambio de sus votos cuatro cosas nada fáciles de cumplir para CiU, que son: creación de la hacienda propia, no más recortes, recuperación del Impuesto de Sucesiones en le tramo más alto y transparencia democrática.

Pero eso será tan sólo una pequeña degustación -y no la más amarga- del largo trago que deberán metabolizar los nacionalistas catalanes si quieren iniciar su camino a Ítaca

Después vendrá la materialización del rescate que el consejero de Economía y Conocimiento, Andreu Mas Colell (CiU), ha pedido a España (más de 5.000 millones de euros) y eso significa, se quiera o no, pérdida de soberanía." (...)

De manera prácticamente simultánea, Mas deberá ir a Madrid para presentar a Mariano Rajoy su propuesta de pacto fiscal y no parece que éste esté por aceptar un pacto en el que no cree y para el que no hay dinero, pero es que además el sistema de financiación de las CCAA se ha de revisar en 2014. 

En consecuencia, es razonable pensar que el presidente del Gobierno le dé largas. A la vuelta del viaje a la capital del reino se deberá enfrentar a las resoluciones que los partidos independentistas presentarán –como ya han anunciado- en el debate sobre la situación política que se celebrará a fínales de septiembre y que, como es lógico, serán netamente pro secesionistas.

Con este paisaje de fondo y la capacidad de movimiento cada vez más limitada, es muy plausible pensar que el presidente autonómico convoque elecciones en primavera, convirtiendo la cita en un plebiscito.

Entonces será el momento para explicar que si Cataluña declara su independencia quedará fuera de la Unión Europea. En ese caso habría que solicitar la adhesión y seguir las pautas establecidas en los tratados, lo que supone esperar entre 5 y 10 años y luego el acuerdo unánime de los socios para lograr el ingreso.

 Mientras tanto, aquí no recibiríamos ni un euro de los fondos de cohesión y los productos catalanes serían grabados con aranceles por los otros países. Total, un panorama tremendamente halagüeño y prometedor.

Llegados a este punto, las palabras del profesor José Luís Álvarez adquieren más sentido que nunca, cuando dice:

"... en Cataluña los que mandan son unos cuatrocientos, que se encuentran en los mismos sitios, que son como una familia, parientes o no. La independencia consolidaría definitivamente la hegemonía de esta élite tradicional. No sólo de ella. También la de las clases medias afiliadas a la misma, a las que pertenecen los miles de cargos y políticos de la Generalidad catalanista, y los miles de consultores, proveedores y empresarios que viven directa o indirectamente de la Administración autonómica. 

Lo que se juega con la petición de pacto fiscal-y-si-no independencia es, además de una de las posibles soluciones a los problemas económicos de Cataluña, el grado de monopolio que, en la globalización, éstas clases tendrán sobre la captura de ese valor añadido”.                (lavozdebarcelona.com, 13/09/2012, Bernardo Fernández Martínez)

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