"Ahora, después de la resaca del 11S, aunque parezca una 
contradicción, quien tiene un problema, por si tenía pocos, es Artur Mas
 y CiU, por extensión, ya que se han visto desbordados 
por la fuerza del independentismo. No obstante, es el presidente 
autonómico y su coalición gubernamental los mejor colocados para recoger
 los frutos de esa fuerza popular.
Para empezar, los nacionalistas catalanes deberán cambiar de pareja 
en el Parlamento autonómico. Hasta ahora como escribe el periodista 
Enric Company, el sostén parlamentario de este Gobierno autonómico son 
los diputados del PP que presume de su nacionalismo españolista y eso da
 a la política catalana un punto de surrealismo muy celtibérico. 
 Por su parte, Alicia Sánchez-Camacho ya ha anunciado que retiraría el 
soporte a CiU de persistir en su deriva soberanista. Por tanto, Mas 
deberá buscar otras compañías y éstas, por razones aritméticas y de 
proyecto, no pueden ser otras que ERC. 
Y los republicanos, si no se 
arrugan, pedirán a cambio de sus votos cuatro cosas nada fáciles
 de cumplir para CiU, que son: creación de la hacienda propia, no más 
recortes, recuperación del Impuesto de Sucesiones en le tramo más alto y
 transparencia democrática.
Pero eso será tan sólo una pequeña degustación -y no la más amarga- 
del largo trago que deberán metabolizar los nacionalistas catalanes si 
quieren iniciar su camino a Ítaca. 
Después vendrá la 
materialización del rescate que el consejero de Economía y Conocimiento,
 Andreu Mas Colell (CiU), ha pedido a España (más de 5.000 millones de 
euros) y eso significa, se quiera o no, pérdida de soberanía." (...)
De manera prácticamente simultánea, Mas deberá ir a Madrid para 
presentar a Mariano Rajoy su propuesta de pacto fiscal y no parece que 
éste esté por aceptar un pacto en el que no cree y para el que no hay dinero,
 pero es que además el sistema de financiación de las CCAA se ha de 
revisar en 2014. 
En consecuencia, es razonable pensar que el presidente 
del Gobierno le dé largas. A la vuelta del viaje a la capital del reino 
se deberá enfrentar a las resoluciones que los partidos independentistas
 presentarán –como ya han anunciado- en el debate sobre la situación 
política que se celebrará a fínales de septiembre y que, como es lógico,
 serán netamente pro secesionistas.
Con este paisaje de fondo y la capacidad de movimiento cada vez más 
limitada, es muy plausible pensar que el presidente autonómico convoque 
elecciones en primavera, convirtiendo la cita en un plebiscito.
Entonces será el momento para explicar que si Cataluña declara su 
independencia quedará fuera de la Unión Europea. En ese caso habría que 
solicitar la adhesión y seguir las pautas establecidas en los tratados, 
lo que supone esperar entre 5 y 10 años y luego el acuerdo unánime
 de los socios para lograr el ingreso.
 Mientras tanto, aquí no 
recibiríamos ni un euro de los fondos de cohesión y los productos 
catalanes serían grabados con aranceles por los otros países. Total, un 
panorama tremendamente halagüeño y prometedor.
Llegados a este punto, las palabras del profesor José Luís Álvarez adquieren más sentido que nunca, cuando dice:
"... en Cataluña los que mandan son unos cuatrocientos, que se encuentran en 
los mismos sitios, que son como una familia, parientes o no. La independencia consolidaría definitivamente la hegemonía de esta élite tradicional.
 No sólo de ella. También la de las clases medias afiliadas a la misma, a
 las que pertenecen los miles de cargos y políticos de la Generalidad 
catalanista, y los miles de consultores, proveedores y empresarios que 
viven directa o indirectamente de la Administración autonómica. 
Lo que 
se juega con la petición de pacto fiscal-y-si-no independencia es, 
además de una de las posibles soluciones a los problemas económicos de 
Cataluña, el grado de monopolio que, en la globalización, éstas clases 
tendrán sobre la captura de ese valor añadido”.                (lavozdebarcelona.com, 13/09/2012, Bernardo Fernández Martínez)
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