"La situación de bloqueo institucional del Parlament de
Catalunya, expresa las dificultades del bloque independentista –cada
vez más cuarteado– para gestionar el fracaso de la vía unilateral hacia
la secesión impulsada en la pasada legislatura.
El inesperado éxito de la lista de Junts per
Catalunya, liderada por Carles Puigdemont, en las elecciones convocadas
en virtud del artículo 155 de la Constitución, desbarató el escenario
político previsto impidiendo que ERC se alzase con la hegemonía del
bloque independentista y situando en el centro de la agenda política la
pretensión legitimista de restituir el “gobierno legítimo” e implementar
la República catalana.
Esta estrategia reventó los planes de ERC de iniciar
una legislatura larga, evitando los choques frontales con el Estado y
articulando una mayoría de izquierdas en torno a un acuerdo con los
Comunes y con la benevolente complicidad del PSC.
Se trataba, pues, de un repliegue estratégico para ampliar la base
social del independentismo a la vista de que con solo el 47% de los
votos resulta imposible materializar la secesión. Además, cuando la vía
unilateral ha provocado como respuesta el ascenso de Ciudadanos, un
partido extramuros del consenso catalanista y actualmente la primera
fuerza política del país. (...)
A esta línea se opone la apuesta legitimista del
entorno de Puigdemont, los llamados “belgas”, y la CUP, ambos
partidarios de continuar el enfrentamiento con el Estado e implementar
la fantasmagórica República.
Por su parte, el PDeCat, heredero de la
antigua Convergència, integrada marginalmente en Junts per Catalunya, se
ubica en una posición intermedia: si, por un lado, comparte con ERC la
necesidad del repliegue estratégico frente a la estrategia de la tensión
de los belgas y CUP, por otro se opone a la orientación izquierdista de
ERC y optaría por un gobierno de coalición independentista pero
instalado en el realismo.
Así, pues, el bloque independentista ha dejado de operar como tal. En realidad, como apunta Xavier Vidal-Folch,
operan diversas formaciones independentistas sin cohesión interna,
donde se revelan opciones estratégicas contradictorias y cada cual
defiende sus intereses partidistas y el reparto del poder. (...)
Para explicar el extraño comportamiento de las formaciones
independentistas han de tenerse en cuenta dos factores: el mundo
ideológico ficticio y la pulsión inquisitorial. En efecto, ciertas
ideologías, como nos enseñó Hannah Arendt, construyen un universo
ideológico ficticio pero con una enorme coherencia interna que, a
menudo, choca con la realidad.
Así, mientras todas las evidencias
demuestran que la República catalana no existe, la coherencia ideológica
del mundo ficcional exige comportarse como si existiese, como ocurre,
por solo poner un ejemplo, con la pretensión de constituir un Consejo de
la República en la mansión de Puigdemont en Waterloo, de resonancias
napoleónicas. (...)
Ciertamente, en última instancia, acaba imponiéndose el principio de
realidad, en ocasiones frente a la feroz resistencia de los guardianes
de la ortodoxia del mundo ideológico ficcional, que cuando triunfan
suelen conducir al movimiento al desastre, como también se comprobó en
el desenlace del proceso independentista.
Así, pues, los partidarios del
mundo ideológico ficcional forzaron la proclamación la Declaración
Unilateral de Independencia (DUI) que todos los dirigentes secesionistas
ante las instancias judiciales han calificado de “simbólica”, salvo la
dirigente de la CUP, Mireia Boya, expresión de la máxima coherencia
ideológica del mundo ficcional.
Aquí debemos observar cómo las bases del
movimiento independentista suelen ser más receptivos a los cantos de
sirena del mundo ideológico ficticio que a las exigencias del realismo
político, lo cual complica la salida al actual bloqueo político e
institucional. (...)
A estas contradicciones de fondo deben sumarse las
feroces luchas partidistas por el reparto del control del poder de la
Generalitat; particularmente descarnada en lo relativo al control de la
Corporació Catalana de Mitjans Audivisuals, esencial para mantener la
cohesión ideológica de las bases sociales del movimiento independentista
y alimentar su mundo ficcional.
Tres escenarios
En esta tesitura se abren tres opciones.
En la primera
las discrepancias entre las tres formaciones independentistas
impedirían alcanzar un acuerdo, lo que desembocaría en una repetición de
las elecciones. Se trata de un desenlace posible aunque improbable, ya
que unos nuevos comicios pondrían en peligro la actual mayoría del
bloque independentista y el reparto del poder. (...)
La segunda alternativa y la más probable implicaría que finalmente el
realismo político acabe triunfando sobre los guardianes de la ortodoxia
del mundo ficcional y se invista a un presidente de la Generalitat, sin
causas pendientes ante la justicia, que gobernase dentro del marco
estatutario y constitucional, a la espera de tiempos mejores. No
obstante, esta solución exige una serie de transacciones con los
guardianes de la ortodoxia del mundo ficcional (...)
La tercera opción y la más improbable de todas ellas, radicaría en que
los guardianes de la ortodoxia del mundo ficcional volvieran a imponer
sus tesis de enfrentamiento con el Estado e implementación de la
República, lo cual obligaría al gobierno central a volver a implementar
el l55, aunque ahora en condiciones mucho más duras que la actual." (Antonio Santamaría , El Viejo Topo, 11/03/18)
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