"Continuamos la serie iniciada en el anterior artículo, en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático.(...)
1. Democracia
Si la democracia es la participación de un pueblo en su
destino, entonces es claramente incompatible con el capitalismo y el
libre mercado.
Streeck, bajo el elocuente título “Mercados y pueblos”,
argumenta que existe desde 1945 una contradicción fundamental entre los
intereses del capital y los de los votantes; tensión que se ha ido
desplazando sucesivamente mediante un insostenible “pedir prestado al
futuro” –expresión también utilizada por Varoufakis-, hasta desembocar
en el colapso de 2008. Grecia ha sido el caso evidente de este gobierno
de tecnócratas y la imposición de una “coacción fáctica” [Sachzwang]. (...)
Esta contradicción fundamental entre capitalismo y
democracia se traduce en una contradicción política: democracia y
globocracia. ¿Reside el poder en los pueblos, o en élites
transnacionales que extienden su poder a lo largo del globo? Las fuerzas
democráticas hoy tienen que dar salida al reclamo generalizado de que
la toma colectiva de decisiones no se sustituya por la obediencia al Diktat de Bruselas.
2. Soberanía
La tradición democrática republicana denomina “soberana” a
la voluntad general constituida como sujeto político. De poco sirve en
política apelar a un marco jurídico o legal sin considerar la voluntad
política que lo sustenta.(...)
Pero la sociedad no es esta suma de individuos: por eso ninguna
Constitución es un mero sistema de normas aplicadas al individuo, sino
que comienza en sus primeros artículos definiendo el sujeto colectivo
de soberanía.
En la actual, “el pueblo español” (art. 1); en la de
1931, “España es una República democrática de trabajadores de toda clase
[…]. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo” (art. 1); en
la de Cádiz de 1812: “La soberanía reside esencialmente en la Nación”,
definida como “reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”
(arts. 1 y 3). (...)
En resumen: la voluntad de democracia es la voluntad de autoconciencia
política de un pueblo, que atañe a una determinada relación con sus
élites y con una determinada capacidad de configurar su destino; y el
modo en que esta conciencia política aparece en la modernidad es la de
nación. (...)
Una fuerza que hoy se quiera heredera de esta tradición
democrática y republicana tendrá que ser capaz de pensar más allá del
reparto liberal que reduce la política a la gestión de la esfera
pre-política de los intereses individuales. Ello implica una voluntad
general popular capaz de dotarse a sí misma de su propio orden y que
decida sobre sí misma: soberana.
3. Pueblo(s)
Esta idea de voluntad soberana es el fundamento de la idea
moderna de nación. Y ella no es necesariamente opresiva, sino la mejor
herramienta para garantizar los derechos de quienes viven juntos y los
más vulnerables. La pregunta es: ¿a favor de quién se ejerce la
soberanía? El capitalismo es el primer destructor de fronteras.
Adam
Smith reconocía que el comerciante no tenía otra patria que aquella
donde obtuviera el mayor beneficio, Marx, que los comunistas no pueden
destruir la propiedad, la familia o la patria, porque para la mayoría ya
los ha destruido el capital. Es decir, ha destruido las estructuras y
los vínculos que permiten a los de abajo protegerse y tener bienestar.
Para los que no se enriquecen especulando, sino que subsisten
trabajando, una patria que les proteja no es un lujo del que puedan
prescindir. Hoy por hoy, con una UE reducida a espacio tecnocrático de
unión monetaria, y mientras no se vislumbre la posibilidad de
constituirse como bloque continental con identidad política y capacidad
de agregación, no se ha encontrado otra forma de articularla fuera de
los espacios nacionales –sobre esto reflexionamos en Foro Res Publicacon Gallego-Díaz, Álvarez Junco, Martínez-Bascuñán, Franzé, Villacañas o Errejón entre otros. (...)
Construir una voluntad general es construir un pueblo: donde lo nacional
y lo popular coinciden. Así lo ha pensado la tradición democrática y
republicana. Para Sieyès, la nación se constituye cuando la clase
potencialmente universal, el Tercer Estado, se constituye como totalidad
mediante la exclusión de una clase particular, los privilegiados.
Sólo
fundan nación quienes logran encarnar y representar el todo social y el
interés general. Los privilegiados son la quiebra del “orden común”, un
reino dentro del reino, solo una sombra “que se esfuerza en vano en
oprimir a una nación entera”. Los de abajo no deben constituir un nuevo
orden en los Estados Nacionales, sino una Asamblea Nacional. No son
parte, son el todo. (...)
Algunos oídos se escandalizan con términos como seguridad, orden o
pertenencia. Sin embargo, sería un grave error considerar que eso es
entrar en el terreno de la derecha: bien al contrario, los más
vulnerables son los primeros en sufrir la ley de los “poderes salvajes”
de los mercados.
No por casualidad el liberalismo se alió históricamente
con el darwinismo social en la apología del libre mercado: para
Treitschke y Rochau, Estados y regulaciones son lastres, la libertad
individual prevalece y, quien quede atrás, es por debilidad y no merece.
Es con la falta de orden con lo que la derecha se siente cómoda.
Frente a ello, patria democrática es orden que protege,
institucionalidad de un destino común. El liberalismo, esto no es nuevo,
tratará de estigmatizar toda posición estatalista, institucionalista o
republicana como fascista –antes fue como estalinista o socialista–. (...)
De poco sirve apelar a supuestos “engaños”: en política no hay falsa
conciencia. Lo que ocurre es que mucha población demanda una opción que
ofrezca seguridad, solidaridad, protección, garantía de derechos y
comunidad con un horizonte de trascendencia por encima de la economía y
el libre mercado (...)
En el caso de España, hay dos dificultades principales
para su construcción popular como patria.
En primer lugar, la usurpación
de la bandera y la identidad nacional por la dictadura franquista,
régimen violento e impotente que tuvo que masacrar y expulsar como
“anti-España” a la mitad del país real que no era capaz de integrar.
La
resistencia, recogiendo hilos de la historia española de levantamientos
populares, fue a la vez democrática y patriótica, nacional y popular,
contra la considerada invasión extranjera alemana e italiana.
Como
explica el reputado historiador José Luis Martín Ramos, la noción de
patria soberana en España se construye como reacción popular a la
ocupación francesa; afirmar que el término “patria” es propiedad del
franquismo o el centralismo denota la más abyecta subordinación cultural
a los mismos y la impotente incapacidad de proponer un horizonte
emancipador.
En segundo lugar, la insoslayable plurinacionalidad de
España, como subrayábamos en la sesión del Foro Res Publica enlazada
arriba. Quien no comprenda esto no tiene un problema con Cataluña o con
País Vasco, lo tiene con España: un país cuya diversidad es una riqueza
incalculable, expresada en instituciones locales y autonómicas, lenguas y
tradiciones populares vivas, que pujan por existir como identidad
propia.
Nuestra mejor tradición democrática, plural y federal jamás ha
olvidado este punto sin dejar de ser, aún más, por ello siendo,
patriota.
No será, pues, posible construir un patriotismo
democrático en España sin atender a las distintas identidades nacionales
que la conforman y a las experiencias históricas que se expresaron como
reivindicación de una patria democrática y popular. " (Clara Ramas, CTXT, 28/09/18)
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